¿POR QUÉ MEDITAR?

imagesinesbonaA veces me pregunto por qué este empeño en desarrollar una disciplina en la práctica meditativa. Que la meditación ayuda a calmar la mente es una buena razón y de ello tengo atisbos de vez en cuando. En ocasiones, especialmente cuando la meditación es guiada, o  ayudada por una escucha musical, el movimiento o la recitación de mantras, el efecto calmante es claro e intenso. Otras veces, sobre todo en la meditación vipassana, en la que uno trabaja a pelo con su cuerpo y su mente, la práctica resulta más difícil, pues la mente se encuentra sola consigo misma y se distrae con suma facilidad; no obstante, esta forma desnuda, por así decir, es una buena manera de conocer la mente y su funcionamiento y de indagar en los modos de manejar ese caballo salvaje, ese niño caprichoso. Por este motivo, considero muy interesante que la meditación de tipo vipassana sea el elemento principal de una práctica continuada.

“Si quieres controlar a una vaca, dale una ancha pradera”, según un dicho que no sé de dónde viene. Por ahí va la cosa. El aprendizaje de esa permisividad le sienta bien a nuestra mente, y de paso a todo lo que somos. No se puede apagar el fuego con fuego, no se puede controlar con más control esa faceta de nuestra psique tan volátil, escurridiza y ávida de control que es nuestra mente.  Lo que sí podemos hacer es oponer un elemento diferente, creando en nuestro ámbito psíquico una fuerza suave y firme, que actúe como límite  en el campo mental y le dé una estabilidad. Esa fuerza es nuestra atención, y mediante ella expandimos a la vez que afinamos la capacidad de darnos cuenta.

Hay una diferencia sutil –y no tan sutil- entre dejar la mente abandonada a sus desvaríos y observarla sin intervenir. En el primer caso, al no percatarnos de lo que sucede, la mente nos arrastra con ella, eso cuando no cabalga sobre nosotros; pero cuando somos capaces de no identificarnos con lo que sucede, creamos un espacio para simplemente darnos cuenta y regresar al campamento base, que es el ahora, el cuerpo, la respiración. Y también al contrario: sintiendo la postura y la respiración evitamos ser arrastrados por nuestra mente. Es muy importante, eso sí, que esa atención y esa vuelta al presente, al lugar real en el que estamos, no sean efectuadas con impaciencia ni enfado, sino con suavidad, de forma amigable para con nosotros, pues la calma con calma se enseña.

Por último, aunque podría ir en primer lugar, hay algo más que anima esta voluntad de meditar. Se trata de la necesidad de parar y  hacer una retirada hacia dentro. Parar, en primer lugar,  la compulsión por la actividad haciendo un alto en el ajetreo cotidiano, dejando en suspenso la atención a los estímulos exteriores, a veces excesivos, así como el afán por intervenir en lo que ocurre, sea para resolver, mejorar, cambiar…Cierto que ese afán reaparece durante la meditación, incluso con esfuerzos redoblados, en relación con los estados interiores. Pues bien, no cedamos al desaliento, la oportunidad de oro está ahí para que podamos entrenarnos en hacer algo diferente: ni luchar, ni distraernos, sino abrirnos, darnos cuenta, respirar y dejarnos en paz.

