Desencuentros

Cuando más mal me he hecho a mi misma, cuando más mal he hecho al otro ha sido al obligarme a estar en un encuentro por no querer afrontar y sostener el dolor y la frustración del desencuentro con el otro. Y, en la consulta, me encuentro demasiado a menudo con la dificultad de las personas para aceptar que no se está dando un encuentro que querían, sufriendo mientras continúan aferrándose a una situación insatisfactoria.

Fritz Perls decía:

“Yo soy responsable de mi vida y tú eres responsable de la tuya.
Yo hago mis cosas y tú haces las tuyas.
No estoy en este mundo para llenar tus expectativas;
y tú no estás en este mundo para llenar las mías.
Tú eres tú y yo soy yo.
Y, si por casualidad nos encontramos, es hermoso.
Si no, no puede remediarse.”

En el devenir de la vida hay encuentros. Se dan cuando aquello que queremos del otro coincide, aquí y ahora, con lo que el otro quiere de nosotros. Son momentos de comunión en que sentimos el placer y la plenitud de la satisfacción.

Pero no siempre es así. A veces nos encontramos en desacuerdo con el otro, ya sea en el planteamiento global, al concretar aspectos más parciales o porque frente al aquí y ahora hay un allí o después. Esta imposibilidad de encontrarnos es lo que llamo desencuentro .

Gracias a nuestra capacidad innata para buscar nuestro equilibrio, la frustración que resulta de un desencuentro contiene en si misma lo que necesitamos para digerirlo e integrarlo. Sólo hace falta que dejemos hacer el proceso espontáneamente, dejarnos sentir la vivencia del desencuentro. A su tiempo la rabia irá dejando paso a la pena, necesaria para despedirnos de aquello que queríamos y no tenemos y concluir así la situación. Sigue un impass después del cual podremos darnos cuenta y hacernos cargo de otras necesidades que quedaban en segundo plano o han surgido nuevas.

No es fácil. El estado de frustración es esencialmente desagradable. Estar frustrado pasa por estar “mal” y consiste en tener pensamientos pesimistas o violentos o catastróficos o desesperanzados; sentirse rabioso, triste o dolido o… un poco de todo; acompañado de sensaciones corporales angustiosas, inquietantes, tensas, etc. Pero no es gratuito. Gracias a ello somos conscientes experiencialmente de que hemos quedado insatisfechos. Tenemos un trabajo que hacer: revisar y actualizar la necesidad no resuelta y, si todavía está viva, buscar una nueva vía para satisfacerla; y el malestar es la fuente de energía para llevarla a cabo. La intensidad de todo ello es proporcional al grado de necesidad.

A veces, cuando renunciar a las expectativas nos genera conflicto y/o tememos el desagrado de la frustración, surge la tentación de escaquearnos. Optamos entonces por no frustrarnos… o, mejor dicho, por hacerlo ver. Hay múltiples formas de amortecer la vivencia: quitarle importancia, despreciarla, tensar todo el cuerpo ara no notarla, atribuirla a otra situación, aplazar el ocuparnos de ella… Y, si el riesgo de frustración es muy intenso, siempre podemos negar rontundamente que se haya dado. La negación es una medida realmente efectiva. Tiene el pequeño inconveniente de que, siendo tan drástica, implica más ruptura interna y su mantenimiento es muy costoso pero es cuestión de esforzarse. En esto del autoengaño podemos hacer verdaderas filigranas.

El resultado: calmamos de forma inmediata la ansiedad que sentimos frente al desencuentro manteniendo un contacto aparente con el otro, mientras la necesidad insatisfecha sigue allí, ahora más tapada. A momentos, especialmente cuando nos paramos y todo queda en silencio, oímos el murmullo de su presencia por lo que será mejor no quedarse quieto a solas con uno mismo. Así vamos alimentando un vacío y una soledad interiores que crecen de forma larvada. Y, si mantenemos esto durante suficiente tiempo, puede que incluso consigamos olvidar que todo era un autoengaño. Es entonces cuando empieza la confusión y nos sentimos perdidos sin saber qué buscamos. Estamos vacíos y desorientados pero, lo que importa, frustrados no. Y llegamos al final de la historia. O sea, que para no sufrir por la frustración acabamos sufriendo por el vacío, la confusión y la insatisfacción. Esto es lo que se llama un buen negocio.

Para los que llegamos a la conclusión de que no lo es, salir de ahí empieza por decidir que ya tenemos suficiente del sufrimiento actual y, tal como hizo Teseo en el laberinto del Minotauro, ir estirando el hilo. El del vacío y la soledad en este caso que, si bien no sabemos en concreto dónde nos llevarán, sí sabemos con certeza que conducen al centro del ovillo, donde se gestó el laberinto en que nos encontramos perdidos hoy. Una vez en el núcleo encontramos aquella frustración de la que huíamos. Hace falta darle el espacio que requiere para hacer su proceso. A veces esta frustración puede hacer resonar otras que no estén bien resueltas, situándonos así frente a una nueva oportunidad para su conclusión y asimilación. Y, si nos resistíamos a asumir el desencuentro, era por miedo: así que también nos lo encontraremos. Sale de la creencia fantaseada de que aquello que evitamos es ¡terrible y que acabará con nosotros!, que no podremos sostenerlo. La realidad, si bien dolorosa, nunca es tan cruda como la fantasía dado que esta ha ido creciendo, distorsionándose y degradándose con el tiempo.

Pero sobretodo quiero destacar que de lo que no nos habla esta fantasía catastrófica es del sentimiento de que todo está donde toca, de la paz interior que acompaña al dolor y la frustración. Al principio más en segundo término para acabar, cuando el dolor y la frustración se van, llenándonos por dentro y deshaciendo la parte de vacío que nosotros mismos habíamos estado generando mientras huíamos. El otro vacío que queda es aquel impass del que hablaba antes, el espacio para que surja una nueva necesidad de encuentro. Además, toda la energía que invertíamos en mantener el autoengaño se libera, quedando a nuestra disposición para emprender nuevos proyectos.

“Si no, no puede remediarse”.

Sólo aceptar y dejarme sentir la existencia de los desencuentros en mi vida me ha permitido percibir el valor de los encuentros en su verdadera medida y disfrutarlos, como los pequeños o grandes tesoros que son.

Ruth Vila (2004)

Experiencia

«La experiencia es un grado» decía mi padre, pero como eso puntuaba a su favor intenté buscar razones para dejar en evidencia la afirmación. Las busqué en vano. Era y sigue siendo una certeza. Y no creo que sea necesario argumentarlo.

La experiencia se puede observar de dos formas distintas. Tenemos la que se obtiene a base de tiempo: en cualquier labor que efectuamos de forma regular, el devenir va dejando un rastro de conocimiento y destreza. Y está la otra, esa que no requiere tanto del tiempo, sino que surge de una vivencia inmediata de algo. Sirva un ejemplo para ilustrarlo, pongamos que alguien sufre un atraco, en unos instantes ocurren varias cosas: sorpresa, la adrenalina subiendo, palpitaciones y una reacción, que puede ser arriesgada, prudente, ingeniosa… Si más tarde, en una charla de café, casualmente le preguntan si sabe qué es eso de un atraco seguro que la respuesta no será «La verdad es que no lo sé muy bien, no tengo mucha experiencia. Sólo me han atracado una vez».

Sobre este último tipo de experiencia, la que no está relacionada con el tiempo, versará este escrito, a partir de un par de reflexiones.

La primera: tiene que ver con la terapia gestalt, que en lo más íntimo se basa en la experiencia y el percatarse. Ahonda en la importancia de lo fenomenológico, es decir, el proceso que uno experimenta como propio; la búsqueda de comprensión basada en lo que es obvio o revelado por la situación, más que en la interpretación del observador. La importancia dada a esta premisa florece en la valoración del momento y lugar presente (aquí y ahora), y en la valoración de la realidad concreta. Es decir, sentir y experimentar más que pensar e imaginar, sin que ello signifique que pensamiento e imaginación deban eliminarse ya que son funciones útiles y necesarias para el desarrollo humano. Dicha prevención se entiende desde la constatación de que cuando estas funciones están desvinculadas del sentir y experimentar llevan a una deriva de justificaciones y racionalizaciones que pueden ser profundas y elaboradas pero vacías de contenido real.

Para facilitar la experiencia en la sesión de terapia, la gestalt dispone de una afortunada herramienta: la propuesta de experimento. Así llamamos a las sugerencias o indicaciones que hace el terapeuta al paciente en sesión individual o de grupo, y cuyo fin es que exprese algo mediante el comportamiento, en lugar de limitarse verbalizar o conocer internamente su experiencia. Puede incluir movilizaciones corporales, uso de la voz, visualizaciones, descargas emocionales, expresión artística… El asunto es llevar al paciente a entrar vivencialmente en el tema que está trabajando y transformar el hablar acerca de algo en un hacer. Es decir, se pide a la persona que se explore activamente a sí misma. Esto permite llegar más a fondo en el tema trabajado: no es lo mismo declarar «estoy muy enfadado» que expresar el enfado con gestos, sonido o golpes en una almohada, por ejemplo. Ya que puede pasar que mientras estoy expresando, como sea, el enfado sienta deseos de llorar, abrazar o reírme de mi mismo… Se puede apreciar el paso que permite observar, profundizar y, consecuentemente, seguir trabajando el tema en cuestión desde otro lugar. Es importante subrayar que los experimentos están esencialmente diseñados para ayudar a descubrir, y no para fomentar un comportamiento en particular.

