Polaricémonos

Este artículo apareció publicado en el número 5 de la revista “Conciencia sin fronteras”. He realizado una revisión del mismo para publicarlo en esta Web.

HACHE Y JOTA 

Aquella noche Hyde y Jekyll
decidieron tomar un trago
silbó bajito el Dr. Jekyll
y dijo hoy me siento ufano
tengo tranquila la conciencia
la digestión de buen talante
creo que vivir vale la pena
bajó los ojos mister Hyde
y dijo torvamente mierda
luego elevaron las dos copas
de vino tinto y vino blanco
y brindaron por esa eterna
y saludable coincidencia
por fin salieron abrazados
como dos buenos enemigos
estornudaron al unísono
y se metieron en el Hombre

Mario Benedetti

Polaridades
¿Qué decir de la molesta inquietud que frecuentemente nos recorre el cuerpo y el ánimo en busca de abrigo y comprensión? Porque mira que es molesto darse de bruces, inesperadamente, con esas inquilinas. Uno desea una vida tranquila y sosegada, de cervecita en las terrazas y charla y canciones a la luz de la luna. Y de improviso, ¡zas!, sufre una intoxicación –de lo que sea- y de pronto se halla inmerso en un arrebatado deseo de, pongamos, dar un fuerte martillazo en la cabeza del vecino de enfrente o, en su lugar, entregar todas las pertenencias a una ONG, de dudosas cuentas e intenciones. Es lícito, y cómodo, pensar que en estos momentos uno está p’allá, que qué me pasa hoy, mejor me tome una tila y le meta caña a los pensamientos positivos, que ya dice la copla:

En este mundo traidor
nada es verdad ni es mentira
todo es según el color
del cristal con que se mira.

Bueno,
para darle sabor a la cosa podría apuntar más ejemplos de pasiones que bordean el límite de lo soportable, de lo políticamente correcto… Pero diría que no es necesario: todos tenemos retazos de nuestra vida en los que hemos sentido de cerca esa especie de zozobra, que indica que nos acercamos a nuestras estancias más oscuras y negadas. Mientras lo piensas y para inspirarte pondré una pizca de bolero: un fragmento del que ahora estoy escuchando, que, digo yo, viene a cuento, y que sea como sea me gusta:

Tengo las manos
tan desechas de apretar
que ni te puedo sujetar.

Pues nada,
si decido ir un poco más allá de la tila y demás, ¿qué hacer ante el asunto? Para empezar y ante todo, mucha calma. No es cuestión de andar repartiendo martillazos entre la vecindad; aunque si lo hiciera, siempre tendría la justificación que es para mi crecimiento personal: “me estoy trabajando la agresividad” podría argüir. Pero actuar así ni es muy compasivo ni proporciona buen karma -cosas todas ellas a tener en cuenta- amén de estar bastante lejos del crecimiento personal.
Claro que existen pasiones polares en las que uno se zambulle con frenesí y desea que no terminen nunca, o que suponen un estado de arrobamiento amoroso, fecundo, creativo y esdrújulo… Pero obviamente no son éstas las que ocupan este escrito, a pesar de que en determinadas ocasiones cueste tanto aceptarlas y mantenerlas como las más truculentas.

Mucha calma
y, si tengo ganas de trabajar, mucha atención y sobretodo respeto: eso que estoy sintiendo también soy yo, y está ahí por alguna razón más o menos desconocida. Seguro que es más lindo sentirse un ángel, pero a veces es necesario sobar al demonio, incluso puede ser mas productivo. Con palabras de Claudio Naranjo: “El diablo no sabe para quién trabaja”. Cuando vuelvo a evitarlo suele perdurar y, aunque no se note mucho -ahí bien tapadito-, está más que comprobado que lo que no sale por la boca sale por el culo, con perdón.