AÑORANZA DE LA PIEL DE GALLINA

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«Vendo mi alma. Absténganse el diablo, curiosos y bromistas». A continuación un número de móvil. No soy el diablo y tampoco bromista. Soy curioso y me sentía capaz de disimularlo. Así que llamé. Saltó el contestador y sonó una voz de mujer. Le dije que me interesaba su oferta. Vocalicé cuidadosamente mi nombre y número de teléfono y colgué. Más tarde recibí una llamada suya. Nos citamos en una cafetería. Para hablar de negocios.
Llegué unos minutos antes y me aposenté en una mesa que quedaba abrigada en un rincón, desde la cual obtenía una buena perspectiva del local. Tendría unos cuarenta años, era morena y un pañuelo de seda rojo –nuestra contraseña- envolvía su cuello. Se sentó frente a mí y pidió un café. Yo estaba tenso; ella aparentaba tranquilidad. Ambos dejamos que el silencio envolviera la taza y la cucharilla que removía el azúcar. Tras un pequeño titubeo fue al grano.
– El precio son cien mil euros.
No esperaba en absoluto que fuera tan directa. Siguió:
– Por supuesto, mi alma será tuya el día en que yo me muera, nunca antes. El pago es en efectivo- añadió.
Yo escuchaba con atención, pero como en un sueño.
– Como comprenderás- dijo- no estoy dispuesta  a regatear el precio de mi alma. Por otra parte, no quiero saber cuáles son las razones de tu compra.

Deduje que no era el primero en negociar con ella. A saber cuántos curiosos como yo ya atendió. Escogí bien mis palabras, quería cualquier cosa menos su desconfianza, y le expuse:
– Supongo que imaginas que es una compra que en mi vida pensé hacer.
Me miro y asintió. Seguí:
– Ni siquiera estoy convencido de la existencia del  alma.
– Te entiendo -terció- pero debes saber que si yo tuviera tal certeza, el precio sería muy superior, tal vez ni siquiera la vendería.
Me pareció razonable, era una mujer con sentido común. Me gustó. Me di cuenta que el encuentro tocaba a su fin y ya empezaba a añorarla.
– En caso de existir, claro, ¿Puedes darme alguna pista de cómo es tu alma? – me atreví a preguntar.
Me miró fijamente a los ojos y silabeó:
– Aquí la tienes.
En mi interior se revolvieron la suspicacia de que me estuviera tomando el pelo y la extraña sensación de estar observando el fondo de un pozo desde el brocal.

Los días siguientes quedaron recubiertos de una pátina cuyos ingredientes eran la duda y la incomodidad. La prudencia repetía una y otra vez “¿para qué demonios quieres un alma de propiedad para toda la eternidad?”. Sin embargo, no podía dejar de pensar en ello.
Cedí a la evidencia: Guadalupe había colonizado mi pensamiento. La cité en mi casa y le entregué el dinero. Ella parecía turbada y frágil. Hablamos poco, pero entreví una rendija para invitarla al cine. Rechazó la cita con una determinación inesperada. Solicitó mi correo electrónico y me dijo que cada mes me llegaría un mail suyo.
– Si un mes no te llega, significa que ya está a tu disposición- remató.
Ya en la puerta, me exigió que jamás me pusiera en contacto con ella.
Con cadencia maquinal recibía mensualmente la notificación de Guadalupe que certificaba su presencia en el mundo de los vivos. Llegaban incluso cuando yo ya no era capaz de leerlos, pues fallecí al poco tiempo, víctima de un accidente.

II
Nevaba y los copos me atravesaban; me movía y no dejaba huella tras de mí. Un estado de arrobamiento perenne era mi divisa. Las migraciones son eventos que las almas tenemos incorporadas en nuestro ADN, así que, al expirar el cuerpo que nos sostiene, iniciamos un largo recorrido a otros mundos; no me pregunten a dónde, cómo, ni por qué, puesto que, además de no saberlo, es algo que no tiene la menor importancia. Escabullí mi destino y mi éxodo no me llevó a otro lugar que a la casa de Guadalupe. Era el lugar adecuado donde esperar su muerte. Deambulaba por los alrededores, me detenía frente a una planta y observaba cómo crecía el tallo que más tarde sostendría una flor, la cual, tras un fugitivo esplendor, comenzaría su ocaso. Quietamente observaba durante semanas y meses dicha transformación. El tiempo es algo inexistente para las almas, un segundo no es muy distinto a un año o mil años. Otras veces me instalaba en el porche de su casa para verla en sus idas y venidas. Fueron años de contemplación, de espera sin asomo de urgencia.