La segunda: está en mi ánimo prevenir acerca de una enfermedad, muy actual, que a mi entender es susceptible de complicar el asunto que nos ocupa. Llamo a esta patología consumismo experiencial o, técnicamente, experiencitis. Con este término me refiero a la acumulación de experiencias, como si fuera eso – acumular- lo que permite madurar. La experiencia como fin en sí mismo. Las experiencias son tragadas en grandes cantidades y eliminadas sin que medie ningún tipo de asimilación. La velocidad inherente al asunto, produce una suerte de ilusión que entretiene y consuela el mismo vacío que crea. Está retroalimentación permite que el engaño puede mantenerse sin que en apariencia se note: en general los afectados aparecen satisfechos de su experiencia, sin atisbar siquiera que está se resume en la imagen y el prejuicio de una vivencia apenas rozada, tal es la rapidez y consecuente acumulación de estímulos.

Se puede afirmar (por ejemplo) ser un melómano cuando se tienen las obras completas de Beethoven y Jonnhy Cash en unos cacharros diminutos, en los que se pueden acumular más de cien horas de música (que nunca será escuchada). O bien, se formulan juicios de gran calado tipo «las mujeres (o los hombres) son todos iguales» después de una gran experiencia en Donjuanismo. La experiencitis, en fin, puede darse en todos los ámbitos, el del crecimiento personal incluido. Velocidad, intensidad, acumulación… de fondo está la imposibilidad de parar, como si relajarse fuera morir. Como si, indefectiblemente, la pausa llamara siempre al vacío, temiendo que éste sea el espejo que nos reflejará la soledad, el sinsentido, la frustración; sentimientos que, por otra parte, siempre están, en cierta medida, en nuestra vida.

Sin restarle un ápice a cualquier tipo de experiencia, por más loca que sea, y sin tener que llegar a eso de «menjar poc i païr bé», sí que considero un factor de aprendizaje y de salud, aquello de «honra a tu experiencia», feliz síntesis que le escuché, hace ya tiempo, a Albert Rams.

Josep Devesa (2004)

Narcisismo necesario – Narcisismo patológico

Artículo publicado en el Boletín nº24 de la Asociación Española de Terapia Gestalt. (2004)

INTRODUCCIÓN

El origen de mi interés por el narcisismo tiene una doble vertiente: por un lado mi proceso terapéutico como paciente y por otro mi quehacer como psicoterapeuta. A nivel personal, descubrir mi narcisismo y mi pretensión fue muy significativo y necesario en mi proceso de cura. Fue decisivo, por ejemplo, para activar la posibilidad de hacerme cargo de mis deseos concretos. Mi identificación con un carácter(2) que conlleva una imagen bastante degradada de misma me permitió seguir alejada del reconocimiento de mi narcisismo. Parecería, a primera vista, que lo que yo necesitaba era, en todo caso, una renarcisización; sin embargo, ello no resultaba dado que los feed-bakcs que yo recibía en este sentido es como si cayesen en saco roto, me ocupaba de que no fueran efectivos.

Por otra parte, como terapeuta, me encontraba con pacientes en quienes la identificación y profundización en sus mecanismos defensivos e incluso el reconocimiento de necesidades y deseos antes obviados, no comportaban los cambios y la mejoría que yo estaba acostumbrada a observar. Algo estaba haciendo “patinar” el trabajo. Al supervisarlos iba apareciendo cada vez de forma más clara la posibilidad de observar su manejo narcisista. La defensa férrea de su imagen idealizada estaba en el fondo del estancamiento de su proceso terapéutico. Unas veces era preservada mediante el amor propio, la inmovilidad y la dificultad de intimar conmigo y con los demás. Otras veces, era conservada intacta en la fantasía a través de seguir atrincherándose en la mala imagen.

Me interesó y me sigue interesando del psicoanálisis, además de su saber sobre clínica, su concepción del nacimiento del yo a través de la identificación con una imagen especular mediatizada por la mirada y el deseo de la madre o de quién ejerce la función materna. Ese narcisismo constitutivo de la psique, y por lo tanto necesario, que en su prevalencia impide la maduración tanto en su vertiente “Soy super guai” como en la versión “Soy siempre un desastre”. Prevalencia que, si es masiva y persistente, origina el llamado Trastorno Narcisista de la Personalidad (TNP), cada vez más frecuente en nuestras consultas. Aunque no solemos encontrar TNPs demasiado puros puesto que, en general, ellos no piden terapia (los que la necesitan son los que están a su alrededor), sí podemos detectar y poner de relieve trastornos narcisistas en la base de otras patologías.

Termino esta introducción citando, por parecerme muy gráfica, la forma en que Havelock Ellis en el año 1898 se refiere al narcisismo, por primera vez dentro de la clínica, como «una tendencia por estar enteramente absorto en la admiración de sí mismo»(3).

EL MITO DE NARCISO
Como sabemos, el narcisismo, entendido como la acción de tomar la imagen de uno mismo como objeto de amor, es descrito por el mito de Narciso. Éste, siendo muy hermoso y deseado por muchos jóvenes y ninfas, no se dejó seducir ni tocar por ninguno, alejándose con mucha soberbia de todos ellos. Ovidio, cuenta como Eco fue invitada seductoramente por Narciso y después violentamente rechazada. Ella cayó en una profunda melancolía, la cual también está relacionada con el TNP. “Las doncellas y los mancebos” rechazados “invocaron a Némesis, la Diosa de la venganza, exclamando “(…) que llegue a amar de este modo que jamás goce de ser amado.”(4).

Así es, sigue contando Ovidio, como quedó prendado de su propia imagen reflejada “en un cristalino manantial”: “al desear calmar su sed, creció en él otra sed; sorprendido por la belleza de la imagen que contempla, ama una esperanza sin cuerpo.”(5). Cuando descubre que el ser al que ama es el reflejo de sí mismo, desea separarse de su cuerpo al que golpea. Se muere contemplando su imagen. Se convierte su cuerpo en flor, en la flor de Narciso.

El mito alude a varios aspectos del TNP de los cuales destaco:

  • El desprecio por el contacto con los demás.
  • El «Amor a una imagen especular que se confunde trágicamente con un sujeto real.»(6).
  • La Ausencia de padre, la madre es violada, no hay padre u otro a quién ella desee.
  • Y la fijación maternal del sujeto: la madre es la ninfa agua, en la que él se ve reflejado.

LA INFLUENCIA DE LA SOCIEDAD ACTUAL

En realidad hace muy pocos años que se reconoce que el sujeto tiene valor como individuo y no sólo lo gozan los aristócratas o los reyes y los señores feudales(7). Además, el valor del individuo como tal y único se halla sólo parcialmente incorporado en la sociedad occidental. Rusia, por ejemplo, demostró carecer del mismo al no haber preparado el antídoto de los gases que usaron para matar a los secuestradores del Teatro Nacional. La guerra o la xenofobia hacen patente que Occidente tampoco lo tiene asumido. Evidentemente el poder y el dinero, actualmente máxima expresión de aquél, pasan muy por encima del valor de la vida de los humanos y de la vida en sí.

Aún así, el mito de la sociedad occidental, influido por los EEUU es el del individualismo y el éxito. Ronalt Reagan es un representante de este mito por provenir de una familia en la que en su infancia pasaron por estrecheces económicas. El héroe actual es el que triunfa, no el que aporta algo a la comunidad. Triunfa quién consigue aumentar el estatus social, enriquecerse y adquirir todo tipo de comodidades y lujos, aunque para ello uno/a tenga que desarrollar un alto nivel de adicción al trabajo. Ya sabemos que la ecuación resultante, tal como señalaba Rollo May, es soy lo que tengo. La psicología humanista nació, entre otras cuestiones, precisamente por la necesidad del sujeto de acercarse a su ser para recuperar la salud y prevenir la enfermedad.

Otro elemento a destacar es el aumento considerable y progresivo de desarraigo. A él contribuyen varios factores, entre los cuales están: la desaparición de la oportunidad de crecer en una familia amplia que aportaba la transmisión de orientación y sabiduría, tarea que en demasiadas ocasiones es delegada a la escuela; el sabido aumento de contratos temporales; la pérdida del sentido del casamiento como un compromiso de permanencia, que si bien en muchos casos es una excelente oportunidad de rehacer la vida, en otros priva de madurar a través del aprendizaje que supone el compromiso… .