La Terapia Gestalt
valora especialmente el concepto y el trabajo con las polaridades. Fritz Perls escribió: “La filosofía básica de la Psicoterapia Gestalt es la naturaleza entre diferenciación e integración. La diferenciación conduce por sí misma a las polaridades. Como dualidades que son, estas polaridades lucharán entre sí y se paralizarán unas a otras. Integrando los rasgos opuestos, lograremos que la persona se complete de nuevo”. Esto implica, con palabras de Irving y Miriam Polster que: “El que ignora partes de si mismo acaba, simplemente, por tenerse a raya a si mismo”.

Siguiendo esta pista
apuntaré algo sobre lo que puede pasar -especialmente en el marco de una sesión o un proceso de terapia- si se aguanta en la borrasca hasta el final, o hasta donde se pueda. Para empezar me serviré de un fenómeno, “alrededor del mundo”, citado por Joseph Zinker: “Si vuelas hacia el Norte por bastante tiempo terminarás volando hacia el Sur”. Es decir, si prendo una luz en el pozo, en los aspectos más temidos y negados de mi mismo -si atiendo- puede ocurrir que el reconocimiento me permita confrontar lo negado con lo conocido y/o idealizado. Esta confrontación puede, después de una guerra más o menos larga, integrar ambas partes (aunque haciendo honor a la realidad, preciso es decir que aún así, siempre suelen producirse múltiples desencuentros). Para llegar, finalmente, a la conclusión de que no soy tanto ni tan poco y, además, también todo lo contrario. Vamos, que igual soy un pendejo santo y bondadoso que un querubín malicioso y cínico. Por ahí, a veces aparece una genuina sensación de ecuanimidad y amplitud, como si habitara más el cuerpo.

Mi cuerpo loco

que a veces adivino formado, simplemente, por una combinación de cuerpo de policía y cuerpo del delito, aliñado con unas gotas de misterio. Y que en estos momentos no se discernir si se trata de un ser enigmático o de un inevitable refrito… Aunque, bien mirado, quizás sólo se trata de un refrito enigmático y un ser inevitable. Ya veré…

Josep Devesa

La Gestalt de cada día

Mi interés por la Gestalt -tanto por la práctica terapéutica como en lo que se refiere a la actitud y filosofía de vida- pasa por un momento de renovación. Este interés renovado vino movido, en primer lugar, por la relectura de los textos de Fritz Perls, una figura que me impactó desde los primeros tiempos de mi formación como gestaltista. Por aquel entonces, este impacto tuvo forma de cabreo, pues Fritz arremetía de tal modo contra la neurosis que yo me sentía atacada per-so-nal-mente!

Actualmente, lo que más me gusta de la Gestalt es su simplicidad, su sencillez. Y creo que ahí radica precisamente su eficacia. Esa sencillez tiene que ver con no perder de vista lo obvio, cosa nada fácil si tenemos en cuenta la humana tendencia a complicar las cosas y a dejarnos tentar por los mil disfraces y triquiñuelas con que vestimos la verdad desnuda.

Mi interés por la Gestalt revive también a través del contacto y del trabajo cotidiano con los pacientes. Desde hace poco más de un año siento que estoy recogiendo la mejor y más abundante cosecha. Es cierto que tardé varios años en llegar aquí y en comprometerme con la profesión, con los pacientes y conmigo. Y mientras tanto, muchos fracasos y abandonos, míos y del otro, y mucho miedo ocultado.

Ahora, por fin, puedo disfrutar de mi trabajo. Disfruto sintiendo que hay vida en ese espacio compartido y comprobando que soy útil. Es un gusto ver cómo un paciente se pone guapo y empieza a florecer. Me alegra ver cómo alguien, acostumbrado a pegarse trompazos contra la pared o contra sí mismo, un día y por un momento se queda sin juicios y descubre algo de sí o del mundo, la cara se le ilumina y, por ese momento, no necesita intentar ni cambiar nada pues lo que ha visto contiene suficiente luz.