Captaba el paso del tiempo en su rostro afilado y en su cuerpo enjuto que se encorvaba. Una tarde al pasar por mi lado se paró sin pararse y dijo, dirigiendo su mirada adonde yo me hallaba, ya falta poco. Raras cosas son capaces de asombrar a un alma, una de ellas es ser vista. Eso es lo que descubrí en ese momento: sabía de mí, me habló y yo deseé tener un traje de carne para sentir la piel de gallina.
Tardó poco más de una semana en estar a mi lado, abandonada por su cuerpo.  Allí estábamos uno al lado del otro, parecíamos dos aprendices de la vida de las almas, pero era una falsa impresión puesto que no hay misterios para las almas, por la sencilla razón de que no nos interesan las preguntas. Partimos; juntos iniciamos la migración, suave, fluida, silenciosa.

Sucedió de improviso, con la enjundia de lo obvio. De lo casual a la par que previsible, como la noche que sigue al día. Yo lo supe antes que ella, desde el día de mi muerte. Lo mismo que descubrió ella en la suya: los enredos y los trueques de la vida carnal, son poco más que eso, componendas que visten, distraen o dan sentido al devenir; que acompañan el aleteo de los parpados hasta su descanso definitivo. Ambos compartíamos ese conocimiento. Y llegado el momento, ella decantó su recorrido para seguir su camino en solitario. Me quedé solo. Así es: las almas también estamos solas; y de nuevo deseé recuperar por un momento mi envoltura de carne para echarme un trago entre pecho y espalda. Me senté en un recodo de la eternidad y miré muy a lo lejos el sol que había calentado mis huesos. Decidí demorarme unos eones para ver declinar lentamente su fulgor; para presenciar cómo quedamente se apaga y emerge la piedra oscura que ha cobijado sus llamas.

Josep Devesa

ESCRIBIR Y/O LEER

llibre_Jeannette WoitzikGracias a la insistencia de Inés Martínez, todos los miembros del equipo acabamos leyendo el libro autobiográfico de Juan José Millás “El mundo”. Un libro muy recomendable, delicioso, tierno y duro al mismo tiempo Y con el sentido del humor tan peculiar de J. J. Millas. En sus primeras páginas aparece un recuerdo relacionado con su padre, inventor de aparatos de electromedicina. Millás describe como su padre le muestra un bisturí eléctrico que está probando. Mientras lo aplica a un  filete de vaca le explica, la peculiaridad del artilugio, que  consiste en que “cauteriza la herida en el momento mismo de producirla”. Millás comprendió que, como el bisturí, la escritura cicatriza las heridas en el mismo instante de abrirlas. De alguna manera este es el leiv motiv del libro, que se abre paso a través de recuerdos, reconstruyendo sus primeros años de vida.
Otro autor, Tom Spanbauer, declaraba que escribía porque “No se puede hablar y llorar al mismo tiempo”.
Ambos, cada uno a su manera, enfatizan los efectos que sobre ellos producen el acto de escribir. Una declaración íntima, que sugiere una cierta liberación y/o curación. Un bien colateral que deseo resaltar, es lo que supone leer a un autor que en cierto estado de gracia, intenta lidiar con sus demonios, su dolor o que simplemente quiere compartir aquello que fue, a la postre, su aprendizaje vital. Son lecturas que no tienen nada que ver con los cánones de los libros de autoayuda, pues no pretenden ofrecer algún tipo de lección, ayuda o guía, pero que tienen la virtud de percutir en la interioridad del lector, de pulsar cuerdas llenas de polvo u olvido. Y, en el mejor de los casos, ponerle palabras (y comprensión) a sensaciones y sentimientos, que en su momento quedaron relegados en el cajón de lo enigmático, de lo intrascendente o lo inquietante.

Dejo una pequeña lista de algunos que, para mí, encajan en este tipo de lectura.

La hija de la amante, A. M. Homes, Ed. Anagrama La autora, cuya adopción fue apalabrada antes de que naciera, relata sus vivencias a partir de empezar la investigación para saber de sus cuatro padres/madres biológicos y de sus familias.