Tenemos muchas más oportunidades de adquisición y de información que nunca, mucho está al alcance de nuestra mano. Con el desarrollo de los avances médicos y tecnológicos es fácil fantasear que podemos tener a la naturaleza bajo control, aunque mientras tanto vayamos contribuyendo al deterioro de la vida en el planeta. Hemos cambiado valores como la renuncia, el respeto, la honestidad, la paciencia… pertenecientes a los valores totalitarios de antaño, por la ambición, la moda, las adicciones y el ocio excitante que nos sirva para desconectar del estrés provocado por la orientación del tener que seguir y seguir consiguiendo. Consiguiendo, de forma trepidante, un bienestar individual y como mucho para los nuestros. Los niños, por ejemplo, están llenos de actividades extraescolares para que estén bien preparados para el futuro. Tienen que ser los mejores para ser competentes. Además, en general nos es difícil frustrarles y muchas veces fallamos al no ponerles o no mantener límites que son necesarios para su desarrollo.

La revolución frente a aquellos valores totalitarios, que por supuesto no tenían en cuenta muchas de las necesidades y posibilidades individuales, ha sido engullida por el alza de otros valores menos sólidos y más estresantes. Los cuales, nos alejan igualmente, o más, de nuestra condición de seres humanos, en definitiva, de nuestro ser. La búsqueda genuina de libertad de dicha revolución requería el ejercicio de la responsabilidad por las propias opciones. Responsabilidad, que desde la Gestalt sabemos que no es posible sin hacernos cargo de nuestra experiencia interna y del entorno que contribuimos a crear. Seguimos guiados por estereotipos externos, ahora mucho más banales y menos solidarios que van agrandando nuestro desarraigo y nuestra angustia existencial.

Los aspectos mencionados facilitan la pérdida de sentido y de significado de la vida, el aumento del desasosiego, la insatisfacción y la depresión, todos ellos, factores presentes en el TNP.

A ello podemos contribuir con los tratamientos psicológicos cuando primamos la afición por mirarse el ombligo y prometemos el éxito y la completad en lugar de facilitar asumir las grietas necesarias de la autoimagen ideal.
EL NARCISISMO COMO ETAPA DEL DESARROLLO PSÍQUICO

Devenimos sujetos psíquicos, con capacidad para diferenciarnos y madurar, a través de un largo proceso que transcurre mediante la sucesión de diferentes etapas.

Dentro de la teoría psicoanalítica se entiende el narcisismo como una fase temprana del desarrollo psíquico, en la que se inicia la autoimagen y donde prima el pensamiento omnipotente infantil. Es una fase del desarrollo, necesaria para la constitución psíquica y previa al conflicto edípico, que supone la base para conseguir una autoreferencia estable, la cual es imprescindible para el desarrollo de la capacidad de vincularse a los otros, de amarse uno a sí mismo y a los demás.

Lacan aporta el «estadio del espejo», como el momento donde el niño se reconoce en la imagen de sí que ve en el espejo bajo la mirada aprobadora de la madre. La identificación con dicha imagen le facilita la fantasía de ser unificado. Acordémonos que narciso se queda prendado de su reflejo, de su imagen. Los ciegos también lo consiguen gracias a la identificación con el otro que es percibido como una unidad.

Hablaré de fases que se pueden diferenciar desde la perspectiva estructuralista lacaniana, por parecerme clarificadoras para entender el narcisismo desde la óptica de las posiciones que ocupamos en relación al otro(8).

1- El bebé, en una primera fase, vive fusionado con la madre, en un estado de aparente completud. Es el máximo goce. En general, el bebé es deseado sólo por el hecho de ser el hijo. «Dicho en términos lacanianos es el falo de la madre. Es lo que la madre desea y la madre lo es todo para él, es el Otro en mayúsculas. Es la madre fálica.» Este es un 1er. tiempo de «o todo o nada» psicótico. La posición es totalmente confusional, sin la autointegración suficiente para proseguir con el proceso de individuación. Bleichmar(9), introduce un segundo momento que es el inicio incompleto de la función evaluadora de sí mismo. Aunque para el bebé aún existe sólo él y el otro, este otro puede desearlo o rechazarlo en función de condiciones. Aparece el deseo de ser deseado de forma incondicional, vivido en el primer momento.

2- «En una segunda fase aparece el padre u otro que ejerza su función: la de romper la fusión con la madre. Aparece por que la madre le mira, le desea, lo cual significa que la madre no está completa ni la completa el bebé. Implica la castración de la madre.» El padre salva al hijo de la fusión (psicotizante) con la madre lo cual le posibilita que pueda devenir sujeto. «Hasta el momento el bebé sólo era objeto de deseo, no sujeto de deseo. El padre es liberador y dador de vida psíquica.» Es dador de la posibilidad de desear más allá de quedarse atrapado en el goce fusional y en la fantasía escindida de la realidad sea de color rosa o de color negro. «Aquí el padre es aún omnipotente y por lo tanto también aterrorizante.» Este 2º tiempo presenta la «figura del tercero excluido y posibilita la dialéctica del preferido y el relegado«. Su dinámica puede expresarse como «o yo o el otro». El bebé o el sujeto anclado en este tiempo (en cierto modo, todos nosotros) permanece deseoso de volver al primer tiempo donde uno se vivía fantasiosamente completo, único.«Es el tiempo del narcisismo, es la búsqueda de la primera experiencia de completud, donde está instalada nuestra sociedad actual.». Según Bleichmar, el pensamiento narcisista es totalizante, no permite graduaciones ni la función de discriminar entre diferentes características.

3- En una tercera fase el padre también ha de revelarse como castrado, no es Dios ni es omnipotente. «No es el falo, sólo lo porta. También él está sujeto a la ley como todo ser humano. Pasa a poder ser el padre simbólico.» Este tercer tiempo introduce el juicio discriminante: «esto no, esto sí». Si se llega a este tercer tiempo (cuestión no asegurada), que implica la superación del narcisismo, el sujeto acepta que el otro no sólo le de a él sino también a un tercero. Se es deseado aún cuando no sea el único. «Nadie es el que puede colmar totalmente al otro. El sujeto y los otros ya no son algo en sí sino posiciones frente a los demás: si la madre no es una pareja sexual en sí sino un ser que puede ocupar esta posición, también existen otras mujeres que pueden hacerlo. Que el padre posea a la madre como pareja sexual no excluye que el hijo varón pueda tener la suya.»(10).

Tal como decíamos: «El pasaje de una lógica de exclusión a una de conjunción -yo y el tercero- no es una mera cuestión de evolución garantizada por el paso del tiempo.»(11) Exige la renuncia de sentirse el único o la única, superior al resto, de tener garantizada la mirada deseante y aprobadora del otro. Una renuncia que aportará la libertad de ser lo que uno es y la opción de dar los pasos necesarios para conseguir lo que uno necesita y desea sin que ello tenga que ser «la ostia» y que, por lo tanto, pueda obtener satisfacciones parciales, concretas y limitadas. Sin esta renuncia, sin este quiebre del narcisismo, es imposible la calma y poder valorar y disfrutar lo que hay.

Es decir, todos somos narcisistas y este narcisismo regula todas nuestras interacciones, la diferencia está en el grado de libertad que cada uno pueda ir adquiriendo de existir alejado del ideal. Por ello hablaré de TNP para diferenciarlo del narcisismo constitucional de la vida psíquica.

Para poder desarrollarse de forma saludable el bebé necesita de una buena relación con la madre y de una suficiente intervención de la función paterna. Bión describe la buena madre como aquella que es capaz de tolerar las proyecciones que el bebé le hace de sus partes angustiantes y sus pulsiones agresivas, y de devolvérselas de forma que él las pueda ir integrando. Es necesario que la madre, o quien ejerza esta función, sepa relacionarse con él de forma empática. Que pueda facilitarle la simbiosis nutritiva para ambos a la vez que pueda verlo como un ser diferente, no sólo como una prolongación de si misma, y que por lo tanto puede también frustrarla a ella. El bebé, el niño, necesita ser querido y reconocido por ser quién es, con sus capacidades y sus carencias, y no por lo que a sus padres les gustaría que fuera para alimentar su propio narcisismo.
TRASTORNO NARCISISTA DE PERSONALIDAD

En cuanto a la etiología de los TNP, entre otros factores, casi todos los autores coinciden en destacar un TNP en ambos padres o en alguno de los dos. Por supuesto, ello implica una gran dificultad para relacionarse emocionalmente con el hijo o la hija. Vemos que hay mayor incidencia cuando la narcisista es la madre.

