Iniciar terapia

Al plantearse hacer una terapia aparecen diversos aspectos sensibles. Me parece interesante, además de práctico, deslizar unas cuantas reflexiones que entiendo pueden resultar de cierta utilidad en ese momento.

Cabe precisar que cuando eso sucede, significa que se está decidiendo pedir ayuda. Empecemos diciendo que no para todos es fácil por igual. Pedir ayuda puede representar, por ejemplo, asumir un “no puedo solo” que puede resultar vergonzoso, incluso humillante. Si bien ya queda lejos ese cliché que relacionaba hacer terapia con ir al loquero, resulta que estamos inmersos en una dinámica en la que prevalece el triunfo y sus derivados como aquello que valida y evalúa la excelencia personal; por no hablar de la social, que está mucho más mediatizada. Creo que es necesario reconocer de una vez que, en la mayor parte de los casos, hacer terapia requiere, paradójicamente, de una buena dosis de coraje.

Una vez se atraviesa esa posible primera dificultad, aparece otra no menos substancial: mostrarme. Mostrarme ante una persona a la que no conozco, de la que no sé nada; quizás en el mejor de los casos dispongo de alguna referencia. Como decía, me hallo en la situación de revelar eso que me pasa, mi conflicto o dificultad. Es decir, lo que no sé o lo que no puedo. Dónde estoy perdido y no me encuentro… o lo que sea pertinente. No queda otra que desenmascararse y descubrir lo blandengue, estúpido, manipulador, mentiroso, necesitado, solitario… o muchas otras miserias –o lo que se suele considerar miserias- que puedo llegar a ser, sentir o hacer. Dependiendo del carácter de cada cual eso supondrá un aprieto más o menos intenso. Claro que para este tránsito uno puede recurrir a un ejercicio exhibicionista, una trabajada seducción, pero lo más usual es que signifique un trance más cercano a la intimidad, el dolor, el pudor…  En ocasiones el simple acto en sí se muda en bálsamo. En otras, hay más matices; por ejemplo, puede consistir en un juego entre luces y sombras en el que se intenta que nombrando las luces se atenúen las sombras o al revés… O bien, puede que resulte más elocuente lo que se calla que lo que se dice.

Lo irrefutable es que si uno intenta, ya que está, mostrarse honestamente, eso lo lleva a sentir una profunda vulnerabilidad -no siempre fácil, ni siempre el primer día- que resulta ser un buen punto de partida.

Con estas ideas cazadas al vuelo estoy intentando transmitir que, en el momento de decidir y empezar una terapia, son muchos los elementos que aparecen que van más allá del síntoma que me lleva a terapia y que, ciertamente, pueden –suelen- tener relación directa con el síntoma que me acompaña. Obviamente, estos elementos pueden –deben, si me apuran- ser muy aprovechables en el proceso terapéutico. Entendámonos: la terapia empieza justo en el momento en que uno decide hacerla, no en el momento en que uno pisa la consulta. Y todo eso que experimento ya deviene un buen espejo en el que mirarme.

La terapia es (sólo) lo que es. Valga esta somera frase para iniciar una última reflexión, ésta sobre el alcance y los límites de la terapia. Quiero referirme a lo que podría denominarse “idealización de la terapia”. Tal vez, para encuadrar el asunto, conviene decir que, a grandes trazos, entiendo que la terapia se asienta en dos vías de trabajo. Por un lado, apunta a la posibilidad de lograr un auto-apoyo que me permita manejarme mejor en las situaciones en las que me siento abrumado y no consigo manejar o resolver. Y, por otra parte, de fondo el asunto es tender a ese conocimiento de sí que posibilite desarrollar las potencialidades y asumir y sostener mis límites. Me parece necesario apuntar una obviedad para hablar de este punto que entiendo cardinal: la idea o ilusión de que el conocimiento de sí, el crecimiento personal, lleva emparejado una suerte de sabiduría que me librará del dolor y conflicto inherente de la vida. Dicho de forma más precisa, en esta ilusión subyace la idea de que, si se consigue arribar a un estado de comprensión y madurez suficiente, éste operará tanto de paraguas como de filtro transformador de las vicisitudes emparentadas al dolor que nos depara la propia existencia, quedando inmune a él. A mi entender, si esto ocurre, tal vez es conveniente empezar a preocuparse… Me resulta muy sugerente y meridiana una frase de Umberto Eco: “El que se sienta totalmente feliz es un cretino”. Creo que no hace falta añadir mucho más… Quizá, que para mí, en el fondo de esta afirmación late un susurro compasivo que me anima reconocerme como carente, a la vez que simplemente humano.

 

Josep Devesa (2008)

 

 

Distanciarse

El camino es largo -¿hacia dónde?
En cada paso un poco más de tristeza, 
como el polvo, se pega a mis pies. 
(No llores, no merece la pena)
Sé que debo soltar y arrojar
la carga que pesa sobre mis hombros.

La mentira es débil y no resiste el tiempo,
los sueños sólo duran mientras uno duerme.

Y cuando me haya lavado la cara
y secado mis ojos –ni costra ni mirada turbia- 
¿podré decir al mirarme al espejo «ésta soy yo»?

(Inés 1983,revisado en 2012)

Uno es alguien múltiple. Numerosas partes, diversos aspectos, cualidades, formas y deseos, viven y se desviven en eso que creemos ser: un único yo.

Uno tiene un camino que hacer, que es el largo camino de vuelta a casa, para encontrarse con su propio mundo interior y empezar a conocer la multiplicidad de seres y la diversidad de espacios, habitaciones, escenarios, calles, callejuelas y paisajes que componen el tan temido por desconocido mundo interno. Que existe, aunque no lo podamos ver. Hacen falta ganas y sentimiento verdadero, y trabajo, es decir, esfuerzo, para encontrar esa verdad que llevamos dentro.

Es preciso, a despecho de esa ilusión de ser un único yo, empezar por ser dos: el que vive y se desvive y el que observa lo que pasa dentro. Es preciso desdoblarse conscientemente, separarse, distanciarse de uno mismo, para crear ese observador interno que pone luz y enfoca ahí donde no vemos; que observa toda la multiplicidad, todas las divisiones internas, contradicciones y personajes que se mueven, reaccionan y también se ocultan en uno mismo; que permite también ver las partes temibles de uno mismo (menos temibles cuanto más se las ve). Sólo entonces empezamos a caminar sabiendo por dónde vamos y podemos hacernos el propósito de tomar una dirección.

Inés Martínez

EL vacío y el amor

Agradezco vuestra presencia, la de los lectores para los cuales escribo, y escribimos, y agradezco especialmente la escucha de los oyentes de la charla que di recientemente en Aula, en la que intentaba encontrar relaciones y versiones entre el vacío y el amor. La leve angustia que me acompañó al día siguiente me impulsa a escribir este escrito.

Subrayo la idea principal de dicha relación:
El amor requiere el vacío.

Una primera evocación que vincula estos dos términos se refiere al vacío que deja la falta de amor. De ahí emergen algunas versiones. Una de ellas se refiere al hueco que deja el ser amado cuando se va, por muerte o abandono, incluso aún habiendo sido nosotros quienes hemos dado el paso de separarnos. Ahí necesitamos entrar en el duelo, que pasa por diferentes etapas y que es lento, para curar el dolor que va a permitir reabrir el hueco y volver a amar a otro/a. Otro derrotero será cuando el duelo se detiene, bien por negación del dolor o bien por estancarse en la melancolía al no soltar el fantasma del otro. Ambos caminos obturan el hueco necesario para amar.