La invención de la soledad, Paul Auster, Ed. Anagrama P. Auster inicia este libro cuando muere su padre. En él evoca la relación con su padre, no siempre fácil, e investiga la historia de su familia.

Gracia y coraje, Ken Wilber, Ed. Kairós En este libro Wilber comparte sus vivencias y reflexiones mientras acompaña a su esposa Treya, que padeció un cáncer.

¿Quién soy yo?, Yi-Tu Tuan, Ed. Melusina
El mundo, Juan José Millás, Ed. Planeta
Eramos unos niños, Patti Smith, Ed. Lumén
Estos tres títulos son autobiográficos. Todos ellos de una sensibilidad exquisita y de un gran nivel de sinceridad y transparencia. Son libros generosos, que sin pretenderlo ofrecen múltiples espejos en los que observar y observarnos.

Cosas que los nietos deberían saber, Mark Oliver Everett Ed. Blackie books Este libro también es autobiográfico, además de contarnos su iniciación y periplo en el mundo de la música, tiene la particularidad de abrir su corazón y compartir sus sentimientos, sin dramatismos, en las múltiples pérdidas (su madre, su única hermana, su tía, su padre, hasta quedarse solo), que vivió en un corto espacio de tiempo.

El año del pensamiento mágico, Joan Didion, Ed. Global rhythm
Un home de paraula Imma Monsó, Ed. La magrana
Las autoras de estos dos títulos comparten una dura experiencia vital: la muerte inesperada de sus respectivas parejas. I. Monsó recontruye la singular personalidad del que fue su marido y ofrece una suerte de tratado del duelo a base de humor y vitalidad. J. Didion escribe un libro duro, en el que intenta encontrar sentido a sus vivencias posteriores a la muerte de su marido y en el que reflexiona sobre la precariedad de la cordura.

Una cuestión personal, Kenzaburo Oe, Ed. Anagrama En este caso se trata de una novela con tintes autobiográficos (Kenzaburo Oe tiene un hijo que sufre hidrocefalia). El protagonista ve removida profundamente su monótona vida con la llegada de un hijo que padece una hernia cerebral que lo condena a una vida vegetal. La novela narra los tres días y noches siguientes al nacimiento de su hijo. Una narración dura y sin concesiones.

Una mente inquieta, Kay Redfield Jamison, Ed. Tusquets K. Redfield, psicóloga y profesora de psiquiatría, aborda el trastorno maniaco-depresiva en primera persona, contando su propia experiencia de enferma maniaco-depresiva.

Si tienes alguna sugerencia, no dudes en compartirla.

El dibujo de la entrada es obra de Jeannette Woitzik

 

MEDITAR

Meditar es algo muy básico. La meditación digamos formal –dentro de la variedad de formas que existen-  consiste básicamente en sentarse, con los ojos cerrados o abiertos, en una posición erguida, estable y flexible, sin hacer nada más que ser conscientes de la postura y la respiración, dándonos cuenta de lo que ocurre por dentro (pensamientos, emociones, sensaciones), además de lo que percibimos del exterior, como los sonidos, la temperatura y la luz. Todo ello, en una actitud de soltar lo que aparece, sin aferrarnos a nada, manteniéndonos abiertos. Esta doble cualidad de atender lo que surge y soltarlo es una característica principal de la meditación.

Por todo ello, meditar supone una práctica de pura presencia y pura consciencia que va en contra de la tendencia habitual de todos nosotros, que consiste en intervenir, juzgar, valorar, distraernos… y otras formas de evitar y empañar nuestra experiencia.  Así pues, meditar en su esencia es algo muy básico que puede resultar bastante difícil; es asimismo algo  lleno de sentido, un verdadero reto: uno se pone ahí, a entrenar la capacidad natural de estar abierto y calmar la mente, entreviendo por momentos los destellos del propio ser fundamental y profundo. Esto no sería posible, y sería un sufrimiento, sin un poco de sentido del humor (de ligereza y suavidad) y de espíritu amigable para con nosotros mismos.