Trabajar me cura, me sienta bien, esto es algo que constato una y otra vez, desde hace mucho. Aprender de los pacientes me está siendo posible. Lo más difícil sigue siendo el respeto por la enfermedad y las resistencias del paciente, o mejor dicho, el respeto por el paciente con todo lo que es; y también la aceptación de mis límites, entender que hay sitios a los que no puedo llegar porque el otro no me deja o porque no sé, por falta de conocimientos o de pericia.

Inés Martínez (1998)

¿Terapia?

«¿Lo que me pasa es para hacer una psicoterapia?, ¿la necesito?… Me han dicho que me iría bien, pero… ¿esto sirve de algo?». Uno puede saber de algún otro que está contento con su terapia, o con su terapeuta; también puede saber de alguien que ha podido hacer incluso más de una terapia estando, ahora, peor que antes. ¡Ajá!, la terapia ¿cura?

Yo llamo «paciente» al terapeutizado porque pone de relieve el reconocimiento de la enfermedad, no por la connotación que pueda tener de pasivo. La demanda de tratamiento implica una buena dosis de disposición activa y cierta consciencia, al menos, de sentirse entrampado en algún aspecto de su cotidianidad o de su relación consigo. Lo que cura es el proceso de integración intra-personal que se va dando a través del proceso terapéutico. Quien recorre el camino hacia sí mismo es el paciente. El terapeuta orienta a través de su calidad de presencia y de su intervención, con el objetivo de que el paciente vaya haciéndose cargo de sí.

Lo que molesta -eso que me gustaría cambiar- conlleva afirmaciones como «yo no tendría que ser así» o «yo no tendría que experimentar eso». Así eres y eso te creas. Los síntomas -esos pensamientos angustiantes y acciones o estados de ánimo entorpecedores del buen vivir- y las situaciones que uno se encuentra repitiendo de forma insatisfactoria y sufriente son, además de vividos, producidos por uno mismo.

Son la mejor forma que uno ha encontrado para canalizar la angustia consecuente de los conflictos internos no suficientemente reconocidos, de aspectos de sí no aceptados y de situaciones pasadas no resueltas ni encaradas que contienen necesidades no satisfechas, frustraciones no elaboradas, mentiras que uno aún sostiene… dolor, agresión y amor no reconocidos. Durante el proceso terapéutico estos aspectos se reavivarán, se pondrán en primer plano al dirigir la atención al transcurso de la experiencia actual momento a momento. Podrán ser transitados y reapropiados al ir cediendo en las actitudes y comportamientos evitativos que los mantienen alejados de la conciencia.

En nuestro enfoque terapéutico, el terapeuta facilita este proceso de toma de conciencia a través de dar espacio y de apoyar la vivencia y expresión genuinas, así como de frustrar y confrontar las mentiras que el paciente se cuenta y las manipulaciones que hace. Podemos decir que el síntoma es una manipulación hacia uno mismo y hacia los demás. Sustituye la respuesta espontánea, no programada, de quien lo produce. Es una reacción en lugar de un acto verdadero que implicaría reconocimiento y responsabilización del propio deseo. A la vez, el deseo de quien lo ejecuta, como ya afirmaba Freud, no anda lejos. Está entrelazado y oculto en el mismo comportamiento o pensamiento sintomático.

Sabemos que además de la formación y la experiencia, además de la honestidad y del buen hacer del terapeuta, para que un proceso terapéutico acompañe a la sanación del paciente, éste tendrá que estar dispuesto a encontrarse con aquello de sí que no concuerda con su autoimagen ni con el ideal de lo que tendría de ser. La terapia cura en la medida que orienta y permite asumir quién es uno frente a los demás (no en función de los demás) y frente a sí mismo.