Del vacío del que más hablé es del que nos constituye, del que nos atraviesa gracias a que somos mamíferos con un lenguaje altamente simbólico. Iniciamos nuestra identidad sobre la base de una imagen que, imaginariamente, nos permite sentirnos enteros, como si fuéramos de una pieza. Si tenemos la suerte de que el padre o sustituto nos facilite separarnos de la natural simbiosis con nuestra madre, podemos entrar, al menos, en el ámbito de la rivalidad que reza o yo o tu. Es una etapa necesaria del desarrollo, donde sigue operando masivamente el pensamiento mágico y que, si permanece en el tiempo, potencia la competitividad y la guerra. Necesitamos resquebrajar el ideal para poder amar además de odiar. Para dar espacio a mi y a los otros. Si yo no puedo sentir confianza en mí y en los demás (sabiendo, por supuesto, que los otros pueden ser tan bichos como yo) es porque estoy sosteniendo una imagen de mí que no me permite no ser. Que no me permite ser nada. Esa nada necesaria para poder amar de forma madura, no sólo depender o hacerme imprescindible o bien confundirme con el otro.

La filosofía oriental nos alienta a desidentificarnos de nuestras características y de nuestros deseos, nos invita a desapegarnos para ir descubriendo la mentira de las apariencias. La Gestalt nos invita a identificarnos con todas nuestras características, a ser todo lo que identificamos que somos, enfatizando lo que querríamos evitar, y nos acompaña a vivir todos nuestros opuestos. Es así, estirando los polos, siendo tan cabrón como bondadoso, dependiente como contradependiente… como podemos ir transitando por el centro indiferenciado, generador de cada polo y común a todos ellos. Es así como podemos ir transitando la nada generadora de todas las características que halló Friedlaender -el primero de los tres maestros que Fritz Perls reconoció. Esa nada, ese vacío fértil necesario para dejar el control a la situación y abrirnos a poder amar. Ese vacío que el narcisismo no resquebrajado ni asumido no permite.

No sabemos, nos inquieta, nos asusta y angustia, y también nos avergüenza, reconocer que estamos solos. Que aunque estemos hechos todos de la misma pasta, de la misma materia, somos seres sueltos. Y si maduramos, somos atravesados por el vacío que nos va a permitir encontrarnos. Eso, si no pretendemos que el otro nos llene el nuestro o llenarnos a través de llenar el vacío del otro. Para ello, sólo cada uno/a puede hacer el trabajo de identificar, gritar, rabiar, llorar… la carencia de amor infantil; asumiéndola, sin pretender llenarla. Llenarla es obturar el hueco necesario para poder interactuar, negociar, entrar en contacto y retirarse, poder sufrir y disfrutar.

Por cierto, es imposible querer, amar, apreciar verdaderamente, si no nos apreciamos y amamos a nosotros mismos, tanto en nuestras grandezas como en nuestras miserias. Tarea nada fácil.

Ahí, frágiles, vulnerables, no de una pieza, solos, ventilados como el gruyere y manejándonos con la pretensión de no ser eso, es donde podemos dar lo que no tenemos al otro que no es. Así es como podemos dejarnos afectar y también ¡oh, sorpresa!, abrirnos al vacío y al amor… ¿universal?

Cristina Nadal i Muset (abril-2008)

Maltrato íntimo

Nos maltratamos. Lo hacemos unos a otros y no sólo en base al género. Es obvio que cualquier excusa es válida si uno tiene la intención de maltratar: la edad, la incapacidad, la religión, la clase social, la nacionalidad… En definitiva, cualquier diferencia que no toleremos vale.

Pero yo me refiero a otro maltrato, mucho más extendido. A aquel que se da en el silencio de la soledad. A cómo nos maltratamos a nosotros mismos. Acostumbramos a decirlo muy suavizadamente: “tengo la autoestima baja”. Dicho así, como si hablase sólo la parte de nosotros que lo recibe, podemos despertar ternura, empatía o ganes de ayuda por parte de los demás y, evidentemente, no suena a “malo”. Claro, para eso sirven los eufemismos, para mantenernos no-tocados por alguna cosa que nos resulta amenazadora.En este caso, se trata de hacer ver que aquel quien hace el maltrato no somos nosotros. Pero, al alejar este hecho de la conciencia, también nos alejamos de la posibilidad de plantearnos si nos está bien, sies lo que queremos. Una vez más, la conciencia es la puerta a la libertad.

Así que mejor sin eufemismos: nos maltratamos. Y sabemos hacerlo de muchas formas, si bien cada uno tiene preferencia o facilidad por algunas de ellas. Quizá alguna os resulte familiar: podemos exigirnos, aplazar las necesidades continuamente, insultarnos directamente, no valorar nuestro criterio frente al de los demás, burlarnos, despreciarnos, mandarnos callar, obligarnos a permanecer en lugares donde no queremos estar, no escucharnos realmente, agredirnos físicamente, etc. Nos lo hacemos, principalmente, a través de las frases que nos decimos –y repetimos hasta la saciedad- al hablarnos pero, sobretodo, con el tono con que nos las expresamos. Es éste el que refleja fielmente la actitud con que nos relacionamos con nosotros mismos. A menudo, intentamos una excusa fácil: “es que es verdad esto que me digo” pero, ¿desde cuándo tener la razón da derecho a tratar mal a quien no la tiene?

Los humanos tenemos conciencia. Es un don inevitable que nos da la capacidad de mirarnos a nosotros mismos, de que nos pasen cosas al vernos y de relacionarnos con nosotros mismos. Ahora bien, la forma de mirarnos y de relacionarnos es algo que aprendemos, básicamente durante la infancia. Nos vemos y nos tratamos como nos han mirado y tratado.Evidentemente, no sólo aprendemos a tratarnos insanamente sino también a apoyarnos, cuidarnos, ayudarnos… querernos, en definitiva. Sino no estaríamos vivos. Cuando no sabemos hacer esto frente a determinadas situaciones y vivencias es cuando utilizamos la salida del maltrato. Por suerte, seguimos aprendiendo durante toda la vida, de modo que podemos revisar y readaptar nuestra relación interna según nuestro momento y criterios actuales; es decir, transformarla.

Y ¿qué maltratamos? Pues todos aquellos aspectos de nosotros mismos que no nos gustan y que los vivimos como peligrosos (harán que no nos quieran, que nos ataquen, que nos quedemos solos,…). No podemos escoger lo que sentimos, pensamos o notamos físicamente en una situación, tanto si nos gusta como si no, pero sí podemos escoger qué hacer con eso que hemos vivido. Y cuando elegimos maltratarnos, intentando en esencia anular esta vivencia, eliminar esta parte de nosotros mismos, nos quedamos en un punto muerto ya que obviamente –o no tanto- no podemos “recortarnos” un trozo, somos un todo. Intentar un imposible no es una opción demasiado fructífera, ahora, entretiene muchísimo y no deja de ser una acción más superficial y a corto plazo (que requiere menos energías y da una cierta calma con rapidez) que plantearnos “¿cómo es que estoy sintiendo esto? ¿Qué necesito? ¿Cómo es que pienso que es malo? ¿Cuál es el peligro? Y ahora, ¿es realmente así de peligroso? ¿Qué quiero hacer?”.

Nada de lo que sentimos es “malo”. Según qué hagamos con ello podemos hacer mal y hacernos mal. Trabajar la relación con nosotros mismos y los conflictos que tenemos con algunos de nuestros aspectos hace posible integrarnos en lugar de dividirnos a fuerza de peleas e intentos de anulación; y ya lo dicen, la unión hace la fuerza. Aquello que antes era un lastre se convierte en una ayuda.