Vayamos ahora a la descripción que nos da del Trastorno Narcisista de la Personalidad el DSM-IV:
«Un patrón general de grandiosidad (en la imaginación o en el comportamiento), una necesidad de admiración y una falta de empatía, que empieza al principio de la edad adulta y que se dan en diversos contextos como lo indican cinco (o más) de los siguientes items:
1- tienen un grandioso sentido de autoimportancia (p.ej., exagera los logros y capacidades, espera ser reconocido como superior, sin unos logros proporcionados)
2- está preocupado por fantasías de éxito ilimitado, poder, brillantez, belleza o amor imaginarios
3- cree que es «especial» y único y que sólo puede ser comprendido por, o sólo puede
relacionarse con personas (o instituciones) que son especiales o de alto status
4- exige una admiración excesiva
5- es muy pretencioso, por ejemplo, expectativas irrazonables de recibir un trato de favor especial o de que se cumplan automáticamente sus expectativas
6- es inter-personalmente explotador, por ejemplo, saca provecho de los demás para alcanzar sus propias metas
7- carece de empatía: es reacio a reconocer o identificarse con los sentimientos y necesidades de los demás
8- presenta comportamientos o actitudes arrogantes o soberbios»

Aporto esta referencia por ser aquella con la que nos podemos comunicar entre profesionales. Sin embargo, al ser una definición fenomenológica y no estructural excluye otra sintomatología en cuya base está el TNP como por ejemplo la melancolía, algunas depresiones, la paranoia, la hipocondría, el trastorno afectivo bipolar o algunas fobias.(12)

En esta versión (la IV) se excluye también lo que sí estaba en la III-R: «hipersensibilidad a la evaluación de los demás.», que es sumamente importante, dado que las personas con TNP han sufrido una falla en la integración de sí, de la conciencia interna. Están por decirlo de algún modo, más alejados de sí mismos que los neuróticos y menos que los psicóticos. El TNP es una defensa desesperada al miedo a la desintegración que les supone realizar el necesario reajuste de esta imagen grandiosa para poder interactuar con los otros como iguales y con la realidad como tal, con sus límites y sus leyes.

A esta descripción del DSM habría que añadir otros rasgos fundamentales:
Son sujetos, que además de todo lo anterior, en que destaca una grave perturbación de su autorepresentación, experimentan sentimientos crónicos de aburrimiento, inquietud y hastío cuando no consiguen brillar ni ser admirados. Tiene pocos motivos para disfrutar de la vida fuera de las actividades narcisistas que ejercen. Con su funcionamiento mantienen un gran vacío interno y una inquietanteincertidumbre íntima acerca de su identidad. Evitan su envidia mediante la devaluación, la omnipotencia y el control de los otros. Tienen gran temor a depender, de lo que se defienden haciendo depender a quienes les rodean mediante relaciones de explotación.

Y, por último, repito la característica esencial de que son incapaces de sentir(13). Incapaces de sentirtristeza, necesidad, vulnerabilidad…, esta calidad de emociones es totalmente amenazante para ellos. Sea por que, tal como resalta Albert Rams(14) el o la narcisista ha quedado atrapada en la imagen gloriosa que su madre le vendió para beneficio de su propio narcisismo, o bien sea por déficits narcisistas o portraumas importantes tempranos frente a los que el niño/a se ha defendido a través de la omnipotencia, el o la narcisista debe en todo momento evitar pasar de esta imagen grandiosa a la imagen desinflada y totalmente rechazada del otro polo. Éste, a pesar de ser escindido, siempre amenaza dado que cualquier grieta en esa autoimagen inflada le hace perder todo el aire. Su autoimagen no permite diferentes formas, no es flexible, «o todo o nada».
RELACIÓN TERAPÉUTICA

«No puede el sujeto conocerse y reconocerse verdaderamente a si mismo, si no es a través del conocimiento y reconocimiento del otro.» (15)

Perls, con la importancia que le dio a la autorregulación organísmica, destronó el valor del nivel mental dándole importancia al reconocimiento sensorial y emocional de la experiencia. Con ello facilitaba al paciente acercarse a la experiencia directa de contacto -que requiere de la capacidad de diferenciarse y distanciarse- para deshacer los prejuicios y las ideaciones sobre la realidad que él situaba en la zona intermedia de los posibles campos del darse cuenta. Esta orientación a la experiencia directa es la que facilita resquebrajar o poner en cuestión la autoimagen y atravesar la angustia que ello supone. Poco a poco, el paciente puede ir reconociéndose a sí mismo y a su realidad más allá de sus concepciones; además de incrementar la posibilidad de saborear vivencias de satisfacción no sólo narcisistas sino más orgánicas. El acceso al mundo sensorial, orgánico, que subyace a nuestras concepciones sobre la experiencia es posible y relativamente fácil cuando el mecanismo psicológico de la escisión no es demasiado abundante y el nivel de autointegración del sujeto es suficiente como para tolerar la angustia de la desintegración que en el T.N.P. es masiva. Tener en cuenta la estructura de personalidad de los pacientes con TNP nos permite trabajar mejor desde la Gestalt. Ésta, por la importancia que da a la experienciación y a la transparencia del terapeuta, sobre todo de su sentir en relación al paciente, me parece un excelente abordaje para los trastornos narcisistas de personalidad. En estos casos, el uso de la transparencia ha de ser con la limpieza y el tiento necesario para que una intervención que podría ser potente en el momento oportuno, no contribuya sólo a incrementar la actitud defensiva del paciente.

Este tipo de pacientes pueden presentar, y en general presentan, un adecuado ajuste con el medio circundante. Será una pérdida importante o bien un fracaso (que es vivido como una pérdida) lo que les hará entrar en crisis. Otras veces es la sensación de angustia difusa, poco ligada a representaciones, una depresión vacía o bien una alto nivel de ansiedad o estrés lo que les lleva a la consulta.

Una de las mayores dificultades que nos encontramos al trabajar con ellos es su incapacidad para establecer una relación profunda con el otro y, por lo tanto, con el terapeuta. «Superficialmente parecen dispuestos ayudar, pues saben como deben actuar, pero siguen las reglas sin comprometerse realmente en ninguna relación: son individuos aislados y profundamente solitarios. En su caso, la terapia (que suele prolongarse durante un número excesivo de años) se convierte en una situación en la que el terapeuta actúa a modo de «asalariado», una fuente inagotable de consejo moral ante cualquier decisión, alguien a quien se puede visitar cada vez que se necesite guía.»(16). Una de mis pacientes, en las ocasiones en que más se acercaba a su parte más débil, necesitada y dependiente, que en general coincidía con cuando sentía más afecto por mi, me llamaba «Sra. psicóloga» con tono irónico para deflectar el sentimiento. Lo más importante dentro de su proceso de cura fue revivir el sentimiento de abandono.

En general, tardan bastante tiempo en entrar en lo que estamos más acostumbrados con los neuróticos,en lo que llamamos proceso terapéutico: cuando el paciente está realmente interesado en descubrirse, más allá del uso de mecanismos defensivos automáticos que van siendo concienciados. Es típico, por ejemplo, que a cada cosa que digan miren al terapeuta para confirmar la validez de lo que han dicho sin estar para nada interesados en mirar en su interior para confirmarlo ellos mismos en función de su reacción interna. O también que se pasen mucho tiempo mostrando sólo aquello que aprenden como una forma de conseguir la aprobación y admiración del terapeuta.
¿Qué es esto del mundo interno? ¿Existe? Y si existe: ¡Qué amenaza!

Los mecanismos defensivos usados por esta estructura de personalidad son: la disociación, la negación, la identificación proyectiva, la omnipotencia y la idealización. De entre ellos voy a destacar la escisión y la identificación proyectiva. Ambos mecanismos fueron profundizados por Melania Klein. Según ella, el bebé escinde sus vivencias en placenteras y frustrantes. Intenta desembarazarse de las frustrantes, proyectando la frustración en lo que Klein llama el «pecho malo» y las placenteras en el «pecho bueno», escindiendo también el objeto externo. Introyecta el pecho bueno a la vez que proyecta su impulso agresivo en el pecho malo y como consecuencia se siente perseguido por este último (posición esquizo-paranoide). La posición depresiva aparece cuando el bebé puede identificar que el pecho es uno. Ya no puede desembarazarse de las vivencias de frustración y teme, entonces, la pérdida del «pecho bueno» por sus impulsos de destrucción hacia el «pecho malo».

En la neurosis histérica y obsesiva también hablamos de escisión de partes o aspectos de uno, sin embargo, el mecanismo usado por la neurosis tiene que ver más con la represión. Podemos decir que en la represión es más fácil encontrar la vía de darse cuenta que cuando está instaurado masivamente el mecanismo de la escisión. En aquella es posible acceder a estos contenidos mediante el seguimiento experiencial y la asociación de ideas. La escisión, sin embargo, tiene un carácter más rígido e inmóvil, su instauración y mantenimiento van acompañados de pobreza de representaciones mentales, que dificultan la libre circulación de las mismas, y de evitaciones intensas inconscientes que incapacitan para dejarse llevar por la vivencia interna. Hallamos un ejemplo de ello en el trastorno afectivo bipolar, en el cual subyace un TNP: el depresivo pierde el recuerdo del maníaco y el maníaco está interesadísimo en mantener alejado al depresivo, al cual teme. Hacer presente al ausente una y otra vez, con la típica propuesta de la silla vacía gestáltica o simplemente recordándolo, es un excelente trabajo de base para este tipo de trastorno.