Cristina Nadal (1998)

Cuento de Navidad

Tres reyes de oriente, magos y se supone sabios, regalaron, hace unos dos mil años, a un bebé llamado Jesús, oro, incienso y mirra. ¡Vaya carajo de regalos! Sus manos añoraban un sonajero, una cajita de música coloreada, una manta cálida.

Josep Devesa

El Dudonauta

Este cuento fue escrito a partir de la propuesta que Claudio Naranjo hizo en uno de sus cursos de Protoanálisis, celebrado en Barcelona.
La narración surge a partir de ubicarme en el Eneagrama como seis social, e intenta recoger, de una forma irónica, algunos de los aspectos caracterológicos significativos de este eneatipo: el miedo como emoción básica y la duda como estilo cognitivo.
Fue publicado en el año 1998 en el número 2 de la revista “Conciencia sin fronteras”. Lo he revisado para incluirlo en esta página Web.

EL DUDONAUTA

Aclaremos las cosas de entrada: aunque en realidad su verdadero nombre es Prudencio Puede Quiensabe, sus amigos y conocidos lo llaman Dudonauta.
Este intrépido personaje navega por un mar de dudas a bordo de un armatoste rectangular de color grisáceo, lleno de telarañas. Su anhelo más íntimo es encontrar el paraíso, lo cual no es decir mucho. Digamos, pues, que para el Dudonauta el paraíso equivale al Reino de la Seguridad. Su misión es difícil ya que el mundo esta lleno de peligros y engaños. A menudo aparecen en el horizonte falsas certidumbres que, como cantos de sirena, hipnotizan al Dudonauta y lo llevan a naufragar una y otra vez en ese temido mar. Mas están las otras, las certeras y seguras, las que un día –como veremos– quizás hallará y que el Dudonauta define así como sigue: “Seguro que existen certezas, verdades inviolables y definitivas que forman el fondo y la forma, el continente y el contenido de lo que llamamos realidad, y éstas con su existencia irrefutable nos permitirán abrazar, sin fisuras, la más completa y definitiva tranquilidad…”. En este punto de su monólogo suele detener el discurso, inducido por la certeza de los ronquidos de sus infortunados oyentes.
El Dudonauta no camina: desfila, así se siente un poco más seguro. Decididamente avanza un pie, después otro y así sucesivamente. (En una de sus angustiosas pesadillas se convierte en un cienpiés… y se despierta bañado en un sudor frío: no soporta la ansiedad y parálisis que le provoca decidir cual de los pies mueve primero). Como decíamos, desfila y al mismo tiempo sus ojos se posan vigilantes y preocupados en lo que sucede a su alrededor. No es por presumir, pero el Dudonauta ve más allá de lo evidente: media sonrisa puede esconder media amenaza, dos personas platicando animadamente pueden, en realidad, estar confabulando disimuladamente, incluso los ciegos son sospechosos de mirarlo mal.

El Dudonauta piensa que la vida es complicada y contradictoria. Constantemente se ve expuesto a tempestades que sacuden su nave y que le provocan gran cantidad de convulsiones internas, ubicadas todas ellas en el espacio que media entre barbilla y coronilla. Veamos un ejemplo ilustrativo. Pongamos que se encuentra con un mendigo; nunca sabe cuantas monedas debe darle y se acuerda –con cierto resquemor– de la insistencia de Jesucristo en la caridad; le disgusta sobremanera que no dijera nada al respecto de la cantidad con la que es necesario contribuir. En plena convulsión, el Dudonauta cavila, divaga, discurre, reflexiona, medita, considera, asevera, reconsidera, rumía e incluso piensa, que al menos su representante en la tierra –el Sumo Pontífice– debiera escribir una encíclica donde dejara zanjado de una vez por todas el asunto: un listado de los diversos tipos de necesitados susceptibles de ser ayudados: mendigos, huérfanos, incapacitados, ancianos… y el fijo que se le debe dar a cada uno. Si a pesar de todo –y como debe ser- da unas monedas, el Dudonauta imagina que se lo gastará todo en bebida y se siente culpable de estar colaborando de este modo al aumento del consumo de alcohol. El Dudonauta está al día y ha leído estadísticas que confirman el dato.

