Reconciliación

Ahí estaba, sentada frente a ella, cara a cara. La veía tan estúpidamente inútil; sí, era desastrosa o, mejor dicho, era la Desastrosa, la llamaría así, la Desastrosa. Lo que hacía era absurdo, sólo se podía explicar porque fuese tonta o porque quisiese joderla, quizá ambas. Sea como fuere, era insoportable, sólo pensaba en quitársela de encima. Estaba tan harta de que no le hiciera caso. Empezó a decírselo una vez más, ¿cuántas iban ya? “Eres un desastre, ¿cómo puede ser? Sí claro, tu siempre con el cuento, ‘ay, me he olvidado, ay, lo que perdido…’ ¡Joder, que no es tan difícil! Sólo de organizarse un poco; que todos lo hacen menos tú. Así no se puede ir por la vida, ¿no ves que no irás a ningún lado? ¿Quién va a querer estar contigo? ¡Espabílate!”.
Después fue el turno de la Desastrosa, quien, mientras escuchaba a la Lista, iba cayendo y hundiéndose una vez más, ¿cuántas iban ya? Se hacía pequeña, le habría gustado desaparecer y, de hecho, ya lo intentaba ya: procuraba no contestar, darle la razón,… La entendía, no había nada más lógico, y eso la hacía sentir culpable pero es que no podía evitarlo, ojalá se le pasara y cambiara un día. Mientras tanto, sólo le faltaba que ella se lo fuera machacando.
Todo aquello no era nada nuevo, sólo una vez más, pero pesaba verse en esa rueda de hámster, en repetición sin fin. Acomodada en ello, la desesperanza se alimentaba también sin fin con cada una de esas veces.
Y con esa mirada se fueron y compartieron una semana más repleta de nítidos desencuentros.

Así que, de nuevo una delante de la otra, estaban dispuestas a hacer la misma escena, como un bucle temporal en una obra de teatro. Sin embargo, no todo era igual, cada vez pesaba más y la desesperanza engordaba. Sintió un lejano revolvimiento de tripas que se tornaba en desesperación y con su energía la incomodaba en su desidia. No podía más con ese diálogo infernal, eso sí que la volvía loca. Y se quedó callada. No sabía qué otra cosa hacer pero sí sabía que no quería seguir haciendo lo de siempre; la incomodidad se había transformado en decisión aun sin saber hacia dónde ni cómo.
– Acostumbras a juzgarla, sermonearla, burlarte… ¿qué sientes cuando miras a la Desastrosa y le hablas?- le preguntó la terapeuta.
La Lista repitió algunas de esas frases tan sabidas, que ahora empezaba a detestar, para darse cuenta del sentimiento de donde brotaba todo aquel corrido de sentencias; sentía desprecio por ella y estaba rabiosa. De hecho estaba enfadada con ella pero había algo más. Siguió escuchando un tiempo. De fondo sonaba una profunda impotencia. Eso sí que no le gustó nada; ¿impotencia?, no podía ser que “no-pudiera” sin la Desastrosa, que la necesitase. Demasiado tarde, lo obvio ya había ocupado el primer plano, era tan fastidioso como cierto que la Desastrosa tenía el poder de frustrarla: si no hacía lo que ella quería, no lo hacía y punto, por más que le cantara su lista de sus deberes, razones lógicas y broncas varias. Ahora sí que estaba jodida, se sentía muy frustrada y, sobretodo, desconcertada.
La terapeuta le sugirió: “no haces más que qué hablarle de ella, de lo que tendría y no tendría que hacer. Eso ya te lo conoces y acabas de darte cuenta de a dónde te lleva, a la frustración y la impotencia. ¿Qué tal si haces algo diferente? Háblale de ti”.

¿Qué le hablara de ella? Pero si ya lo hacía… o eso creía. Lo cierto es que todas sus frases solían empezar por tú… Lo intentó con el yo… empezó. Le fue mostrando su enfado, un enfado lleno de reproches tan conocido como antiguo, hasta que al poco se encontró hablándole de aquella vez en que, lo que la Desastrosa había hecho, a ella le había dolido tanto. La rabia se empezó a humedecer con el dolor y lloró. Claro que la necesitaba, mierda, ya la había necesitado y le había fallado… Y le seguía fallando aunque al menos ahora la iba castigando.
Otra propuesta: “¿quieres pedirle algo?”.
Uff, eso ya era reconocerle que la necesitaba. ¿Y si la Desastrosa se crecía y todavía pasaba más de ella? Tenía miedo. Tras largas pausas y bufidos varios, se lo pidió con la boca pequeña. Sorprendentemente, al hacerlo y escucharse notó claramente como todo en ella decía ‘sí, eso es lo que necesito, lo quiero’; así que lo volvió a pedir, ahora con más claridad y firmeza.

La Desastrosa ya tenía preparado el batallón de frases habituales pero no encajaban con lo que acababa de suceder, con cómo le había hablado la Lista. La miró, ahora la veía más que nunca. Sostuvo con dificultades el desconcierto mientras una mezcla de emociones se hacía presente, tuvo sensación de caos. Estaba contenta porque se sentía tenida en cuenta, pero a la vez, eso mismo dejaba en evidencia todas las veces que no había sido así, cosa que la conducía al dolor y al odio; además, ahora le tocaba a ella mostrarse, intentar explicarle qué le pasaba en vez de sólo soltar la retahíla de excusas y justificaciones, y eso la asustaba. Conmovida, intentó expresar todo lo que tenía dentro.
La Lista la vio asustada y frágil, incluso faltada de recursos o con pocas ganas… pero no desastrosa.
Estaban enfadadas, dolidas y, sin embargo, se habían acercado. Tenían mucho que decirse y que sentir, había un buen camino por delante.

Empezó un tiempo de querer mirarse, de mostrar y mojarse, de intentos; también de boicots, venganzas y patinazos hacia lo de siempre. Un tiempo de saberse, de enseñarse las heridas y de llorar juntas; y de compartir necesidades e ilusiones, de descubrir opciones tras las contradicciones.

Tras varios encuentros vuelven a estar ahí, sentadas una frente a otra. Esta vez para agradecerse esfuerzos la una a la otra, para reconocer el respeto, la honestidad y el interés por el cuidado mutuo. Siguen existiendo las diferencias en cómo sienten y viven la vida pero quieren lo mismo. Y se funden en un abrazo. Hoy no están cerca, hoy son una.

 

Ruth Vila (2009)

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