¿Qué elegís?

Ruth Vila (2007)

 

 

Escuchar

Quizás sea escuchar, la capacidad de escucha, uno de los mejores baremos de salud personal y psicológica. Podemos sondear la escucha a través de diversos prismas; en sí, tiene tantos elementos que no se pueden agotar en este escrito. Por ello, dejaré para otro momento todo lo que se puede relacionar con la escucha entendida como uno de los pilaresde la psicoterapia y de la misma Gestalt. Me ceñiré a esa escucha, íntima y personal a uno mismo; y a la escucha cotidiana y nutritiva al otro. Y a la no escucha. La no escucha íntima y personal a uno mismo; y la no escucha cotidiana al otro –que no me nutrirá-. Disculpen la repetición: es por si no me escuchaban.

Un celebre violinista decía acerca de su sublime interpretación de un concierto para violín de Beethoven, que tenía un buen instrumento, una espléndida partitura y que lo único que tenia que hacer era quitarse de en medio. Algo de eso tendrá la escucha. Quitarse de en medio. Sutil la cosa, al tiempo que necesaria. Si bien puede parecer imposible, ya que ¿cómo me voy a quitar de en medio para escucharme? A poco que nos paremos en ello nos parecerá indispensable. Generalmente yo no me escucho: me pienso. Ahí estoy yo haciendo cábalas, me digo digos y diretes, que no corrigen la idea que tengo de mí, y que, por tanto, me llevan a eso que ya sabia de mí. Me reconfirmo. No me escucho, dado que me sé, me interpreto. No advierto que ahí, en ese lapso, eso que soy ahora se escurre, se va. Lo real del momento, de mí, perdido entre brumas. Brumas acolchadas o graníticas; acogedoras o cansinas. Usualmente segurizantes, por conocidas.

Sí sí, pero ¿y lo que me pierdo? Aquí sí que en el mismo pecado está la penitencia: poco diré sobre el particular ya que por su peso cae. Sólo dos cosas. Una: por supuesto se puede vivir sin escucharse incluso pensarse feliz. Dos: creo que es imposible crecer sin escucharse (y más cosas, claro), y cuando digo crecer, me refiero a tender hacia esa plenitud que no refleja adquisiciones sino conocimiento.

Y ¿cómo no será la escucha de los otros? Cómo no será, digo, si ya me cuesta o evito escuchar a mi ombliguito, que teóricamente y narcicisticamente es lo más importante para mí. Sinceramente, a veces me alarmo del bajo nivel de escucha en general. De lo poco que nos escuchamos. Como si de un cómic se tratara, a momentos tengo la visión de unas pompas que van rebotando unas con otras sin que apenas quede rastro del contacto. Un aroma de que eso que dices ya me lo sé; o me recuerda que tengo la olla en el fuego y una llamada que hacer; o no me importa lo que me cuentas, pero no voy a decírtelo no sea que dejes de hablarme (de hablarme de eso que no me importa…). Dicho esto, lo que me queda es hacer un elogio de la escucha al otro, señalando un aspecto que considero especialmente valioso. Lo que la escucha convoca. Al sentirse escuchado uno se coloca en un sitio particular, no puedo decir cuál pues depende de muchos factores. Hagan la prueba, intenten escuchar a alguien; lo que dice, como lo dice, el movimiento de sus labios, su cuerpo, intentar que el hábil movimiento de sus manos sea lo que completa lo que no dice. Cómo huele; escuchar con el corazón. No piense en la respuesta ni en el consejo a darle. Escúchenlo, deje que le toquen, acaricien o rasquen sus palabras. Sus gestos y las emociones que delatan; no hace falta estar de acuerdo (si me apuran, a veces no hace falta ni entenderlo), ni ser incondicional, no hace falta nada, estar nomás. Puede ser un gran gusto. En la misma esencia de la escucha está la recompensa. Para ambos.

Josep Devesa (2007

El reconocimiento de la propia experiencia

«Sabe más acerca del grano de mostaza aquel que ha probado un grano, que el que ha estado toda la vida viendo pasar delante de su casa caravanas de camellos cargados de granos de mostaza» (Proverbio árabe)

Considero que es vital saber estar en contacto pleno con la propia experiencia y me encuentro con que tenemos frecuentes e importantes dificultades para ello. La conciencia de la propia experiencia a menudo nos falta o está distorsionada. Sorprendentemente, aquello que experimentamos no es una evidencia para nosotros mismos, al contrario, desconfiamos de lo que vivimos y no podemos reconocerlo verdaderamente como propio. Paralelamente, se agranda nuestra ignorancia acerca de nosotros mismos y del mundo, pues nuestra principal vía de conocimiento, y de relación, que es nuestra experiencia, queda parcial o totalmente destruida*.

Ante este panorama, vale la pena considerar seriamente estas cuestiones y buscar la manera de iniciar el camino hacia su resolución. La buena noticia es que la posibilidad de conseguirlo es cierta, pues se encuentra en nuestra misma constitución: se trata de nuestra capacidad de darnos cuenta o de percatarnos. Sabemos que esta es una cualidad propia de todos los seres vivos y que en el ser humano reviste una gran complejidad, en buena medida porque tenemos la facultad de tomar distancia respecto de nosotros mismos, con la consecuencia de una particular autoconciencia y la posibilidad de relacionarnos con nosotros mismos además de con otras personas. Y con nuestra sombra, nuestros fantasmas, nuestros demonios.

Nos queda, pues, potenciar nuestra capacidad de darnos cuenta. Las ocasiones para ello son infinitas, nos las brinda la vida misma a cada momento. Claro que hay que estar presente, hay que saber estar aquí, estar en lo que se está. Entonces nos encontramos con que experienciar y darse cuenta son en cierto sentido lo mismo, no existe el uno sin el otro. Sentir, vivir ¿acaso pueden darse sin conciencia de lo vivido? El hecho de percatarnos o darnos cuenta de algo ¿no es ya en si mismo una experiencia? Por el contrario, podemos también, y lo hacemos a menudo, estrechar los márgenes de nuestra conciencia y captar justo lo que nos permite «funcionar», ir tirando, sobrevivir. Esta suerte de autoengaño es, en ocasiones, todo cuanto podemos hacer; el problema es cuando se convierte en un hábito, un sistema de funcionamiento en el que el hecho mismo de ser conscientes y estar vivos es algo que, de tan obvio, lo obviamos. Bueno es cuando podemos verlo.

Dice Goethe, «¿Qué es lo más difícil? Poder ver con los ojos lo que a la vista tienes». De donde primero recibí esta idea fue de la gestalt y particularmente de Perls quien, en su audacia, llegó a definir al neurótico como alguien incapaz de ver lo obvio y resaltó de forma realmente vívida que somos, y tenemos, nuestra capacidad de darnos cuenta, virtud mediante la cual podemos orientarnos en la vida, desarrollarnos, aprender y cambiar. ¡Casi nada! Claro que ello supone aprender a estar en contacto con la realidad y requiere, por lo tanto, un desaprendizaje de las propias manipulaciones y distorsiones perceptivas. Realizamos este proceso en la relación con los demás y con los acontecimientos de la vida, de la misma manera que aprendemos a escribir escribiendo.