La obsesión más querida del Dudonauta ocurre todos los martes por la tarde. Se trata de algo en apariencia sencillo y sin importancia. Sin embargo, para él es tan intenso que esta vez las convulsiones le ocupan desde la rabadilla hasta la coronilla. Se trata de su paseo frente la comisaría de policía. Nada más llegar a la acera se le corta la respiración, aumentan sus pulsaciones y se le eriza el vello. No es que el Dudonauta haya cometido ningún delito, ni mucho menos, pero teme que al pasar a la altura de la puerta el policía de guardia sospeche –no sabe muy bien de qué, pero este dato carece de importancia- o note sus culpas; lo detenga y lo someta a interrogatorio, juicio, y lo encarcele. Sólo cuando ha dejado al agente detrás, el Dudonauta se relaja y le invade un júbilo inmenso por su recién renovada absolución. Esto es sólo el principio. El goce se desencadena cuando disimuladamente gira la cabeza y con el rabillo del ojo observa la comisaría. El Dudonauta intuye que ahí está el final de su búsqueda, que en alguna recóndita sala del edificio se encuentra lo que tanto tiempo lleva ansiosamente buscando: El Reglamento.
El tratado que, con toda seguridad, se consulta para aplicar la Ley. El libro definitivo en cuyas páginas está escrito, -¿con sangre?, se pregunta – lo que no se puede hacer y, por ende, lo que sí se puede hacer. El libro de las certezas certeras, que lo librará por siempre de la sombra amenazante del error, de la nostalgia de la orden, de la angustiosa falta de confianza en el futuro, y que lo conducirá al hasta ahora imposible perdón de Dios.
Con el rostro desencajado –y como cada martes– el Dudonauta decide que el próximo martes conseguirá ese Libro y el acto será tan especial que, como en una iniciación, tiene pensado cambiarse el nombre. Nunca más volverá a llamarse Dudonauta, a partir de ese día glorioso, pasará a llamarse Certezanauta.
(Y esa será otra, aunque la misma, historia).

Josep Devesa

 

Diario

Revisión del artículo publicado el año 1999 en el número 6 de la revista Conciencia sin fronteras.
Es un escrito que intenta aproximarse de forma irónica al carácter obsesivo. Posiblemente podamos vernos reflejados en alguna de las reacciones o comportamientos del protagonista. Como bien dicen, al que sabe reírse de si mismo, nunca le faltaran motivos para ello.

DIARIO

Martes 9 de diciembre, 11:00 horas
Hola apreciado diario. Hoy voy a darte una estupenda noticia. El consejo de redacción de la revista «Conciencia Sin Fronteras» me ofreció un espacio para publicar un artículo. He tenido una buena idea, mejor dicho, una idea notable: escribiré sobre la obsesión. De alguna manera estoy contento, satisfecho, sereno. ¡Qué excelente ocurrencia! Si no fuera por ella, posiblemente estaría preocupado: es difícil elegir un tema, una materia sobre la que tratar. Quiero escribir de una forma clara y franca. Supongo que será necesario introducir bien el concepto de modo que se siga bien el desarrollo posterior… Aunque quizá no sea necesario; la gente hoy en día está bien informada. Bueno, sólo una pequeña introducción… Ya lo pensaré. Ahora, querido diario, te dejo. Voy a cortarme las uñas y me pasaré después por la farmacia a comprar los medicamentos para el estreñimiento.

