Nueva etapa

La vida tiene la característica de ser cambiante incluso en especies como los corales cuyo ritmo es muy lento. Y actualmente estamos inmersos en una aceleración impresionantemente más alta que en el resto de la existencia de la humanidad y en una globalización imparable favorecida por la enorme capacidad de intercambiar información y el ambicioso sistema financiero internacional.

El miedo y la huida hacia delante, inmersos en el estadio narcisista imperante en el primer mundo, nos lleva a la crisis actual, no sólo económica, también y muy profundamente de desconexión con la vida, de lo que somos, de muestras potencialidades humanas, que no tecnológicas, y de nuestros límites.

En medio de esta enorme crisis que nos está afectando tan masivamente y, paradójicamente, habiendo hecho la inauguración del local de Portaferrissa, que es donde actualmente impartimos la formación de la Escuela del Taller de Gestalt de Barcelona, me siento inaugurando una etapa en la que me abro a un cierto tipo de espiritualidad atea. Entiendo más profundamente que las circunstancias que vivimos sólo son eso, las circunstancias del momento. Son las ocasiones que tenemos para aprender de nuestra propia humanidad y de la vida, aprendizaje que aporta sentido existencial y que considero la mejor vía para responder a esas situaciones concretas. Por supuesto, ese aprendizaje requiere implicación, pero ésta es parcial e ineficaz para el cambio necesario si sólo es interna (trabajo personal) o sólo es externa (implicación social).

La gestalt, favoreciendo el encuentro con la realidad circundante y a través del diálogo entre nuestras partes internas (sean desconocidas, alienadas y/o conflictuadas) en su nivel más profundo, abre el espacio de indiferenciación creativa, llamado así por Friedlaender, desde donde emerge y se desarrolla cada característica, aspecto propio y vivencia concreta. Es un espacio vacío y fértil al que en Gestalt accedemos gracias a identificarnos con todo lo que somos y al que en muchas corrientes espirituales se accede desde la desidentificación justamente de lo mismo y sobre todo de los deseos.

Este espacio vacío es el que en psicoanálisis es necesario despejar para que la persona pueda acceder al cambio de posición subjetiva, que se da en el proceso de cura, en buena parte, gracias al trabajo de asumirnos como castrados/as, es decir, limitados/as. Bendito corte, el de la castración, que nos permite poder reconocer nuestros límites, nuestras necesidades y nuestros deseos como tales.

Todo proceso terapéutico que cura a través de profundizar en uno mismo y de confrontarse con lo rechazado (sea esto interno y/o externo) abre espacio hueco, vacío, para podernos situar desde lugares propios más profundos que aportan sosiego y coherencia interna, condición necesaria para el bien estar.

Y sí, claro que hay circunstancias de mierda como la actual, que es muy nociva, y enfermedades muy limitantes que conllevan mucho sufrimiento y pérdidas muy difíciles de asimilar y sin embargo, son ellas, estas circunstancias, las que tenemos para seguir aprendiendo y las que nos llevan a lugares enriquecedores, si nos abrimos a ellas. Del mismo modo, nuestras realizaciones, que por cierto, siempre son parciales, también nos abren a nuevos espacios nutritivos.

La Gestalt se fija en la zona de interacción entre el sujeto y su entorno, es por ello que creo que tiene una especificidad a aportar a esta etapa tan crítica, más allá de facilitar la tan necesaria y urgente conexión interna.

En la conjunción de todo lo que apunto en este escrito encuentro base para encarar la nueva etapa en la que me siento actualmente.

 

Cristina Nadal i Muset (abril-2012)

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