Estar bien

No hay recetas para estar bien. Es algo maleable y escurridizo. Seguramente no es muy difícil ponerse de acuerdo en qué consiste esto de estar bien. En mayor o menor medida uno reconoce el bienestar, más allá que para cada cual los ingredientes sean unos en concreto u otros en particular. Es amplio y paradójico: unos están bien complicándose la vida, a otros las complicaciones les llevan al malestar.

Decíamos que no hay acuerdo en los ingredientes. Tampoco en las recetas. Seguramente un buen punto de encuentro es la afirmación «qué bien se está cuando se está bien». Pero no lleva muy lejos. ¿Cómo hacer para sentirnos mejor? Yo mismo, el vecino, los amigos. Un modo de acercarse al asunto es por la vía de ver como me pongo mal, -pasando por alto cuestiones contingentes que sin lugar a dudas pueden dar malvivir-. Y como el tema se puede abordar desde diversos lugares, me centraré en un aspecto que a mi parecer es fundamental.

La actitud, una cierta actitud. Lo de Al mal tiempo buena cara, no lo veo claro. Al mal tiempo mala cara, suena mejor: más coherente. Porque, ¿no será que uno de los nudos de la cuestión es la creencia, consciente o no, de que «hay que estar bien» o peor todavía: «se puede estar siempre bien (si me lo curro)»? Incluso en La casa de la pradera lo pasaban mal a menudo a pesar de los esfuerzos de Michael Landon (hay que reconocerle, eso sí, el que los capítulos siempre acabaran bien…). Bromas aparte: la búsqueda del bienestar perenne nos coloca en un lugar difícil. Y es justo en ese lugar, donde se inicia el movimiento que, entiendo, nos lleva al mal-estar.

La actitud de apego, en definitiva. Cuando estoy bien deseo que ese ánimo perdure, que no se acabe, me aferro… y empiezo a perderlo en ese mismo instante. No se puede congelar el momento ni la sensación. Cuando trato de retenerlo es cuando empieza a esfumarse y, si sigo con el esfuerzo, encima lo puedo convertir en una parodia. Y me queda esa cara de bobo que me queda cuando no lo estoy pasando nada bien pero pretendo que estoy bien. Insisto: eso de al mal tiempo buena cara…

Retener el bienestar. Árdua e inútil tarea. En el mejor de los casos conduce a una zona intermedia en la cual no me siento mal pero necesito contener la respiración. En el peor, me frusto por lo perdido y busco culpables por doquier. No se trata de leer esto en clave de truco, es decir, si no me aferro lo consigo, ya que existe un truco mejor: durante los cinco siguientes segundos no pienses en un perro verde y estarás bien (la técnica es la misma). Lo que intento decir es, de hecho, una obviedad: estar bien y estar mal son estados reversibles y mutuamente necesarios: prueba a estar siempre bien y apuesto a que al final te aburres. Y… contradictoriamente locos. Podría ser que estando mal me acerco y me instalo en ese rincón nevado de mi alma que mira a través de unos cristales empañados y tiene como único acompañante el goteo del grifo, y que me hace sentir infinitamente pequeño y… valiosamente humano. Y podría ser que estando bien me decanto a la prepotencia y estupidez. Podría ser eso o justo lo contrario.

Y bien, fundamentalmente lo único que quiero decir es que no hace falta añadirle recriminación y culpa al malestar, como si uno fuera un mal alumno de la vida, tan simple como eso. Y que quizás, y sólo quizás, desde ese lugar es posible ponerle al mal tiempo buena cara sin pillarse los dedos.

Josep Devesa (2003)

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