Descubriendo la sopa de ajo

Ahora hace ya unos 12 años que voy trabajando en mi proceso de crecimiento personal, tanto a través de las sesiones individuales, como de la formación de terapeuta, como acompañando a otros en su proceso. Y, en cierta forma, no puedo decir que haya aprendido nada nuevo. Me explico.

El camino ha sido y sigue siendo todo un hallazgo para la Ruth de hace años y para la de ahora. Y mi vivencia es la de estar descubriendo rasgos y dinámicas de mi misma que me ayudan a transformar mi vida. Más allá del aspecto concreto de cada novedad, me doy cuenta de que, en esencia, aprendo: a respirar, a conectarme con el cuerpo y notarlo, a escucharme a nivel emocional (es decir, a identificar qué estoy viviendo); a respetarlo, hacerme cargo y ver qué es lo que necesito; y a hacer lo que esté en mis manos para satisfacer esta necesidad (sin esforzarme en aquello que no depende de mí), asumiendo las consecuencias de todo ello. Estar en contacto con uno mismo a la vez que con el entorno y relacionarse fluidamente en el aquí y ahora. Simple y potente, como la mayoría de las cosas verdaderamente esenciales en la vida.

Lo que acabo de decir con mis palabras que voy aprendiendo, F. Perls lo llama autorregulación organísmica. Este concepto se basa en el hecho de que el equilibrio entre un organismo y el entorno es la esencia de la supervivencia y, por lo tanto, salud. Que la búsqueda de esta homeostasis rige toda la vida es más evidente en el caso de los organismos unicelulares, pero igualmente determinante en los pluricelulares como nosotros, si bien la concreción de esta dinámica es más compleja. Nosotros alcanzamos el equilibrio satisfaciendo nuestras necesidades (fisiológicas y psicológicas) interactuando con el medio mediante nuestra conducta.

La autorregulación organísmica es la capacidad de detectar y organizar estas necesidades así como nuestra conducta para contactar con el entorno y satisfacerlas. Cada necesidad que emerge lleva inherente la energía que requerimos para pasar a la acción cara a resolverla. Pero, a pesar de que emergen diversas simultáneamente, no podemos atender adecuadamente más de una a la vez. Hace falta pues un criterio para priorizarlas que es el de supervivencia dominante: la necesidad que sea más indispensable para la supervivencia de forma inmediata se antepone a las otras, que quedarán en segundo término hasta que la primordial sea satisfecha, momento en el cual se actualiza el orden. Y así sucesivamente.

Dado que el entorno está en cambio continuo, el proceso de mantener el equilibrio respecto a él debe ser también continuamente variable, haciéndose indispensable la creatividad adaptativa. Tal como yo lo veo, éste es el resultado (por ahora) de millones de años de nuestra evolución adaptativa, fruto de la interacción entre nuestra especie y el mundo en que vivimos.

La persona incapaz de adaptar sus recursos para interactuar con lo que la rodea de forma efectiva no satisface sus necesidades y, si se mantiene el desequilibrio durante un tiempo prolongado, enferma. No vive de una forma verdaderamente creativa sino más bien determinada por automáticos -que a menudo ya no sabe de dónde provienen- que, precisamente por automáticos, no se corresponden con el verdadero resultado de aplicar el criterio de supervivencia dominante a cada situación específica. La consecuencia es una vitalidad mediocre en medio de una desorientación general (no sabe qué quiere ni, por tanto, como conseguirlo). Es lo que llamamos neurosis. Así pues, las dificultades y confusiones más o menos crónicas con que todos nos encontramos a la hora de llevar a cabo este proceso son el reflejo de nuestro grado de neurosis.

Este proceso, que era y es para mi un gran aprendizaje, tampoco me parece muy frecuente en las personas de mi alrededor… y, a mi parecer, es una carencia profunda y generalizada en nuestra cultura occidental (que paradójicamente llamamos desarrollada, avanzada, etc.). En cambio sí lo he encontrado en personas de otras culturas (las mal llamadas «subdesarrolladas»), en reflexiones filosóficas de hace muchos siglos (raíces de nuestra cultura) y, de hecho… en cualquier bebé.

Llegados a este punto, parece que como cultura hemos perdido algo esencial para nuestra supervivencia a largo plazo. Pero el caso de los bebés me parece especialmente confrontativo para cualquiera de nosotros dado que ¡todos hemos sido bebés! Esto que «aprendo» ya era una capacidad innata en mi de la cual disfruté aunque no lo recuerde. Es a partir de aquí que entiendo la neurosis como una forma de olvido.

Si bien en parte el olvido es «heredado» y se nos ha transmitido culturalmente, hay otra que es individual y responsabilidad de cada uno de nosotros… Por suerte, porque quiere decir que está en nuestras manos poder re-aprender a vivir.

Me parece de vital importancia que comprendamos que, si la autorregulación organísmica es sinónimo de salud y supervivencia, su disfunción, interrupción o inoperancia es sinónimo de enfermedad y, en última instancia, de muerte.

Ruth Vila (2003)

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