Coherente con sus propias premisas, lo que la gestalt propone es: date cuenta, date cuenta de lo que te pasa, date cuenta de lo que haces y de lo que piensas, siente cómo te sientes, date cuenta de tu entorno, quédate ahí, percátate…Y qué ocurre entonces. Las experiencias más intensas y reales se dan con un darse cuenta también intensificado a la vez que abierto. Abierto quiere decir en este caso sin estar fijado a expectativas y libre de juicios. Lo más interesante, desde luego, tiene lugar aquí.

Inés Martínez

Acerca del amor en la relación terapéutica

Este escrito surge a partir de la charla que di para celebrar que en septiembre del 2006 cumplí 25 años como psicoterapeuta. En ella, disfruté repasando diferentes etapas y aprendizajes realizados a lo largo de estos 25 años y hablando sobre aspectos teóricos y prácticos que para mí siguen teniendo valor y sobre los que me sustento en mi quehacer.

Al final, cuando un querido colega comentó que, como paciente mío, para él fue importante recibir mi amor y me preguntó si a los demás los quería tanto, respondí que yo también me había sentido querida por mi psicoanalista (con el que apenas tenia contacto) y que, precisamente cuando él era paciente mío, no me despertó mucho cariño (cosa que él ya sabía). Ello, además de ser verdad, fue una manera de echar pelotas fuera desde mi parte más fóbica a “lo bondadoso” y no me tomé el tiempo para responder con mayor profundidad. Eso es lo que me dispongo a iniciar ahora.

Parto de la base de que tanto el impulso amoroso como el hostil existen. Y de que la apuesta de la psicoterapia profunda es la de encontrarse no sólo con lo mejor de uno sino también con lo peor de uno. El título del primer libro de Perls, “Yo, hambre y agresión”, refleja la importancia que daba a la agresividad. En él destacaba la etapa oral frente a la relevancia dada por Freud a la etapa edípica y afirmaba que justamente la violencia era fruto del no desarrollo operativo de la agresividad. Me parece que en el momento de alto nivel de violencia actual ello sigue teniendo una vigencia “rabiosa”. A la perversión de la agresividad debemos sumarle el demasiado escaso desarrollo del ejercicio del diálogo.

Ciertamente, para crecer de un modo saludable, necesitamos vínculos amorosos además del cuidado material. Y, para vivir de forma satisfactoria, necesitamos tanto del amor que nos une como del uso de la agresividad que nos permite decir no a lo que no queremos. Es decir, para poder mantener una relación actualizada con los demás he de poder colocarme donde necesito estar; y para ello he de poder arriesgarme tanto a amar, mostrando mis ganas y mi interés, como a perder la buena mirada del otro. Por supuesto, ello es difícil. Si yo no me aprecio lo suficiente me puede ser difícil mostrar desacuerdo o disentir y también mostrar aprecio. En realidad, va a ser difícil tomar mi experiencia como válida y partir de ella para entrar en relación con los demás.

Mi objetivo como terapeuta es que el o la paciente se las entienda consigo mismo y con su mundo, tomando lo suyo en sus manos. Desvelar el odio y el dolor son dos buenas vías para ello, acompañar al vacío es aún vía más regia. Para ello, como terapeuta necesito, no sé si querer al paciente, pero sí emocionarme con él, sentirlo íntimamente. No creo que se trate de intentar querer al/la paciente para que se quiera sino de atrevernos a sentir ternura, tristeza o dolor cuando se abre para que sea él quien se pueda acoger tiernamente cuando ello sea posible.

Como terapeuta, no me tomo el trabajo de querer a mis pacientes. Lo cierto, tal como sí dije cuando una alumna me “contradecía” diciendo que ella sí había visto amorosidad en mi forma de intervenir, es que me gusta el ser humano (aunque seamos muy estúpidos), que me sigue despertando mucha curiosidad y que me apasiona acompañarle a acercarse a sí mismo. También es cierto, y no dije, que sí me tomo el trabajo de tener la paciencia para entrar en contacto con zonas íntimas suyas y que es entonces cuando el curso del proceso terapéutico adquiere mayor profundidad. Digo paciencia, espera… Tiene más que ver con darle espacio que con darle estima. Aunque podríamos entender que precisamente darle espacio al otro, sin pretender nada, es quererlo. Repito una frase que dice Lacan, y que desde aquí me comprometo a investigar, que amar es dar lo que no se tiene. No sé como contaros que es la definición más sugerente que he conocido hasta ahora sobre qué es amar. Es la que más me acerca a la estima no presionadora ni pretenciosa. Me parece una buena pista, que conecta con la gran importancia que el vacío tiene en la psicoterapia profunda.

Cristina Nadal i Muset (abril-2007)

Contacto y Retirada

apuntes de gestalt

La vida es ritmo. Existe un ritmo intrínseco en la naturaleza y, como parte de ella, en el ser humano. El latido del corazón, sueño-vigilia, la respiración… Unos que me ocurren frente a otros que yo manejo. Un ritmo básico de estos últimos es el contacto-retirada. Es un movimiento esencial para nuestra supervivencia y para nuestro bienestar y,donde mejor puede reflejarse, es en la satisfacción de las necesidades. La necesidad puede ser de cualquier tipo, fisiológica, estética, emocional, etc. Es muy simple entenderlo, si tengo sed me acerco a la fuente y bebo (contacto) una vez saciado dejo de beber (retirada). Si tengo ganas de compañía llamo a un amigo, nos vemos (contacto), estamos juntos un rato y nos despedimos (retirada). Tan simple que parece una enseñanza de los teleñecos…

En la práctica no siempre es fácil, sobretodo cuando se refiere a relaciones o emociones. A veces a uno le cuesta tanto la retirada que la vida roza el hartazgo continuo (ese no parar, sin dejar un resquicio para nada). Unos cuantos frentes abiertos, varios grifos por cerrar. Por voracidad o por apego ya que, en la fantasía, el contacto nos acerca a la vida, a la plenitud y la retirada a la muerte, al vacío. Está también la aridez de la retirada continua: la dificultad en el contacto, el erial conocido frente al bosque por conocer; por comodidad, miedo o dejadez. Así pues admitamos que cada uno tiene su propia cadencia de contacto retirada ya sea sincopada, lenta, rítmica… Cabal o neuróticamente cada uno la administra como sabe, puede y quiere. Entendiendo, además, que en una misma persona, a poco flexible que sea, puede variar segúl el momento, las épocas, etc.

Después de esta pequeña introducción, y dentro del binomio contacto-retirada, quisiera enfocar un poco más a fondo el polo del contacto en nuestras relaciones cotidianas. Como veníamos diciendo, el contacto es el momento del encuentro. Pero aplicando la lupa a ello creo que es pertinente formular algunas preguntas. Una de ellas podría ser: cuando decimos que contactamos con el otro, ¿realmente entramos en contacto con él? ¿Lo vemos? O es sólo un espejo para mirarnos, un simple frontón en el que jugar nuestro partido, distraída o concentradamente, da igual. ¿Me relaciono con el otro? O quizás sólo aterrizo en él, planto mi tienda, ahí me instalo y con un poco de suerte ya no tengo más preocupaciones o aficiones que las suyas… Más habitual de lo que parece: vivir la vida de los demás, dimitir de la propia. Así pues, lo que me pregunto es si no será que en muchas ocasiones, a posta o no, el pretendido contacto, por exceso o por defecto, no es más que un intento, una especie de simulacro de encuentro.