En la identificación proyectiva, a diferencia de la proyección, el sujeto permanece ligado a los aspectos proyectados como una forma de controlar al objeto externo. Una paciente con un grado importante de TNP, con narcisismo destructor, y con rasgos de personalidad limítrofe, por momentos estaba convencida de que yo no quería que ella se curara. Era muy difícil que pudiera identificar cómo estaba proyectando en mí a su, después nombrada por ella misma, «bruja controladora». El grado de angustia que despierta la reapropiación de los aspectos proyectados, facilita volver a escindir, en este caso a la «bruja». Con el tiempo, la relacionaba sólo con su madre sin asumir en absoluto que es una parte suya -controladora y muy agresiva- que ella introyectó de su madre y que es ella quien la alimenta y mantiene poderosa. Aún ahora no puede escuchar ni reconocer plenamente que es una parte suya, entra en pánico al pensar que si esta parte también es ella no tiene curación posible. Aún tiene la fantasía de que podría desaparecer sin renunciar al sostén neurótico que esta parte supone para ella.

Los pacientes con TNP no han tenido, en su infancia, la escucha o la acogida de sí mismos necesaria para un desarrollo saludable. No se les veía a ellos, sólo eran mirados como objetos narcisizantes de la madre o de los padres. Han sido valorados por aspectos muy parciales, a veces incluso irreales, o simplemente han sido desvalorados por no ser como los padres esperaban que fueran. Como dije están muy lejos de poderse asentar en sí mismos y usan continuamente los mecanismos defensivos que les aseguran el mantenimiento del alejamiento de sí. Otra paciente maníaco-depresiva pasó más de dos años muy temerosa frente a su vivencia interna llamando «el inconsciente» (como si fuera «el coco») a sus emociones e impulsos. Literalmente le aterraba sentir. No es hasta ahora, después de cuatro años de tratamiento, que puede empezar a dejarse sentir algo sin orientarse de inmediato a resolverlo o a expulsarlo por no tener solución (según su estrecha percepción de los procesos internos). Es por ello que muchos autores coinciden en que es imprescindible, sobre todo al inicio, y también a lo largo del proceso, una buena dosis de escucha empática(17).

Son pacientes que provocan fuertes sentimientos de impotencia al terapeuta, junto con intensos sentimientos de omnipotencia, con dosis de «furor curandi» que se pueden ver frustrados al paso siguiente. Contra-transferencialmente, estos pacientes despiertan en nosotros, los y las terapeutas, los asuntos no resueltos con nuestro propio narcisismo. Tuve un paciente con grandes déficits en su desarrollo por crecer en el seno de una familia muy conflictiva que se defendió despreciándolos enormemente y engrandeciendo la imagen de sí mismo. Fue un avance significativo cuando pudo identificar lo que nombraba como «un gran amor propio». Con mucha facilidad se sentía atacado y no comprendido. A causa de mi no identificación de mi propio narcisismo yo estaba empeñada en que desmontara esta imagen grandiosa de sí, que evidentemente le hacía sufrir. Mientras yo seguía en este empeño le facilitaba a él la competitividad conmigo, lo que algunos llaman transferencia complementaria, en detrimento de facilitarle deshacerse en su necesidad de amparo.

Por la experiencia que tengo en este tipo de pacientes, compruebo que el trabajo con la meditación les proporciona una buena base de autosustento sobre la cual poder tolerar las grietas a la autoimagen inflada. Por supuesto, en el inicio y durante mucho tiempo, lo que buscan es la iluminación como una forma de regresar a este estado paradisíaco donde no hay dolor ni sufrimiento, como la mayoría de nosotros. Buscan una forma de salvarse de interactuar en este terreno mundano, que no está a su altura, y que comporta pérdidas además de ganancias. Que supone la pérdida de los privilegios concomitantes a ser ideales. Sin embargo, la persistencia en dicha práctica les aporta espacio interno para no entrar en la espiral ansiosa que se les desata con tanta facilidad cuando su ideal es cuestionado.

Otra vía interesante de abordaje es el trabajo corporal y la atención sensorial, propia del enfoque gestáltico, siempre que tengamos la paciencia necesaria para tolerar que, en algunos casos, durante mucho tiempo, esta focalización no aporte ni la movilización ni el material interesante que aparece cuando el paciente tiene una estructura neurótica, aunque sea obsesiva. En otros casos, este tipo de trabajo puede despertar un alto nivel de imaginería que es usado para seguir alejándose de su experiencia sensorial. Aún así, la persistencia en el trabajo corporal y sensorial también abre, de forma clara, vías de acercamiento a la vivencia interna.

Destaco como fundamental en el tratamiento de estos pacientes que el terapeuta haya trabajado y transitado su propio narcisismo y tenga un buen conocimiento de la estructura del TNP para tener la empatía y la distancia suficiente para:
Tolerar las proyecciones y devolviéndoselas una vez transformadas. Lo cual implica contenerlas y devolverlas en el momento oportuno.
Tolerar la frustración que nos supone sobre todo a los gestaltistas los límites que ellos ponen a la relación íntima, sin sentirnos rechazados/as.
– A la vez que contener el alto grado de angustia, ansiedad y sufrimiento en el que pueden entrar sin hacer de«teta tapa bocas». Sin intentar evitarles la depresión, la caída y la desesperación, confiando en la capacidad que sí tienen y que van desarrollando de autosostenerse.

Dado el poco compromiso que suelen tener consigo mismos, me parece oportuno el establecimiento de un contrato claro que les facilite acudir a sesión tanto si están maníacos como deprimidos y que no puedan simplemente desaparecer cuando se sientan amenazados por la intimidad y la dependencia que están sintiendo en el vínculo terapéutico.

Se trata de acompañarles en el desmantelamiento de su autoimagen grandiosa a la vez que les facilitamos la expresión y la aceptación de la misma. La aceptación de la necesidad de grandiosidad, jugar con ella sin intentar hacerla desaparecer -principio gestáltico de la paradoja del cambio-, es lo que abre la posibilidad de poder distanciarse y reírse de ella. El humor me parece un buen un modo de acompañarles al no saber y al vacío necesario para poder, también no ser, para mí la esencia de poder vivir en paz con uno y con el mundo.

Creo que se trata de acompañarles, en definitiva, a reconocerse como seres humanos limitados, carentes y emocionales, como todos. Características necesarias para dolerse y nutrirse en las interacciones con los demás, y para poder disfrutar de la vida que es. Como terapeutas gestálticos tenemos el valioso aprendizaje de usarnos a nosotros mismos, también como seres limitados y emocionales, para facilitarles, a ellos, progresivos encuentros consigo mismo. Tal como ya he dicho, el uso de nuestro sentir será tanto más terapéutico en la medida en que nosotros sigamos atentos a nuestro propio narcisismo. Como creo que hemos podido comprobar, todos somos narcisistas y el deseo omnipotente de ser… -por ejemplo, el salvador o salvadora del otro- sigue ahí, detrás de muchas esquinas.


Cristina Nadal
 (2004)

(1) Escrito elaborado a partir de la conferencia que con el mismo título di en Marzo del 2003 en «Aula Gestalt». Barcelona.

(2) E4, para los que conozcan la tipología de 9 caracteres llamada Eneatipo o Protoanálisis.
(3) José Luis Trechera: ¿Qué es el narcisismo? Bilbao. Desclée de Brouwer S.A., 1996, pp.39.

(4) Padro Guillem Nacher: Fundamentos narcisistas y espejos rotos. Valencia, Promolibro, 1996, pp.24.
(5) Idem. Pag. 25.
(6) José Luis Trechera: ¿Qué es el narcisismo?, Bilbao, Desclée de Brouwer S.A., 1996, pp35.
(7) Edward C. Whitmont: El retorno de la Diosa. Barcelona, Argos Vergara, 1984.
(8) Los entrecomillados que se encuentran dentro de estas tres fases, a no ser que tengan otra referencia, son copiados de los apuntes que tomé en las clases de psicoanálisis que Javier Arenas impartió en Barcelona en 1998-99.
(9) Hugo Bleichmar: El Narcisismo. Estudio sobre la enunciación y la gramática inconsciente. Buenos Aires, Nueva Visisón, 5ªE, 1988, pp.13

(10) Idem., pp. 13.
(11) Idem., pp. 13
(12) La obra citada de Bleichmar es la que mejor me ha ayudado a entender el TNP que subyace en las patologías mencionadas en este párrafo.
(13) Alexander Lowen: Narcisismo o la negación de nuestro verdadero ser. México D.F., Pax México, 1987.
(14) Albert Rams: Clínica Gestáltica. Metáforas de Viaje. Vitoria , «La LLave», 2001 pp 60.
(15) José Luis Trechera, 1996. Pag. 37
(16) Rollo May: La necesidad del mito», Barcelona, Paidos, 1992, pp. 105.
(17) Gary Yontef: Proceso y Diálogo en psicoterapia gestáltica. Capítulo 14: Tratamiento de personas con alteraciones del carácter. Chile, Cuatro Vientos, 1995, pp.413.