Viernes 12 de diciembre, 11:00 horas
De nuevo aquí, querido diario. He estado dos días sin trazar ninguna línea en tus blancas hojas. ¿Me has echado en falta? Discúlpame por garabatear encima de ti. No puedo dejar de pensar en el artículo que tengo que escribir. Quiero que sea útil, simple y profundo al mismo tiempo. No sé si introducir el tema o no, lo estuve pensando y todo tiene ventajas e inconvenientes: una buena introducción facilita la lectura, pero ocupa un espacio necesario para el desarrollo posterior; porque, claro, tampoco el artículo puede ser muy largo, la revista no es muy grande y no debo extenderme demasiado. Seguiré reflexionando.

Miércoles 10 de enero, 19:00 horas
Hola diario, otra vez contigo. Ya te dije que me molesta ensuciarte, pero no tengo otra alternativa si quiero escribir. De hecho, si tú eres un diario tienes que asumir que van a manchar tus hojas con tinta, ¿no? Bien, estuve pensando en el artículo, en algunos momentos la realización de una introducción me tienta mucho: se agradecen unas ideas generales que enmarquen. Sin embargo, también pienso que un simple desarrollo está bien. No he empezado a escribir y esto me da un poco de angustia, no tengo mucho tiempo. Hoy ha sido un día ajetreado: sentí un dolor en la oreja y como me asusté –nunca se sabe– solicité una resonancia magnética. Se negaron. Es injusto, las instituciones están cada día más deshumanizadas, faltas de respeto y sentimientos de bondad. Sólo les interesa el dinero. Estos días estoy un poco mejor: para entendernos, esta semana llevo una media de 17 minutos y 13 segundos por cada sesión de excusado.

Lunes 22 de enero, 11:01 horas
Hola diario, perdona el retraso. Hoy estoy ligeramente molesto e incómodo. El artículo me da muchos quebraderos de cabeza. Considero que el plazo que me dieron para la elaboración del artículo es corto, insuficiente. Posiblemente para los del consejo es el justo, pero hay que tener en cuenta que ellos se dedican a ello y les es más fácil elaborarlos. Mi apreciación de la cuestión, del asunto, es que son demasiado estrictos, es decir, que si quieren en buen artículo es necesario que den más plazo. Mañana intentaré escribir la introducción, al final la haré de forma sucinta y simple, tan liviana que no lo parecerá. Hoy quedé para comer con la familia. Ya le dije a mi madre que tuviera la comida preparada a las 13:25 horas. De esta forma podré tomar el café a las 14:30 horas en punto, justo cuando empieza el telediario. Estimado diario, espero no haber presionado mucho tus claras hojas al escribir. Por cierto, ahora recuerdo que hoy comprando el periódico me imaginé pegándole un puñetazo al quiosquero, me hizo gracia pero me quedé turbado; hay tanta agresividad en el ambiente que seguro se me contagió. Para compensar le dije amablemente «hoy tienes muy buen aspecto, pareces relajado y no tienes la cara desagradable y mortecina que acostumbras». Conviene ser educado y sembrar armonía.

Viernes 9 de febrero, 11:00 horas
Un afectuoso saludo, diario. Estoy preocupado, no he escrito nada del artículo -por cierto, creo que no haré introducción-. No he hablado con los del consejo de redacción pero estoy un poco soliviantado, molesto; me quedan sólo 21 días de plazo y esto es muy poco. Además no se porqué tanta insistencia en la obsesión, creo que hablaré con ellos. Otra cosa: a veces pienso que la obsesión no existe, así pues ¿por qué tengo que escribir sobre ella? Por cierto, ya le comenté a mi madre que si no cambiaba la marca del papel higiénico no volvería por su casa. Puso una cara extraña pero yo insistí: «O compras Scottex o no nos entenderemos, ni congeniaremos». Parece que entendió. El asunto de la introducción me sigue rondando: de alguna manera es un asunto interesante, supongo que tendrá cierta influencia en el resultado final. Si tú, diario, pudieras responderme te pediría consejo, pero a saber qué recomendación consideras oportuna, trozo de papel inerme! Eeeh… No te enfades, es sólo una broma.