Sigamos avanzando. ¿Cuándo sí entramos en contacto? Se me ocurre una metáfora: cuando suena una guitarra cerca de otra, la que no es tañida vibra a partir de la sonante y, por ello, también suena. Y a ello se le llama sonar por simpatía. Conviene recordar que la guitarra que suena por simpatía, lo hace gracias a la que está sonando, pero no sólo por ella, ya que también gracias a su propia caja de resonancia. Considero que somos un poco como las guitarras: a poco que nos dejemos, nuestra caja de resonancia vibra. En el libro de Isabel Allende “El plan infinito”, Olga, una vidente, basaba su filosofía en esta premisa: “(Olga) Pronto aprendió que las historias se repiten con muy pocos cambios, las personas se parecen mucho, todos sienten amor, odio, codicia, sufrimiento, alegría y temor de la misma manera. Negros, blancos, amarillos, todos iguales bajo la piel, la bola de cristal no distinguía razas, sólo dolores”. Esta metáfora me sirve para establecer un punto de partida básico: en el contacto es necesario que haya una influencia mutua, un trasvase, del tipo que sea (intelectual, íntimo…), que implique a más de uno. Sólo es nutritivo, gratificante o una oportunidad de crecimiento, cuando es real. Y también es de ley asumir que aunque real no siempre es agradable y que por menos de nada puede ser directamente glacial, hiriente…

Creo que ya sólo nos falta juntar los dos argumentos. La escucha al otro y mi caja de resonancia. Lo que me llega de él y lo que eso me suscita. Se requiere una cierta fluidez: es un viaje de ida y vuelta. Dentro y fuera sucesivamente. Abrir lo suficiente, aunque sea una rendija, sintonizarme. Y cuando es así ocurre, por ejemplo, eso tan elemental como que en la muerte, cualquier muerte, resuena mi propia muerte. Que en la alegría del otro puede resonar mi propia alegria, o mi frustración por no tenerla, o mi envidia. Resueno, en fin, y tal resonancia habla de mí y del otro y viceversa.

No quisiera acabar sin hablar mínimamente del otro polo: la retirada. Creo, con lo dicho, cúan necesaria y sana se antoja la retirada. Uno no puede, digamos, estar resonando en todo momento, siempre llega el instante de retirarme. De estar conmigo, del reconfortante -o no- reencuentro conmigo, que permite entre otras cosas digerir, dar espacio interno a lo nuevo. Ya que antes o después otra necesidad va emerger. En eso estamos. Bien, creo que es el momento de acabar este pequeño escrito y retirarme, con el deseo de que pueda ser de utilidad…

Josep Devesa (2005)

Crisis

Todo hombre puede encenderse a si mismo una luz en la oscuridad.
Heráclito, fragmento 26

Entrar en crisis. Enfrentar una crisis. Supone afrontar los asuntos irresueltos y también los eternos temas de cada cual, aquellos donde encontramos mayores dificultades porque tocan nuestros puntos flacos, nuestros límites. Hay momentos o épocas en que la vida, de un modo u otro, nos los pone delante, por regla general, una vez más.

Podemos ver, si nos atrevemos a mirar, lo que nos da miedo. Podemos así desenmascarar nuestros fantasmas. Y contrarrestar nuestras tendencias más habituales cuando las cosas se ponen crudas, que son replegarnos para atrás –tapando, olvidando, entreteniendo, regresando a comportamientos infantiles…- o tragarnos el miedo y tirar para adelante, por encima del asunto tan temido y de nuestra debilidad. En definitiva, huir.

La cobardía, dicen – y así lo enfoca el trabajo con el Eneagrama – no es el miedo. La cobardía es el miedo al miedo: no quererlo sentir, no quererlo mirar. Así alimentamos nuestros fantasmas, nuestras fobias, con la consecuencia paradójica de que entonces, al dejarnos condicionar por nuestro deseo de huir, son nuestros temores los que conducen nuestros actos. La valentía, por el contrario, requiere ser conscientes del miedo a la vez que actuamos y enfrentamos lo temido. Como una vez le escuché a cristina Nadal, “ El miedo, cuando nos lo dejamos sentir, es una puerta” En caso de abrirla, nos damos la posibilidad de tener un encuentro con lo real que se haya más allá de lo temido. Y así, también, plantamos cara a nuestra actitud fóbica – la huida por sistema – e impedimos que se refuerce y nos reste energía. Antes bien, somos nosotros quienes nos fortalecemos al desarrollar nuestro coraje.

Enfrentar una crisis implica, en alguna medida, entrar en territorio desconocido, sentirse perdido. Y eso, claro, asusta. Pero si en algún momento nos decidimos a atravesar ese estadio, vemos que aparece una mayor apertura y quizá encontramos cierta excitación y vitalidad, el gusto de descubrir. Y es que entrar en crisis implica no sólo abrirnos a nuestros miedos, sino también, y especialmente, a nuestros deseos.

Sirve y es necesario no correr, no pretender una solución rápida – y a veces, por raro que parezca, ninguna -, solución que vendría dictada por nuestro yo más superficial y automático. Sirve abrir, soltarse en la incertidumbre y escuchar las sensaciones, los ecos y movimientos internos según nuestra conciencia se va ampliando, Y mirar de cerca allí donde querríamos, como tantas veces hemos hecho, pasar de largo. Se nos presenta entonces, al descubrir algo de nosotros mismos, la oportunidad de aprender de la experiencia, por lo tanto, de aumentar nuestro apoyo interno, nuestro sentido de autonomía.

Y ya para terminar. Miremos un momento ese asunto propio que se nos pone patas arriba o se mueve cuando entramos en crisis. Quizá podamos ver que se trata de un tema más profundo, que tiene derivaciones o se extiende hasta tocar lo que son temas universales, propios del ser humano: la muerte, la soledad, el amor, el cambio, la confianza, la vulnerabilidad… Y quizá, gracias a esa mirada más amplia, nos encontremos con que no estamos tan solos, no vivimos aislados, sino que cada cual está con los demás, y con su pedacito o su pedazo de soledad, en el mismo barco.

Inés Martínez (2005)

 

La relación terapéutica en Gestalt

Artículo publicado en el Boletín nº26 de la Asociación Española de Terapia Gestalt. (2006)

Este escrito habla sobre la especificidad gestáltica del uso de lo que el terapeuta experimenta frente al paciente. Primero enfoca el nivel transferencial y contratransferecial, también presente en la relación terapéutica gestáltica -que prima lo actual-, y hace referencia al nivel de apoyo y confrontación que el terapeuta fomenta con su intervención.

Sabemos que la relación que el terapeuta establece con el paciente es determinante para el éxito o el fracaso del tratamiento. Es más determinante que la técnica que se utilice y la teoría de la que se parta, dado que éstas, tal como dice Claudio Naranjo 1, son aplicadas a través de la actitud que el terapeuta toma frente al paciente.

Me resulta clarificador encuadrar la relación terapéutica como una relación de ayuda y entender que, como tal, debe facilitar el desarrollo y la maduración de la persona con la que trabajamos. Aquí conviene recordar que para Perls madurar es ir pasando de la dependencia (propia de la etapa infantil) al autoapoyo propio del adulto con un funcionamiento saludable.

El o la paciente tiene identificados aspectos sintomáticos que le molestan: accesos de cólera incontrolables, dificultades en la relación con los demás, conflictos de pareja o familiares, crisis de angustia, obsesiones que van obstaculizando su cotidianidad, enfermedades psicosomáticas, insatisfacción persistente… También puede acudir a la consulta con una sensación de malestar generalizado viendo que algo o mucho en su vida no funciona.Pide ayuda para curarse, para sentirse mejor, y viene con todas sus maneras de evitar sensaciones, recuerdos…Es decir, con las defensas que le “permiten” mantener la sintomatología.