Descubriendo la sopa de ajo

Ahora hace ya unos 12 años que voy trabajando en mi proceso de crecimiento personal, tanto a través de las sesiones individuales, como de la formación de terapeuta, como acompañando a otros en su proceso. Y, en cierta forma, no puedo decir que haya aprendido nada nuevo. Me explico.

El camino ha sido y sigue siendo todo un hallazgo para la Ruth de hace años y para la de ahora. Y mi vivencia es la de estar descubriendo rasgos y dinámicas de mi misma que me ayudan a transformar mi vida. Más allá del aspecto concreto de cada novedad, me doy cuenta de que, en esencia, aprendo: a respirar, a conectarme con el cuerpo y notarlo, a escucharme a nivel emocional (es decir, a identificar qué estoy viviendo); a respetarlo, hacerme cargo y ver qué es lo que necesito; y a hacer lo que esté en mis manos para satisfacer esta necesidad (sin esforzarme en aquello que no depende de mí), asumiendo las consecuencias de todo ello. Estar en contacto con uno mismo a la vez que con el entorno y relacionarse fluidamente en el aquí y ahora. Simple y potente, como la mayoría de las cosas verdaderamente esenciales en la vida.

Lo que acabo de decir con mis palabras que voy aprendiendo, F. Perls lo llama autorregulación organísmica. Este concepto se basa en el hecho de que el equilibrio entre un organismo y el entorno es la esencia de la supervivencia y, por lo tanto, salud. Que la búsqueda de esta homeostasis rige toda la vida es más evidente en el caso de los organismos unicelulares, pero igualmente determinante en los pluricelulares como nosotros, si bien la concreción de esta dinámica es más compleja. Nosotros alcanzamos el equilibrio satisfaciendo nuestras necesidades (fisiológicas y psicológicas) interactuando con el medio mediante nuestra conducta.

La autorregulación organísmica es la capacidad de detectar y organizar estas necesidades así como nuestra conducta para contactar con el entorno y satisfacerlas. Cada necesidad que emerge lleva inherente la energía que requerimos para pasar a la acción cara a resolverla. Pero, a pesar de que emergen diversas simultáneamente, no podemos atender adecuadamente más de una a la vez. Hace falta pues un criterio para priorizarlas que es el de supervivencia dominante: la necesidad que sea más indispensable para la supervivencia de forma inmediata se antepone a las otras, que quedarán en segundo término hasta que la primordial sea satisfecha, momento en el cual se actualiza el orden. Y así sucesivamente.

Dado que el entorno está en cambio continuo, el proceso de mantener el equilibrio respecto a él debe ser también continuamente variable, haciéndose indispensable la creatividad adaptativa. Tal como yo lo veo, éste es el resultado (por ahora) de millones de años de nuestra evolución adaptativa, fruto de la interacción entre nuestra especie y el mundo en que vivimos.

La persona incapaz de adaptar sus recursos para interactuar con lo que la rodea de forma efectiva no satisface sus necesidades y, si se mantiene el desequilibrio durante un tiempo prolongado, enferma. No vive de una forma verdaderamente creativa sino más bien determinada por automáticos -que a menudo ya no sabe de dónde provienen- que, precisamente por automáticos, no se corresponden con el verdadero resultado de aplicar el criterio de supervivencia dominante a cada situación específica. La consecuencia es una vitalidad mediocre en medio de una desorientación general (no sabe qué quiere ni, por tanto, como conseguirlo). Es lo que llamamos neurosis. Así pues, las dificultades y confusiones más o menos crónicas con que todos nos encontramos a la hora de llevar a cabo este proceso son el reflejo de nuestro grado de neurosis.

Este proceso, que era y es para mi un gran aprendizaje, tampoco me parece muy frecuente en las personas de mi alrededor… y, a mi parecer, es una carencia profunda y generalizada en nuestra cultura occidental (que paradójicamente llamamos desarrollada, avanzada, etc.). En cambio sí lo he encontrado en personas de otras culturas (las mal llamadas «subdesarrolladas»), en reflexiones filosóficas de hace muchos siglos (raíces de nuestra cultura) y, de hecho… en cualquier bebé.

Llegados a este punto, parece que como cultura hemos perdido algo esencial para nuestra supervivencia a largo plazo. Pero el caso de los bebés me parece especialmente confrontativo para cualquiera de nosotros dado que ¡todos hemos sido bebés! Esto que «aprendo» ya era una capacidad innata en mi de la cual disfruté aunque no lo recuerde. Es a partir de aquí que entiendo la neurosis como una forma de olvido.

Si bien en parte el olvido es «heredado» y se nos ha transmitido culturalmente, hay otra que es individual y responsabilidad de cada uno de nosotros… Por suerte, porque quiere decir que está en nuestras manos poder re-aprender a vivir.

Me parece de vital importancia que comprendamos que, si la autorregulación organísmica es sinónimo de salud y supervivencia, su disfunción, interrupción o inoperancia es sinónimo de enfermedad y, en última instancia, de muerte.

Ruth Vila (2003)

Estar bien

No hay recetas para estar bien. Es algo maleable y escurridizo. Seguramente no es muy difícil ponerse de acuerdo en qué consiste esto de estar bien. En mayor o menor medida uno reconoce el bienestar, más allá que para cada cual los ingredientes sean unos en concreto u otros en particular. Es amplio y paradójico: unos están bien complicándose la vida, a otros las complicaciones les llevan al malestar.

Decíamos que no hay acuerdo en los ingredientes. Tampoco en las recetas. Seguramente un buen punto de encuentro es la afirmación «qué bien se está cuando se está bien». Pero no lleva muy lejos. ¿Cómo hacer para sentirnos mejor? Yo mismo, el vecino, los amigos. Un modo de acercarse al asunto es por la vía de ver como me pongo mal, -pasando por alto cuestiones contingentes que sin lugar a dudas pueden dar malvivir-. Y como el tema se puede abordar desde diversos lugares, me centraré en un aspecto que a mi parecer es fundamental.

La actitud, una cierta actitud. Lo de Al mal tiempo buena cara, no lo veo claro. Al mal tiempo mala cara, suena mejor: más coherente. Porque, ¿no será que uno de los nudos de la cuestión es la creencia, consciente o no, de que «hay que estar bien» o peor todavía: «se puede estar siempre bien (si me lo curro)»? Incluso en La casa de la pradera lo pasaban mal a menudo a pesar de los esfuerzos de Michael Landon (hay que reconocerle, eso sí, el que los capítulos siempre acabaran bien…). Bromas aparte: la búsqueda del bienestar perenne nos coloca en un lugar difícil. Y es justo en ese lugar, donde se inicia el movimiento que, entiendo, nos lleva al mal-estar.

La actitud de apego, en definitiva. Cuando estoy bien deseo que ese ánimo perdure, que no se acabe, me aferro… y empiezo a perderlo en ese mismo instante. No se puede congelar el momento ni la sensación. Cuando trato de retenerlo es cuando empieza a esfumarse y, si sigo con el esfuerzo, encima lo puedo convertir en una parodia. Y me queda esa cara de bobo que me queda cuando no lo estoy pasando nada bien pero pretendo que estoy bien. Insisto: eso de al mal tiempo buena cara…

Retener el bienestar. Árdua e inútil tarea. En el mejor de los casos conduce a una zona intermedia en la cual no me siento mal pero necesito contener la respiración. En el peor, me frusto por lo perdido y busco culpables por doquier. No se trata de leer esto en clave de truco, es decir, si no me aferro lo consigo, ya que existe un truco mejor: durante los cinco siguientes segundos no pienses en un perro verde y estarás bien (la técnica es la misma). Lo que intento decir es, de hecho, una obviedad: estar bien y estar mal son estados reversibles y mutuamente necesarios: prueba a estar siempre bien y apuesto a que al final te aburres. Y… contradictoriamente locos. Podría ser que estando mal me acerco y me instalo en ese rincón nevado de mi alma que mira a través de unos cristales empañados y tiene como único acompañante el goteo del grifo, y que me hace sentir infinitamente pequeño y… valiosamente humano. Y podría ser que estando bien me decanto a la prepotencia y estupidez. Podría ser eso o justo lo contrario.

Y bien, fundamentalmente lo único que quiero decir es que no hace falta añadirle recriminación y culpa al malestar, como si uno fuera un mal alumno de la vida, tan simple como eso. Y que quizás, y sólo quizás, desde ese lugar es posible ponerle al mal tiempo buena cara sin pillarse los dedos.