Miércoles 13 de febrero, 19:00 horas
Hola ansioso, estoy muy diario… Pero tranquilo que controlo. Cada día que pasa estoy un poco más soliviantado, es decir, el enojo va en aumento. No he escrito ninguna línea del artículo, pero esto no tiene importancia, lo verdaderamente importante es que, realmente, el período de tiempo para escribirlo es, definitivamente, i-n-s-u-f-i-c-i-e-n-t-e. Debo hacer grandes esfuerzos para retener, refrenar y contener los impulsos de decir a los miembros del consejo que son muy maniáticos con el tiempo y que además no entiendo su deseo de que escriba sobre la obsesión. Mañana sin falta hablaré con ellos. Hoy no puedo tengo una cita con un técnico de la empresa que me instaló la alarma en el piso. Le pediré que me instale en el respiradero del gas esos rayos que detectan el movimiento, quiero controlar si circula por ahí algún tipo de mamífero. De nuevo disculpas, querido diario, por mancillar tus hojas hablando de ratas gordas.

Viernes 30 de febrero, 11:00 horas
Estoy nervioso, hoy tenía que haber entregado el artículo y no he escrito nada.
Acabo de llamar al consejo de redacción para reunirme con ellos, les pediré que me alarguen el plazo este fin de semana. Espero que se den cuenta de su fallo y me concedan esta gracia.

Viernes 30 de febrero, 19:00 horas
Hola de nuevo. Estoy disgustado, querido diario. He hablado amablemente con el consejo de sus limitaciones, fallos e incompetencia. No sé si aprovecharán mis críticas constructivas, pero en todo caso me han concedido este fin de semana para hacer el artículo. Me gustó su generosidad pero me dejó pensativo. Viniendo para casa, mi vivienda, mi morada, es decir donde habito, he sentido una ligera exasperación: o sea ¡quieren que trabaje el fin de semana! Eso no es correcto. Todo el mundo tranquilamente descansando y yo escribiendo un artículo -ya sea con o sin introducción- sobre la obsesión. ¡La obsesión! Si lo más seguro es que sea una falacia inventada por un histérico. Obviamente, no existe. ¿No crees, querido diario, que esto es muy grave? De todas formas, no cabe duda de que soy cumplidor y me sacrificaré: escribiré el artículo de lo que suponen es la obsesión. Pero insisto: no hay derecho.

Lunes 3 de marzo, 11:00 horas
Bendito diario, qué suerte tenerte. No sé lo que haría sin tu presencia. Estoy bastante más que medianamente colérico. No he escrito nada, no dispuse de tiempo. Tuve problemas con la grúa municipal, además la farmacia de guardia estaba inexplicablemente cerrada y tuve que patearme media ciudad. Por otra parte, tenía que ordenar mi colección de sellos. Y los miembros del consejo acosándome. seguro que estuvieron todo el fin de semana pensando en mi artículo mientras se dedicaban a sus cosas. El asunto es templadamente desesperante. ¿Sabes? He decidido fotocopiarte y enviar un extracto de las hojas que hablan del artículo al consejo de redacción, para que entiendan la desmesura de su injusticia, se enteren de mi pesar y dejen de obsesionarse en mi manuscrito. Igual consigo que para compensarme me dejen escribir -esta vez al menos con unos tres meses de plazo y eligiendo yo el tema- un escrito para otro número.

Josep Devesa

Maduración y crecimiento

Estos dos aspectos, la maduración y el crecimiento -que vienen a ser uno- están presentes de un modo u otro en la obra de Fritz Perls y alrededor de ellos se pueden ver los principales puntos de su visión de la neurosis, de la salud y del ser humano. La importancia que Fritz concede al desarrollo del propio potencial queda condensada cuando, en la Charla II de Sueños y Existencia, define la neurosis como trastorno del crecimiento y señala como objetivo de la terapia que la persona aprenda a sustentar su crecimiento conectándose con su propio centro.