Como gestaltistas, con nuestra presencia y nuestras intervenciones vamos a ayudar al paciente a que se dé cuenta de qué hace y de cómo participa en la generación de estas situaciones o pensamientos que le hacen sufrir. Compartimos con otros enfoques dinámicos y humanistas que el sujeto es responsable de su vida. Entendemos que el trabajo de irlo asumiendo es curativo.

Estamos entrenados/as para acompañarle en el viaje de zambullirse en su propia experiencia, ayudándole a hacerse cargo de la misma. Por ejemplo, no tiene el mismo efecto que una persona diga “tengo una tensión en la nuca”, que “estoy tensando la nuca”. Mayor riqueza le aportará aún identificar cómo lo está haciendo o qué sentido tiene este hecho, para él, en este momento. En relación a su capacidad de identificar sus sensaciones, puede decir, por ejemplo, “es como si quisiera mantener siempre la cabeza en alto”. A ello podría seguirle la identificación de una situación en la que está forzando esta actitud. La exploración de este gesto puede a su vez facilitarle descubrir qué evita con él. Como vemos, apropiarse de la autoría de sus experiencias no es sólo un objetivo sino también una vía de conocimiento.

El proceso de profundización en uno mismo, de desvelamiento de los engaños y apaños que nos hacemos, el encuentro con lo propio, es la vía de curación que proponemos.En ello nos alineamos con las demás corrientes que tengan como objetivo sanador una búsqueda de conocimiento interno. “La inscripción -Conócete a ti mismo y conocerás a Dios-, en la puerta de entrada al templo de Tebas, apunta a una fuente interna de máximo conocimiento. El modo de acceso al mismo y el objeto de conocimiento que se pretende conseguir son definidos de manera diferente por cada sistema de pensamiento o enfoque que comparten el interés por dicha fuente de conocimiento.” 2 Los gestaltistas entendemos que no se puede conocer verdaderamente el interior si no se reconoce y conoce, también, lo ajeno y, sobre todo, nuestra forma de estar y de movernos en el mundo. Para facilitar el desarrollo del proceso curativo y por lo tanto reestablecer la capacidad de aprender de la vida, enfocamos, básicamente, aquello que acontece en la interacción que el sujeto establece con su entorno.

RELACIÓN ACTUAL Y TRANSFERENCIAL/CONTRATRANSFERENCIAL

El terapeuta, en la sesión, será un otroen minúsculas, con el que el paciente desplegará, como con muchos otros, su estilo de establecer vínculos con los demás. Por ejemplo, si alguien es invasivo, seguro que lo será con su terapeuta. Al igual que también lo retará o seducirá si esto es lo que el paciente hace con los demás. Poner conciencia en la relación y explorar lo que hace y le sucede en ella será un excelente filón, una buena autopista, para que el paciente pueda verse y reconocerse en su forma de establecer relaciones. Teniendo, esta vez, la ocasión de explorar lo que estaba oculto o ausente de la conciencia y la oportunidad de encontrarse con aquello de lo que uno/a pretendía escapar o que no se atrevía a reconocer. Pudiendo, por lo tanto, llorar lo no llorado, sentir lo no permitido o celebrar lo denostado. Puntualizo que, si esos descubrimientos y experiencias emocionales no se acompañan del reconocimiento de los autoengaños y de las propias distorsiones (que conforman el cuento que nos contamos sobre uno/a y sobre el mundo), no hay elaboración, sólo hay catarsis -cuyo efecto terapéutico es menor.

 Sin embargo, este otro que el terapeuta es para el paciente, además de ser otro en minúsculas, vendrá a ocupar el lugar de los otros significativos: figuras parentales, abuelos o tíos significativos, algún hermano…. Es por ello que podríamos entenderlo como un Otro en mayúsculas. Aquel en el que fácilmente se le pueden depositar, y le depositamos, la posibilidad de satisfacción (idealización) del deseo de ser salvados, protegidos… Ello es así incluso cuando el o la paciente sabe que el asunto no se trata de eso, de encontrar la salvación. Este Otro también toma la forma de juzgador y deperseguidor. El paciente, como en el resto de enfoques, sean del tipo que sean, va a transferir, trasladar y reeditar con el terapeuta formas de relación vividas con sus progenitores y personas significativas de su infancia. Este fenómeno de la transferenciaocurre en todas las relaciones, especialmente en los vínculos de relación de ayuda y con mayor intensidad cuando la situación del que es ayudado supone un alto grado de vulnerabilidad. La transferencia se ve incrementada, por ejemplo, con un guía de viaje, con el abogado o con el médico. Para no simplificar en exceso, añado aquí que “(…)esta repetición no debe tomarse en un sentido realista que limitaría la actualización a relaciones efectivamente vividas; por una parte, lo que se transfiere es, en esencia, la realidad psíquica, es decir, en el fondo, el deseo inconsciente y las fantasías con él relacionadas; por otra parte, las manifestaciones transferenciales no son repeticiones literales, sino equivalentes simbólicos, de lo que es transferido.” 3

Por supuesto, losvínculos primigenios con nuestras figuras parentales y hermanos determinan nuestro sistema vincular, nuestro sistema de establecer relaciones con los demás. Ello es siempre así. Frente a la posibilidad de analizar aquellas relaciones para entender y poder modificar las que establecemos en la actualidad, apuesta propia del psicoanálisis, nosotros vamos a ocuparnos de explorar cómo son estos modos de relación actuales.Como propone Albert Rams 4, creo que la mejor perspectiva es la de tener presente que en lo que vive, expresa y hace el paciente hay un nivel transferencial edípico, algunas veces está presente el nivel preedípico y todo esto se da aquí con el terapeuta, es decir, tiene un nivel real y actual. Es precisamente el seguimiento de la experiencia actual nuestra puerta de entrada a los diferentes niveles.

Abundando en la complejidad de la relación, a la vez, el terapeuta, el médico o el guía, además de poner en marcha su propia transferencia en relación al usuario o paciente, tiene reacciones frente a la transferencia del paciente o el usuario, lo cual es llamado, específicamente, contratransferencia. La opción psicoanalítica general es el de controlar dicha reacción contratransferencial y sólo supervisarla. La gestáltica, es, además de supervisarla, hacer uso de ella frente al paciente. Transparentarse será una de sus más potentes intervenciones.

El terapeuta deberá identificar y trabajar, en supervisión, la reacción que él tiene frente a la transferencia de su paciente (la llamada contratransferencia) así como las reacciones provenientes de sus vínculos infantiles. Podríamos decir, su propia transferencia hacia el paciente.A ambas, tanto sus “aficiones” transferenciales como contratransferenciales, debe conocerlas y trabajar sobre ellas (tanto en terapia como en supervisión) para conseguir mayor espacio interno y libertad para intervenir. En Gestalt, nos entrenamos en afinar estas mismas vivencias y reacciones como una de las mejores herramientas del terapeuta. Para ello, como terapeutas debemos estar atentos a nuestro sentir.

 Perls llamó “Simpático” 5 al estilo de relación terapéutica gestáltica refiriéndose a que él o la terapeuta atiende tanto lo que expresa y le sucede al/la paciente como lo que le sucede a sí mismo/a. Lo específicamente gestáltico es el uso de su propia vivencia en sus intervenciones. Si cuando el paciente se queja de que su mujer no le escucha, el terapeuta nota como él tampocolo haría, tiene la posibilidad de poner de manifiesto su propia reacción para ayudar al paciente a descubrir cómo hace la demanda de modo que incluso puede producir la respuesta contraria a la deseada. Lo que al paciente le suceda con este hecho será material terapéutico y el terapeuta deberá tener el arte de facilitar al paciente su exploración.

