Desencuentros

Cuando más mal me he hecho a mi misma, cuando más mal he hecho al otro ha sido al obligarme a estar en un encuentro por no querer afrontar y sostener el dolor y la frustración del desencuentro con el otro. Y, en la consulta, me encuentro demasiado a menudo con la dificultad de las personas para aceptar que no se está dando un encuentro que querían, sufriendo mientras continúan aferrándose a una situación insatisfactoria.

Fritz Perls decía:

“Yo soy responsable de mi vida y tú eres responsable de la tuya.
Yo hago mis cosas y tú haces las tuyas.
No estoy en este mundo para llenar tus expectativas;
y tú no estás en este mundo para llenar las mías.
Tú eres tú y yo soy yo.
Y, si por casualidad nos encontramos, es hermoso.
Si no, no puede remediarse.”

En el devenir de la vida hay encuentros. Se dan cuando aquello que queremos del otro coincide, aquí y ahora, con lo que el otro quiere de nosotros. Son momentos de comunión en que sentimos el placer y la plenitud de la satisfacción.

Pero no siempre es así. A veces nos encontramos en desacuerdo con el otro, ya sea en el planteamiento global, al concretar aspectos más parciales o porque frente al aquí y ahora hay un allí o después. Esta imposibilidad de encontrarnos es lo que llamo desencuentro .

Gracias a nuestra capacidad innata para buscar nuestro equilibrio, la frustración que resulta de un desencuentro contiene en si misma lo que necesitamos para digerirlo e integrarlo. Sólo hace falta que dejemos hacer el proceso espontáneamente, dejarnos sentir la vivencia del desencuentro. A su tiempo la rabia irá dejando paso a la pena, necesaria para despedirnos de aquello que queríamos y no tenemos y concluir así la situación. Sigue un impass después del cual podremos darnos cuenta y hacernos cargo de otras necesidades que quedaban en segundo plano o han surgido nuevas.

No es fácil. El estado de frustración es esencialmente desagradable. Estar frustrado pasa por estar “mal” y consiste en tener pensamientos pesimistas o violentos o catastróficos o desesperanzados; sentirse rabioso, triste o dolido o… un poco de todo; acompañado de sensaciones corporales angustiosas, inquietantes, tensas, etc. Pero no es gratuito. Gracias a ello somos conscientes experiencialmente de que hemos quedado insatisfechos. Tenemos un trabajo que hacer: revisar y actualizar la necesidad no resuelta y, si todavía está viva, buscar una nueva vía para satisfacerla; y el malestar es la fuente de energía para llevarla a cabo. La intensidad de todo ello es proporcional al grado de necesidad.

A veces, cuando renunciar a las expectativas nos genera conflicto y/o tememos el desagrado de la frustración, surge la tentación de escaquearnos. Optamos entonces por no frustrarnos… o, mejor dicho, por hacerlo ver. Hay múltiples formas de amortecer la vivencia: quitarle importancia, despreciarla, tensar todo el cuerpo ara no notarla, atribuirla a otra situación, aplazar el ocuparnos de ella… Y, si el riesgo de frustración es muy intenso, siempre podemos negar rontundamente que se haya dado. La negación es una medida realmente efectiva. Tiene el pequeño inconveniente de que, siendo tan drástica, implica más ruptura interna y su mantenimiento es muy costoso pero es cuestión de esforzarse. En esto del autoengaño podemos hacer verdaderas filigranas.

El resultado: calmamos de forma inmediata la ansiedad que sentimos frente al desencuentro manteniendo un contacto aparente con el otro, mientras la necesidad insatisfecha sigue allí, ahora más tapada. A momentos, especialmente cuando nos paramos y todo queda en silencio, oímos el murmullo de su presencia por lo que será mejor no quedarse quieto a solas con uno mismo. Así vamos alimentando un vacío y una soledad interiores que crecen de forma larvada. Y, si mantenemos esto durante suficiente tiempo, puede que incluso consigamos olvidar que todo era un autoengaño. Es entonces cuando empieza la confusión y nos sentimos perdidos sin saber qué buscamos. Estamos vacíos y desorientados pero, lo que importa, frustrados no. Y llegamos al final de la historia. O sea, que para no sufrir por la frustración acabamos sufriendo por el vacío, la confusión y la insatisfacción. Esto es lo que se llama un buen negocio.

Para los que llegamos a la conclusión de que no lo es, salir de ahí empieza por decidir que ya tenemos suficiente del sufrimiento actual y, tal como hizo Teseo en el laberinto del Minotauro, ir estirando el hilo. El del vacío y la soledad en este caso que, si bien no sabemos en concreto dónde nos llevarán, sí sabemos con certeza que conducen al centro del ovillo, donde se gestó el laberinto en que nos encontramos perdidos hoy. Una vez en el núcleo encontramos aquella frustración de la que huíamos. Hace falta darle el espacio que requiere para hacer su proceso. A veces esta frustración puede hacer resonar otras que no estén bien resueltas, situándonos así frente a una nueva oportunidad para su conclusión y asimilación. Y, si nos resistíamos a asumir el desencuentro, era por miedo: así que también nos lo encontraremos. Sale de la creencia fantaseada de que aquello que evitamos es ¡terrible y que acabará con nosotros!, que no podremos sostenerlo. La realidad, si bien dolorosa, nunca es tan cruda como la fantasía dado que esta ha ido creciendo, distorsionándose y degradándose con el tiempo.

Pero sobretodo quiero destacar que de lo que no nos habla esta fantasía catastrófica es del sentimiento de que todo está donde toca, de la paz interior que acompaña al dolor y la frustración. Al principio más en segundo término para acabar, cuando el dolor y la frustración se van, llenándonos por dentro y deshaciendo la parte de vacío que nosotros mismos habíamos estado generando mientras huíamos. El otro vacío que queda es aquel impass del que hablaba antes, el espacio para que surja una nueva necesidad de encuentro. Además, toda la energía que invertíamos en mantener el autoengaño se libera, quedando a nuestra disposición para emprender nuevos proyectos.

“Si no, no puede remediarse”.

Sólo aceptar y dejarme sentir la existencia de los desencuentros en mi vida me ha permitido percibir el valor de los encuentros en su verdadera medida y disfrutarlos, como los pequeños o grandes tesoros que son.

Ruth Vila (2004)

Comentar

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.