¿están locos?… estamos locos

Sí, por supuesto, están locos unos y otros, los que provocan y los que imponen la guerra. Propongo desde aquí la perspectiva de que el resto también participamos de esta locura.

Para ello empezaré haciendo alguna referencia al recorrido del desarrollo psíquico del individuo. Éste se inicia en el estado confusional y simbiótico del bebé con la madre. La identificación del bebé con la imagen de sí que le refleja el espejo -bajo la mirada aprobadora de la madre- junto con el pensamiento omnipotente característico de esta etapa, facilitan la creencia de estar completo y de ser el centro del mundo, de ser un «yo ideal». Ahí estamos en el inicio de la etapa del narcisismo constitutivo del psiquismo, necesario para poder autoreferenciarse y para iniciar el proceso de individuación. Si el bebé tiene la suerte de que la madre desee al padre o a otro, que corte la simbiosis, el niño/a entrará en la etapa de la rivalidad cuya dinámica es «o yo o el otro» que no está tan alejado de «o soy Dios o soy una mierda». ¿Te suena? Todos hemos pasado por ahí, el anclaje en esta etapa puede ser mayor o menor y ello va a determinar en gran medida el grado de patología. La maduración requiere del acceso, que es laborioso, a la dinámica «yo y los otros», diferenciados.

Entiendo el «pedo» narcisista como aquel en el que la persona, desde la megalomanía o el aceramiento sufriente, no se aviene a ir soltando la imagen ideal de sí misma, aunque mantenerla le suponga un alto grado de estrés y de desgaste. Soltarla, confrontarla con la realidad, produce angustia. En el trastorno narcisista de la personalidad se trata de angustia frente a la desintegración. No hay términos intermedios «o todo o nada.»

La violencia es un acto que busca no perder o recuperar el yo ideal primigenio. Busca mantener la posición de privilegio frente a los otros. Y estos otros los encontramos en la vida cotidiana porque, claro, muchos de ellos nos dan juego. Lo loco de la agresión narcisista, es que el otro es sólo una percha de nuestros escenarios infantiles y aspectos internos no asumidos, de los cuales no nos hemos hecho cargo de forma suficiente.

Es muy difícil, por ejemplo, notar el dolor recibido y el dolor provocado sin alimentar mientras tanto un discurso vengativo o victimizante. Llorarlo, dejarse notar el desgarro o la herida con el suficiente interés, compromiso y apertura como para que el cuento que uno se ha contado sobre sí y sobre el mundo tome nuevas derivas y aporte modificaciones en el guión, cura.

Cura de quedarse pegado al ideal omnipotente que siempre está ahí tentando. Hasta que no pude reconocerme loca al ver cómo estaba alimentando la destrucción dentro de mi pareja, no pude tomarme en serio la tarea de dejar de alimentar la percepción y el trato al otro como si fuera un enemigo. Para esta tarea necesito hacerme cargo de mí en mi propia historia.

¿Pertenecemos a un mundo loco? Sí, sin embargo esta afirmación, sin el reconocimiento de nuestra propia locura, suena demasiado denostadora. Como si el mundo no lo formáramos todos. La guerra ha existido desde que existe la humanidad y nosotros no tenemos los rituales que tienen los animales para no destruirse, ni tampoco los rituales que sí poseyeron generaciones anteriores para canalizar el sobrante de nuestra necesaria agresividad y encauzar nuestros fantasmas inconscientes.

Creo que la nutrida respuesta general contra las guerras tendrá mayor alcance y profundidad si a la par asumimos todos y cada uno nuestra propia locura y violencia. Saber que van a seguir ahí nos aporta una perspectiva más realista desde la cual posicionarnos y seguir actuando.

Cristina Nadal (marzo-2003)

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