Mente…

De un tiempo a esta parte, en algunos círculos terapéuticos la mente se ha asociado a una cosa tramposa. De tal modo que si alguien te dice «eres muy mental», se percibe casi como un insulto. Por el contrario «eres muy emocional» suena a piropo. Y sin lugar a dudas se lleva la palma: «eres muy corporal», aqui ya tocan campanas e incluso se celebra con unas copas. ¿Cómo se ha ganado la mala fama? Se acusa a la mente de ser mentirosa, de propiciar el auto-engaño y el lio. De blindarse y ejercitarse en mecanismos defensivos.

Cierto es que por una desafortunada confusión creemos que somos nuestra mente. Usualmente se entiende así en occidente: el «yo» es nuestro centro mental. Como si fuera un ser pequeñito situado en la cabeza, frente un gran ordenador -el cerebro- del que recibe mensajes y al que envia respuestas sin cesar. Y este personaje está asociado a introyectos, es decir, conceptos del mundo y creencias de como tienen que ser las cosas, no siendo éstos ni conscientemente elegidos ni masticados: no asimilados en definitiva. Parece razonable que con esta percepción de la mente, junto a la preponderancia que en nuestra cultura se le ha dado, se tenga una mala impresión de ella y pueda sonar a liberación estar gobernado por la emoción o el cuerpo. Y diría que también subyace una relación con la rebeldía; dado que la mente se asocia con lo masculino -padre, poder, Ley, Dios…- desacreditándola, implícitamente jugamos más cosas de las que parecen.

Mas no olvidemos que cada uno de los centros es también susceptible de manifestaciones enfermas. En el centro corporal la cosa tiene que ver con las corazas musculares; que algo protegen, pero a costa de aislar y desconectar de las necesidades. En el emocional, podríamos hablar de una expresión y contacto con la emoción transformado en un acting; una suerte de escapada ciega a ninguna parte, a través de un pretendido disfraz de autenticidad. Deteniéndome de nuevo en el centro mental, añadiria que la cuestion toma un color gris cuya tonalidad puede ir del mate al metalizado, ya que a veces el autoengaño puede llegar a ser brillante… Tiene que ver con esos eternos circunloquios, prólogos, justificaciones, fantasías y demás chácharas que nos alejan de lo genuino y que tantos prejuicios han despertado en estos tiempos akuarianos.

Pero como es fácil deducir, si se parte de una confusión el resultado es necesariamente borroso. Obviamente el problema no está en la mente sino en su mal uso y en la ilusoria identificación antes mencionada. Visto desde el borde de la salud, si el centro corporal aporta anclaje, enraizamiento; y el emocional profundidad, intensidad, humedad; el mental aporta límites y elaboración. Si todos estos aspectos son fundamentales y vitales en la propia existencia, cómo no lo serán en un proceso terapéutico. Entiendo que justamente en el equilibrio de los tres centros se asienta la posibilidad de estar en el mundo de una forma más real. Ahí, en ese equilibrio, las virtudes de la mente adquieren su justa y necesaria dimensión, y naturalmente deja de ser ese escudo&lanza que a veces fantaseamos como artrósico e inflexible. En fin, creo que observando la cuestión desde este ángulo, se puede apreciar que igual la hemos denostado en demasía.

Josep Devesa (1999)

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