La energía vital que Fritz transmite a lo largo de sus escritos y charlas es poderosa. Para él, el crecimiento dura lo que la vida y es un proceso contínuo de aprendizaje y aceptación de los riesgos y del gozo que conlleva el vivir siendo verdaderos.

Según esto, la terapia no es, como nada en la vida, el barco que nos llevará a puerto seguro, ése que imaginamos en nuestras fantasías -conscientes o inconscientes- de que todo será como deseamos cuando nosotros lleguemos a ser como pretendemos, de acuerdo a nuestro ideal de perfeccionismo y a las normas que nos hemos tragado. Antes bien, toda psicoterapia profunda nos conduce a enfrentar nuestra crisis existencial -quién soy, qué quiero- y a enfrentar nuestra fobia al dolor y los juegos manipulativos que empleamos para evitar el dolor real, más llevadero que el fantaseado y que nos abre a un mayor desarrollo. Es en esta travesía que podemos encontrar lo que nos es propio y continuar el camino aprendiendo lo que la vida nos depare.

Inés Martínez (1997)

Apuntes sobre la experiencia

La propia vida es el proceso terapéutico más rico que tenemos todos a nuestra disposición. Para poder seguirla con más o menos soltura y amplitud es necesario transformarse y madurar. La vida no es de color de rosa, ahora están más vivos, ¿que más quieren?, decía Perls. Nuestro saber vivirla vendrá determinado, entre otros factores, por el grado en que podamos saborear la vida en todas sus cualidades de gusto, en todos sus tonos emocionales, y por el grado en que podamos acercarnos al reconocimiento de lo real tanto de nuestra experiencia interna como de nuestra percepción de lo exterior.

Aquí, de la terapia gestáltica, resalto la propuesta de experimento por parte del terapeuta como una de sus formas de intervención: proponer la repetición de un gesto o de una palabra, exagerar un tono de voz, explorar el contacto con una situación o persona representándola simbolicamete en la sesión… Si bien en algún momento puede servir para explorar actitudes nuevas, el valor de la misma reside básicamente en que es un medio para atravesar la experiencia percatándose de la misma. La relación con el terapeuta, y con el resto de participantes, si la terapia es grupal, es activada y atendida para aumentar el grado de conciencia de lo que cada uno experimenta y de cómo distorsiona tanto la percepción de su vivencia interna como de la realidad externa.

La propuesta o focalización brindada por el terapeuta será experiencial en la medida en que incluya la implicación del nivel corporal. Este nivel es evidente cuando la propuesta conlleva acción física. Cuando ésta es menos aparente, el cuerpo sigue manifestándose a través de su expresión y siempre está presente en la resonancia sensorial interna aún cuando la acción sea pensar, relajarse o meditar. Tarea del paciente, recordada por el terapeuta, es atender su devenir momento a momento.

El amor es uno, lo pongo en minúscula para resaltar que éste es cada uno de los amores que experimentamos, aunque perfilado de modo diferente según cada contacto. El dolor también es uno, vivido con diferentes matices según la situación. Las situaciones pasadas están presentes y las no resueltas emergen distorsionando tanto la percepción de nosotros mismos y de las situaciones en que nos encontramos como nuestra capacidad de respuesta. La conciencia de ellas, nombrar y atravesar experiencialmente, sensorialmente, aquellos aspectos truncados, evitados en las mismas, nos aproximan al reconocimiento de lo obvio, lo cual posibilita que uno pueda apropiarse y responsabilizarse de lo suyo.

En cierto sentido, cambiar no es posible. Nadie puede ser otro, aunque dediquemos a ello considerables esfuerzos y a veces parezca que lo consigamos y no podamos salir de la encerrona que ello supone. La gran transformación, dolorosa, decepcionante, arriesgada…vivificadora, es el camino de vuelta a uno mismo. Dirección que implica adueñarse de la propia experiencia.

Cristina Nadal (1997)