Josep Devesa (2003)

Vivir en paz

Vivimos en una sociedad enferma. Basta considerar sólo dos síntomas: la insatisfacción y la incapacidad de vivir en paz.
Guillermo Borja
La locura lo cura

Escribo recién consumada la invasión de Irak. Ya sabemos el resultado: vencieron los que más mataron. Por lo demás, la guerra, como otras guerras, parece que continúa. Nunca la habíamos sentido tan cerca, tan amenazadora, tan real y cubierta de mentiras, cuando no de mierda. De ahí que nos hayamos implicado como lo hicimos y que la paz en el mundo emerja nuevamente, y cada vez para más gente, como una necesidad de primer orden.

La violencia del mundo evoca mi propia violencia. Honestamente, no puedo interesarme por la paz en el mundo sin sentirme cuestionada en mis propias guerras, sin ocuparme también de trabajar por la paz en mi vida. Una paz que por primera vez veo claramente necesaria, realmente deseada. Querida. Verdaderamente posible.

Creo que el mundo puede vivir en paz. No es verdad, o es una idea loca, que ¨ como siempre fue así, así seguirá siendo, porque está en la naturaleza del hombre ser un lobo para el hombre ¨. Esta idea revela, a mi entender, al menos tres cosas: la fuerza acomodaticia de la costumbre, o de la inercia, que es mucha; una especie de profecía autocumplida y, por supuesto, una gran ignorancia acerca de los lobos (y de los hombres).

Creo que el mundo puede vivir en paz. Y lo creo porque para mí no es ésta una cuestión de poder o no poder, sino de querer. No se trata, desde luego, de pretender imposibles: bonita coartada para la frustración. No se trata de vivir en el limbo, en un mundo sin conflictos ni errores, sin agresividad, sin enfermedad, dolor ni muerte…ni siquiera sin violencia. Quizá el problema no sea tanto la violencia, sino cómo entendernos con ella, reconocer los resortes que la activan -miedo, codicia, impotencia…- para que no se nos escape de las manos. Sabido es que lo que reprimimos, por más que pretendamos legitimarlo envolviéndolo en justificaciones de diverso pelaje, no desaparece precisamente, sino que brota por otros cauces con mayor destructividad.

La paz es posible y necesaria. La paz en el mundo, en nuestro entorno más inmediato, en el interior de uno mismo. Es cuestión de querer y de querer de verdad, en el amplio sentido de la palabra, que abarca el deseo, la voluntad, el cariño -y, claro está, la paciencia- y que implica aprender lo que tengamos que aprender y trabajar por la paz por lo menos tanto como lo hemos hecho por la guerra. Porque si estamos donde estamos, no es obra de algún hado maléfico o de un destino fatal -eso vale como tema para un bolero-, sino que es obra nuestra y nuestra responsabilidad.

Inés Martínez

¿están locos?… estamos locos

Sí, por supuesto, están locos unos y otros, los que provocan y los que imponen la guerra. Propongo desde aquí la perspectiva de que el resto también participamos de esta locura.

Para ello empezaré haciendo alguna referencia al recorrido del desarrollo psíquico del individuo. Éste se inicia en el estado confusional y simbiótico del bebé con la madre. La identificación del bebé con la imagen de sí que le refleja el espejo -bajo la mirada aprobadora de la madre- junto con el pensamiento omnipotente característico de esta etapa, facilitan la creencia de estar completo y de ser el centro del mundo, de ser un «yo ideal». Ahí estamos en el inicio de la etapa del narcisismo constitutivo del psiquismo, necesario para poder autoreferenciarse y para iniciar el proceso de individuación. Si el bebé tiene la suerte de que la madre desee al padre o a otro, que corte la simbiosis, el niño/a entrará en la etapa de la rivalidad cuya dinámica es «o yo o el otro» que no está tan alejado de «o soy Dios o soy una mierda». ¿Te suena? Todos hemos pasado por ahí, el anclaje en esta etapa puede ser mayor o menor y ello va a determinar en gran medida el grado de patología. La maduración requiere del acceso, que es laborioso, a la dinámica «yo y los otros», diferenciados.

Entiendo el «pedo» narcisista como aquel en el que la persona, desde la megalomanía o el aceramiento sufriente, no se aviene a ir soltando la imagen ideal de sí misma, aunque mantenerla le suponga un alto grado de estrés y de desgaste. Soltarla, confrontarla con la realidad, produce angustia. En el trastorno narcisista de la personalidad se trata de angustia frente a la desintegración. No hay términos intermedios «o todo o nada.»

La violencia es un acto que busca no perder o recuperar el yo ideal primigenio. Busca mantener la posición de privilegio frente a los otros. Y estos otros los encontramos en la vida cotidiana porque, claro, muchos de ellos nos dan juego. Lo loco de la agresión narcisista, es que el otro es sólo una percha de nuestros escenarios infantiles y aspectos internos no asumidos, de los cuales no nos hemos hecho cargo de forma suficiente.

Es muy difícil, por ejemplo, notar el dolor recibido y el dolor provocado sin alimentar mientras tanto un discurso vengativo o victimizante. Llorarlo, dejarse notar el desgarro o la herida con el suficiente interés, compromiso y apertura como para que el cuento que uno se ha contado sobre sí y sobre el mundo tome nuevas derivas y aporte modificaciones en el guión, cura.

Cura de quedarse pegado al ideal omnipotente que siempre está ahí tentando. Hasta que no pude reconocerme loca al ver cómo estaba alimentando la destrucción dentro de mi pareja, no pude tomarme en serio la tarea de dejar de alimentar la percepción y el trato al otro como si fuera un enemigo. Para esta tarea necesito hacerme cargo de mí en mi propia historia.

¿Pertenecemos a un mundo loco? Sí, sin embargo esta afirmación, sin el reconocimiento de nuestra propia locura, suena demasiado denostadora. Como si el mundo no lo formáramos todos. La guerra ha existido desde que existe la humanidad y nosotros no tenemos los rituales que tienen los animales para no destruirse, ni tampoco los rituales que sí poseyeron generaciones anteriores para canalizar el sobrante de nuestra necesaria agresividad y encauzar nuestros fantasmas inconscientes.

Creo que la nutrida respuesta general contra las guerras tendrá mayor alcance y profundidad si a la par asumimos todos y cada uno nuestra propia locura y violencia. Saber que van a seguir ahí nos aporta una perspectiva más realista desde la cual posicionarnos y seguir actuando.

Cristina Nadal (marzo-2003)

Control

Hablemos un poco del control. ¿Que qué control? Pues ése con el que me atenazo y me agarro a mi mismo, que, paradójicamente, me convierte en prisionero y carcelero al mismo tiempo. Con el que a veces parecería que puedo detener mis funciones vitales. Casi aletargarme, casi. Puedo intentar, si hace falta, la pirueta de detener el tiempo. O bien ese control a través del cual los ojos se convierten en un faro; el cuello rígido; tenso y endurecido el cuerpo; sin respiración, observando, juzgando, administrando. Ocurre cuando me siento inseguro o en momentos de miedo y temor: que no se mueva nada, que no pase nada. Y, por supuesto, si es necesario se controla a los demás: que el otro no me toque, ni me altere, ni me hiera o, por qué no, ni sonría ni disfrute. Así estamos. Como veis, no hablamos del control de la inflación, ni del control de la calidad, ni del a menudo necesario control de las emociones.

Yo controlo, no me hace bien pero no siempre puedo evitarlo. No (me) suelto…, y punto. Observándolo con una mirada especialmente comprensiva te juro que puede entenderse. Sí, suena muy bonito lo de confiar en la vida, abrirse a la experiencia y demás. Pero, ¿quién me asegura que la vida es sabia o confiable? Y, aunque lo fuera, cómo adivinar que sabe lo que me conviene mejor que yo mismo, pese a mi ceguera endémica. Claro que me ha dado buenas y agradables sorpresas y aprendizajes, pero también tremendos palos. Y, la verdad, eso de que la letra con sangre entra está fuera del manual del buen pedagogo, a ver si será que la vida por milenaria está anclada en el pasado. Además: huracanes, sequías, terremotos -reales o simbólicos-, la vida, tan sabia ella, a veces se vuelve loca. ¿Debemos pues, simplemente, zozobrar fluidamente? Preguntará sagaz el abogado del diablo.

Entonces ocurre que fantaseamos que el control nos librará de eso que tememos o nos inseguriza. Bonita ilusión. Pero a estas alturas de la película ya sabemos que los síntomas que nos confunden y producen mal vivir se mantienen, entre otras razones, gracias al esfuerzo de que nuestra experiencia lo más inocua posible. Mediante este tipo de control evitamos que asomen vivencias, sentimientos o pensamientos que nos pongan en duda. Con lo que perpetuamos (¿perpetramos?) la angustia: esta claro que lo evitado no desaparece por, simplemente, mirar a otro lado. Y dicha angustia genera más necesidad de control, con lo que -necesariamente- nos instalamos en un círculo vicioso.