APOYO Y FRUSTRACIÓN

El reconocimiento y el uso que el terapeuta hace de lo que experimenta va a resultar reconfortante y/o frustrante para el paciente. El apoyo y la frustraciónson dos aspectos básicos del desarrollo personal. El bebé necesita caerse para aprender a caminar. Para orientar la intervención terapéutica, Perls alienta combinar el apoyo a las vivencias y expresiones genuinas con la frustración de las actitudes manipulativas.

Como ya hemos mencionado, el comportamiento neurótico es sustentado por un importante uso, más o menos masivo, de conductas evitativas del contacto consigo y con la realidad circundante. Estas mismas actitudes son las que siguen manteniendo la desconexión y alimentando el funcionamiento manipulativo. Va a ser el juego a dos manos (apoyo-confrontación) del terapeuta el que le va a permitir al paciente ir encarando los asuntos que le son propios e irse ocupando de sí.

Creo que el encuadre, que puede ser variable en función de cada terapeuta, al establecer el marco y ciertas pautas del desarrollo del tratamiento, supone un factor importante de apoyo.Sin embargo, el aspecto fundamental del apoyo es ser escuchado.

El uso de la empatía favorece que el paciente se pueda abrir. Sin ese rapport no es posible un trabajo eficaz. Carl Rogers es quien más énfasis puso en la función de apoyo del terapeuta. Para él, el terapeuta debía sentir y manifestar -y hacer que el paciente lo notara- aceptación incondicional y empatía. La otra condición necesaria, para que el terapeuta no se perdiera en la confluencia y para que la persona sanara, era la congruencia del terapeuta. Es decir, el apoyo y la empatía debía ser verdadera, no fingirla ni fabricarla.

Lo decía Ferenczi, también se lo he oído repetidamente a Paco Peñarrubia y todos comprobamos diariamente que el terapeuta ha de apreciar al paciente para que el trabajo se pueda dar. Memo (Guillermo Borja), perlsiano tanto por carácter como por convicción, decía que si rechazaba a un paciente se lo decía, se lo mostraba y, sólo si entonces el paciente quería seguir trabajando con él, podía aceptarlo como paciente.

En relación a la confrontación, Perls afirmaba: “Y el prerrequisito para una satisfacción plena es el sentido de identificación del paciente con todas las acciones en que participa, incluyendo sus autointerrupciones. Una situación puede concluirse – lo que es igual a decir que se logra satisfacción-, únicamente si el paciente está comprometido enteramente en ella. Dado que sus evitaciones neuróticas son un modo de evitar el compromiso total de las situaciones, deben frustrarse.” 6 Para él era fácil, digamos que natural, no dejar pasar ni una manipulación sin ser confrontada, no sólo en sesión sino en cualquier lugar.

Según Claudio Naranjo, “La confrontación es una maniobra psicológica más completa y más rica que la simple frustración por el hecho de que refleja la percepción que el terapeuta tiene de lo que le está pasando al otro”. Por ejemplo, dice que el acto de Perls de taparse los oídos cuando Claudio le contaba unos hechos a modo de justificación, no era una simple frustración, con ello le estaba devolviendo el juego que él hacía para no entrar en el contacto de un modo más directo y vivo. 7

De Memo (Guillermo Borja) aprendí que la verdad cura y que la mentira neurotiza y puede psicotizar. Decía que una violación la podía curar en unas semanas, una fantasía de violación podía resultar mucho más compleja. La violación, la carencia, el mal trato, la enfermedad… fueron, se dieron. Ello pasó y puede seguir pasando. Aquello que fue vivido de forma traumática sigue presente y se reaviva ante situaciones conflictivas actuales. Seguirles la pista y encarar y asumir ahorael mal trato recibido, el hecho de haber sido no deseado o de haber sido violada; encararlo ahora, aprovechando las ocasiones en que lo histórico y lo neurótico se reaviva sirve para ocuparnos de lo que nos es propio y para cambiar nuestra actitud. Asumirse uno y asumir la propia historia requiere hacerse cargo de lo pendiente, hacer ahora el trabajo de dar la cara, el trabajo de duelo o de lo que sea necesario para poder andar con la mochila menos repleta y pesante; para poder hacernos cargo de nuestro deseo y comprometernos con lo que nos concierne.

Ahorrarle malas sensaciones o dolor al otro es un engaño; cuando uno protege al otro se está protegiendo a uno mismo. Por supuesto, como terapeutas debemos diferenciar entre confrontar para que el otro pueda verse, lo cual implica saber cómo y en qué momento lo hacemos, y ensañarse con el otro como uso abusivo de poder o en aras de cualquier “buena” justificación.

USO DEL SENTIR DEL TERAPEUTA

Asegurando el espacio de supervisión, nuestra opción de trabajo como gestaltistas,va a pasar por dejarnos sentir, reconocer y poder expresar lo que nos pasa.

Son varios los niveles en que los gestaltistas usamos lo que experimentamos en la sesión.

En un primer momento, registrar la propia respuesta emocional frente al paciente tiene efecto. Por ejemplo, dejarnos notar qué sentimos cuando el paciente nos intenta convencer de algo y poderlo notar sin pretender nada de forma inmediata, sólo dejarle espacio, repercute en él. Este efecto es quizás más fácil de imaginar si, por ejemplo, el terapeuta se deja sentir tristeza cuando el paciente niega o disimula la suya. Facilita la emergencia de la misma o potencia que la evitación de la misma se presente de forma más clara.

Por supuesto, y dando un paso más, lo que sentimos sirve para elaborar hipótesis diagnósticas. Y, de forma más inmediata, para orientar la creación de experimentos. Si tenemos la sensación de que quiere tener todo el tiempo la razón podemos proponerle que nos intente convencer de lo que dice. O bien intervenir preguntando. “¿de qué me estás intentando convencer?” o “¿crees que ya me has convencido?”.

El nivel específicamente gestáltico es mostrar la propia experiencia. Comunicar lo que le sucede a uno es la regla de oro de cualquier relación íntima. Hablar de lo que me pasa, no de lo que pienso que hace el otro y tampoco juzgarle no es nada fácil. “ (…) la comunicación, desprovista de un fin pulsional no puede ser otra cosa que un acto de amor.” 8 En este caso puedo decir algo así como: “noto malestar, presión, imagino que pretendes que vea lo mismo que tú.”

Aún otro nivel será reaccionar mostrando mi rabia por sentirme presionada. Ponerme agresiva gritándole “¡Me molesta que me intentes convencer!” supone un mayor impacto energético que puede tornar más eficaz la intervención si la o el paciente se puede enterar del juego que está jugando. Es útil en la medida en que podemos seguir qué le pasa al otro/a después de la misma.

Veamos otro ejemplo: La suposición de una paciente de que su terapeuta tiene debilidad por las rubias con ojos azules, además de pertenecer a su propio mundo y, por lo tanto, ser un excelente material para seguir explorando, puede ser verdad para el terapeuta. Revelar que ello es cierto, posibilitará la exploración de lo que a ella le sucede ahora con este hecho y no sólo lo que le ha sucedido en su vida en relación al mismo. Aporta la posibilidad de reposicionarse en relación a un hecho real, aunque en general ello requerirá la reelaboración de algunos de los hechos vividos con anterioridad.

El terapeuta es alguien de carne y hueso que usa el ponerse de manifiesto como persona y, por lo tanto, como alguien limitado. Es alguien que siente dolor, angustia y que se da “subidones” narcisistas como todo hijo de vecino. Poner de manifiesto lo propio del terapeuta aporta experiencia real que permite el seguimiento de qué le pasa al paciente con ello. Aporta realidad y ello implica vivencia, que en la sesión terapéutica puede ser explorada. Explorada y saboreada en el sentido del saber que le aporta al paciente de sí. Por una parte, le permite atender y reconocer la experiencia como suya y, por lo tanto, adueñarse de la misma y no sólo especular. Por otra, que el terapeuta se transparente tiene un efecto de contagio. Facilita al paciente también carnificarse y reconocerse como limitado.

Dicho todo lo anterior y, por lo tanto, optando por hacer de la relación actualy del sentir del terapeuta una excelente herramienta terapéutica, creo que debemos saber que no todos los pacientes toleran el contacto ni reciben de igual modo la confrontación. Los y las pacientes psicóticas y borders pueden tener serias dificultades en integrar las confrontaciones. Sólo estar frente al otro ya puede ser inmensamente angustiante y necesitan, por tanto, mayor trabajo previo.

También quiero añadir que el ejercicio de transparencia por parte del terapeuta puede tener la desventaja de limitar, a veces con excesiva prontitud, el mundo fantasmagórico del paciente: frente a la fantasía, a la suposición, existe la contrastación de una respuesta determinada. Tarea del terapeuta va a ser no detener la exploración de la fantasía del paciente, corresponda o no con la realidad, puesto que ésta forma parte del mundo interno del paciente y configura su cosmovisión. Aunque también es verdad que la contrastación que supone la revelación de la experiencia del terapeuta o de otros compañeros, en el caso de la psicoterapia grupal, puede no reducir la fuerza de la distorsión perceptual del paciente, que dependerá de su nivel de enfermedad.

En todo caso, y según mi punto de vista, no se trata de que el nivel actual tapone el transferencial. Poner luz en el nivel transferencial es necesario para ir asumiendo la autoría de la autobiografía de cada cual.Y sí se trata de que el sujeto se actualice, se vivifique y se transforme en lo que es. En este sentido, me parece muy buen resumen de la adecuada actitud del terapeuta la formulación: “Estar renunciando a los propios contenidos pero confiando en la propia capacidad de resonar” 9.

 Aunque estemos entrenados en usar nuestro sentir para trabajar con el otro, creo que nuestra mayor potencia como terapeutas es la de no quedarnos apegados en una sola reacción, posición o hipótesis diagnóstica. Parafraseo otra vez a Claudio Naranjo 10, refiriéndose a Perls y al rol del terapeuta: “Perls mostraba un grado asombroso de indiferencia creativa como terapeuta por su capacidad de quedarse en el punto cero11sin verse atrapado en el juego de sus pacientes. Pienso en el punto cero como un refugio del terapeuta gestáltico en medio de una participación intensa; no sólo como una fuente de fortaleza, sino como su último apoyo”. Quedarme en el vacío, dándole valor al no saber, aunque a veces es muy incómodo, da espacio al otro. Al otro y a mí; más allá de mi hipótesis, de mi pretensión o de mi reacción emocional.

Para ir terminando, retomo el valor de la relación actual citando a Paolo: “Mientras que el paciente tiene el derecho a ser tratado como un tú, el terapeuta debe conseguir ser tratado como un tú por el paciente en virtud de su actuación: desde la óptica de la psicoterapia de la Gestalt éste es el trabajo por el que se le paga”12. Si yo le permito al o a la paciente que me trate como una agente técnica o como una sabia maestra le dificulto el aprendizaje de hacer proceso, de entrar en contacto con lo que le inquieta y angustia, y de ir identificando qué es lo que le va ocurriendo. Entrar en contacto con uno implica también entrar en contacto con el otro y viceversa. De ahí el valor de poner la atención en la relación.

Y para finalizar añado que la relación terapéutica es una relación real entre dos personas con roles diferentes que marcan posiciones diferentes. Según muchos autores, la diferencia jerárquica entre ambos roles está sustentada por el grado de maduración alcanzado. Cremos, y por ello nuestros alumnos deben hacer terapia, que el terapeuta ha tenido que explorar ampliamente sus fantasmas, angustias y manipulaciones antes de poder acompañar a otros en ello. “La diferencia entre el terapeuta y el paciente es que el primero reconoce su enfermedad, seguirá estando enfermo y no se opondrá a este caminar. Mientras que el segundo se niega, se quiere quitar la enfermedad y su fantasía es seguir el tratamiento para no ser más enfermo”13. Siendo una afirmación a veces difícil de asimilar, me parece que la verdad a la que apunta esta cita es la que nos permite poder mejorar el uso de lo que experimentamos frente al paciente para apoyarle en su búsqueda y confrontarle en su manipulación.

1 Claudio Naranjo. La vieja y la novísima Gestalt. Santiago de Chile. Cuatro Vientos. 1990, pp.11-12

2 Escrito para el programa del Aula Gestalt del año 2001-02.

3 Laplanche, J.-B. Pontalis. Diccionario de psicoanálisis. Barcelona,Ed. Labor, 1981, p. 444.

4 Albert Rams “Clínica gestáltica. Metáforas de viaje. Vitoria-Gasteiz. La llave, 2001, p. 121.

5 Fritz Perls. El enfoque gestáltico y testimonios de terapia. Santiago de Chile. Cuatro Vientos, 1976, p. 105.

 

6 Fritz Perls. El enfoque gestáltico y testimonios de terapia. Santiago de Chile. Cuatro Vientos, 1976, p 109.

7 Claudio Naranjo. “Confrontación.” Gestalt Viva. Boletín nº 19 de la AETG. 1999, p.8 y 9.

8 Paolo Quattrini. «  Transparencia,Contacto y Confrontación en laPsicoterapia Gestalt. » Gestalt Viva. Boletín nº 19 de la AETG. 1999, p

9 Albert Rams Clínica gestáltica. Metáforas de viaje. Vitoria-Gasteiz. Editorial La llave, 2001, p. 94

10 Claudio Naranjo. La vieja y la novísima Gestalt. Santiago de Chile. Cuatro Vientos, 1990, p. 202.

11 Para aportar información sobre el “punto cero” usaré dos citas de Fritz Perls:

-Dice en su libro autobiográfico: “Mi primer encuentro filosófico con la nada fue el número “0”. Lo encontré gracias a Sigmund Friedlander bajo el nombre de indiferencia creativa.”Dentro y fuera de la basura.Santiago de Chile. Cuatro Vientos Editoria, edición 1998, p.67.

-En su primer libro, aclara: “Todo evento se relaciona con un punto cero a partir del cual se realiza una diferenciación en opuestos. Estos opuestos manifiestan, en su concepto específico, una gran afinidad entre sí. Al permanecer atentos al centro, podemos adquirir una capacidad creativa para ver ambas partes de un suceso y completar una mitad incompleta. Al evitar una visión unilateral logramos una comprensión mucho más profunda de la estructura y función del organismo.”. Yo, Hambre y Agresión. México D.F. Fondos de Cultura Económica, 1947. p.17.

12 Paolo Quattrini. «  Transparencia. Contacto y Confrontación en laPsicoterapia Gestalt. » Gestalt Viva. Boletín nº 19 de la AETG. 1999, p 18

13 Guillermo Borja: La locura lo cura. México D.F. Ediciones del Arkan, 1995, p.22