El control como forma de evitación -que es en definitiva de lo que estamos hablando- puede tomar formas rebuscadas y paradójicas. Cómo cuando para evitar el dolor uno le da a la bebida con graduación, y lo que es una forma de descontrol se torna en herramienta que ayuda a tener el vacío o dolor controladito. O bien se enarbola una sonrisa beatífica para controlar una situación comprometida. También sabemos que para ahogar la angustia que nos producen las emociones negativas, una opción que tenemos es entretenernos en observarlas y juzgarlas (sólo) en los demás. Mil y una combinaciones que se establecen y conforman en función del propio carácter y de la experiencia vivida.

Soltarse!, ¿cómo es eso? Pues a mi entender, como la fruta madura que se suelta por su propio peso. Ya que cogerse a uno mismo por la pechera y zarandearse al grito de ¡suéltate!, es -sólo- un vistoso ejercicio gimnástico, necesario, a lo sumo, en algún momento. Diría que la cosa va más por la confianza y la humildad. Dos cosas susceptibles, únicamente, de ser cultivadas. Y el cultivo, cualquier cultivo, requiere dedicación, que en este caso relaciono con la atención a las situaciones que me llevan a controlarme y con la comprensión de los contenidos que aparecen en dichas situaciones. Y ante todo el respeto y consciencia de las propias limitaciones; cultivar no es ensamblar piezas y tampoco funciona el esfuerzo de estirar los brotes para que crezcan más rápido. Y la mirada al cielo en espera de lluvia generosa.

Josep Devesa (2002)

Entre el socorro y la desconfianza

¡SOCORRO! «Sufro, no me aclaro, no sé salir de esta situación que vivo como una cárcel». «Me siento hundido en la miseria». «No duermo». «Hace demasiado tiempo que me veo haciendo equilibrios para no explotar a cada momento». «No se sostener una relación íntima más allá de dos meses y me empieza a preocupar». «Se me repiten las crisis de angustia». Éstas, y tantas otras, son expresiones de quien acude a nuestra consulta en busca de ayuda. Algunas personas usan el tono de ¡socorro! Otras, dudan que puedan ser ayudadas por alguien. Cabe señalar que la manera de hacer la demanda forma parte de la estructura de carácter de quien la realiza.

Toda crisis es una oportunidad de crecimiento. Las crisis suponen la rotura de sistemas defensivos que, si no intentamos huir de la angustia que generan, nos brindan la ocasión de entrar en contacto con otras dimensiones del mundo interno, hasta el momento desconocidas o incluso rechazadas. Las cuales orientan nuestro vivir -nuestro estar en el mundo- y son parte activa en la sintomatología y el mal estar psíquico. Cuando una persona inicia la terapia en plena crisis tiene la ventaja de que acude con varias grietas abiertas.

El ¡socorro!, tanto en situación de crisis como en situaciones donde un mal estar antiguo se hace insostenible, contiene un gesto de apertura que va a facilitar, si está asentado en la confianza en el terapeuta, el desarrollo del tratamiento. Sin embargo ello no es así cuando este «socorro» es fruto de una actitud donde el paciente básicamente espera que el terapeuta se haga cargo de él y/o le quite el mal. Ésta es una actitud cerrada, como lo es la de la desconfianza.

La desconfianza es una posición de cerrazón donde el otro, la figura genérica del terapeuta, no tiene credibilidad. En última instancia la desconfianza es hacia uno mismo y hacia la vida de la que somos parte integrante. En muchas ocasiones la posición desconfiada, así como la anterior, están asentadas en un funcionamiento narcisista. Desde el que tendemos a pensar que el bienestar radica en el control o la eliminación de la enfermedad, del dolor o del sin sentido, obviando que ellos forman parte de la vida y que son ocasiones de aprendizaje.

Desde nuestro sistema de trabajo podemos ayudar a quien de alguna manera comparte la perspectiva de que el conflicto y el malestar que lo traen a consulta son la expresión -o la cristalización en forma de síntoma- de aspectos internos no conscientes, de conflictos no resueltos y de actitudes que no puede dejar de repetir. En definitiva, prosigue un proceso terapéutico quien está interesado en mirar de cara a sus propios fantasmas apostando por la aventura de reconocer y de ocuparse de lo que es propio.

Es un recorrido que conduce a la salud en la medida en que el paciente va separándose de los deseos supuestos (triunfos profesionales, familia ideal…) y de las obligaciones impuestas, identificando donde y cuando se los y las tragó. Requiere darse espacio a sí mismo para reconocer y asumir las propias necesidades y los propios deseos -algunos de los cuales de entrada aparecen como inconfesables. Este reconocimiento implica apertura a la experiencia interna. Requiere por ejemplo, atender cómo vivo esto o aquello en concreto, en lugar de buscar cómo se supone que me tendría que afectar. Implica también no escondernos ante los efectos de nuestros actos.

Muchos enfoques terapéuticos -y más aún los que damos valor a la expresión emocional- podemos facilitar la posición egótica del paciente. Me refiero a ese «me apetece», «me lo merezco» o «ahora me toca a mí», cuando no está asentado en el compromiso con uno mismo y con las interacciones que uno establece sino que más bien está organizado sobre el escapismo y el poco interés en aprender realmente de la vida y de uno mismo. En varios casos esta posición egótica es incluso necesaria como etapa, pero requiere su superación para proseguir el proceso de curación.

Así es que este «socorro» o esta «desconfianza» no encontrará vía de salida si se pretende la «curación» que a uno lo salve de reconocer los propios huecos y límites y los propios impulsos; y le ahorre la entrega, el riesgo y el compromiso que supone el desarrollo del proceso terapéutico ..

Cristina Nadal (2002)

Límites ¡Bendita frustración!

De la angustia de la desintegración al sentido de la vida

Hoy en día, nos hallamos inmersos en una crisis de aquellos valores que anteriormente pautaban nuestras vidas (religión, familia, política…) y, paralelamente, cada vez hay más personas que «buscan» llenar ese vacío de forma más o menos sana (conductas de alto riesgo, adictivas, religiones y filosofías exóticas, etc.). He ido observando cómo nuestra sociedad alimenta dicha crisis mediante la creencia subyacente de que los valores limitan a la persona y de que los límites son perjudiciales por coartar la libertad. Como si los límites pudiesen no existir… O, mejor dicho, como si nosotros pudiésemos existir sin límites.

Imaginemos un cuadrado. Sus límites serían sus lados: esos que «no le dejan» ser ni más grande, ni una circunferencia, ni un rectángulo. Imaginemos que, para «liberarle», le quitamos los lados. ¿Dónde está el cuadrado? Ya no hay diferencia entre él y el resto del espacio. Los límites delimitan un contenido, diferenciándolo del entorno y dotándolo de una entidad propia y específica. Son, por tanto, no sólo necesarios sino inherentes a la existencia misma. En el caso de los organismos, no existe ningún ser sin membrana (nuestra piel) que lo distinga del resto del mundo.

Esta relación entre límites y existencia se da igual a nivel psíquico que a nivel físico. La identidad propia (quién soy yo y qué sentido tiene mi vida) se construye en base a unos determinados valores, creencias, gustos… que limitan a la vez que crean un espacio emocional-intelectual con el cual identificarse.

Dicho proceso de construcción se inicia al nacer, siendo la infancia una etapa clave durante la cual el niño incorpora del entorno, intensa e indiscriminadamente, todas esas pautas que serán los cimientos sobre los cuales crecerá y madurará.

Los padres son la principal fuente de dichos elementos, sean conscientes de ello o no, por lo que su papel es fundamental en el desarrollo psíquico del hijo. Si los límites son excesivos, abusivos o se imponen rígidamente (confundiendo autoridad -necesaria- con autoritarismo -dañino-), repercutirá en privar al niño del suficiente espacio interior para desarrollar su creatividad vital, que es esencial para una sana adaptación al entorno. Este exceso es el más conocido en nuestra cultura por su predominio en generaciones recientes.

En cambio, lo no tan sabido e igualmente peligroso para la salud psíquica es el polo opuesto. En un niño falto de límites (escasos o endebles), bajo la efímera satisfacción de muchos de sus deseos, se irá generando una profunda angustia por la falta de elementos sólidos que le sirvan de apoyo y lo contengan en la construcción de sí mismo. Sus conductas serán cada vez más radicales en la compulsiva búsqueda del límite que calme dicha angustia y lo sostenga.

Así pues, con cada límite claro y sostenido, los padres aportan (metafóricamente) suelo, paredes y techo al hijo con los que construirse un espacio interno. Su función no es que pueda vivir plenamente en él, necesitará del entorno para desarrollarse; así que tan vital es que pueda salir de él como que pueda regresar a refugiarse cuando lo necesite.

Por último, es esencial tener en cuenta que la capacidad de poner un límite y mantenerlo frente a la frustración del otro depende directamente de la propia capacidad de la persona de tolerar la frustración. Por ello, cuanto mejor puedan los padres asimilar sus frustraciones, más capaces serán de establecer los límites de forma adecuada y acompañar al niño en las suyas, favoreciendo su desarrollo y maduración.

Ruth Vila (2001)