• Dejo aquí unas recomendaciones bibliográficas, los tres libros son de Pema Chödrön:
“Cuando todo se derrumba” (Ed. Gaia)
“Comienza donde estás” (Ed. Gaia)
“Los lugares que te asustan” (Ed. Oniro)

• Y un video sencillo que enseña cómo meditar en un minuto

Poesía y Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC)

En el Youtube que viene a continuación aparece el poeta Neil Hilnborn. La grabación corresponde a un recital de poesía, en el cual lee un poema suyo. Es un poema de amor. Impresiona su pasión, su actitud. Su determinación al mostrar un pedazo de sus vivencias. Los diversos giros de los versos destilan amor y dolor casi a partes iguales. Neil Hilborn es poeta y sufre un TOC.

La característica principal del Trastorno Obsesivo Compulsivo -TOC- consiste en la presencia de pensamientos obsesivos y actos compulsivos recurrentes. En lo que se refiere a los pensamientos obsesivos, se trata de ideas, o imágenes así como impulsos mentales que invaden la actividad cognitiva de la persona. Las compulsiones, a su vez, son actos o rituales que, de forma estereotipada, se repiten una y otra vez. Se trata, pues, de un trastorno que contiene un factor cognitivo, las obsesiones; y un factor conductual, las compulsiones.
Las obsesiones acostumbran a ser siempre desagradables, viviéndose como propias a pesar de ser involuntarias. Las compulsiones son el motor y la consecuencia de las ideas obsesivas.

Es un trastorno mucho más extendido de lo que se supone (se calcula que en España hay en la actualidad alrededor de un millón de afectados). Pero, como pasa en otros tantos trastornos de origen mental, se habla poco del mismo. Esta cuestión puede generar un malestar añadido, puesto que a la persona afectada se le suma al sufrimiento intrínseco que implica la enfermedad en sí, la idea de ser un bicho raro. Este hecho puede propiciar el ocultamiento de la misma, pudiendo generar una sensación de soledad desoladora, así como la dificultad de pedir ayuda profesional.

 

DECIDIR

margarita-deshojadaA lo largo de nuestra vida no dejamos de tomar decisiones. Las hay de cotidianas y simples que, por diáfanas, no suponen conflicto alguno. Otras, sin embargo, entran en la órbita de lo complejo o lo excepcional y son de resultado incierto; o bien resuelven una cuestión, creando a su vez una nueva incertidumbre.
Decisiones tales como un cambio de trabajo, la separación de una pareja, la elección de unos estudios, la creación o el cese de un negocio, un cambio de residencia, etc. suelen provocar ansiedad. Generalmente se trata de una ansiedad funcional, necesaria, que nos pone las pilas y facilita el movimiento hacia la resolución. En otras ocasiones esta ansiedad adquiere tal dimensión que desemboca en angustia y, en lugar de facilitar el movimiento, actúa en su detrimento, bloqueándolo. Para entender un poco más las causas de esta angustia y temor merece la pena contemplar dos aspectos que, seamos o no conscientes de ellos, forman parte intrínseca del engranaje de cualquier elección.

Abraham Maslow, uno de los fundadores de la Psicología Humanista, sostenía que los seres humanos poseemos, entre otras, la tendencia a la auto realización (la elección de las opciones que, básicamente, nos vinculan con la satisfacción y el desarrollo) y la tendencia a la conservación (donde prima la opción que da seguridad, aquello que sentimos que preserva nuestra integridad). Estas dos tendencias se pueden visualizar como dos fuerzas que jalan en direcciones opuestas, pues generalmente el “sí” y el “no” se asocian a una u otra tendencia. Conviene verlas como las dos caras de una misma moneda. De ahí que represente una falacia demorar la decisión en espera de que sólo uno de ellas esté presente, pues si así lo hiciéramos, sea cual sea la decisión que al final se tome, algo en nosotros se resentirá.

El segundo aspecto tiene que ver con el hecho de que cualquier sí (o cualquier no) incluye su contrario: escoger implica necesariamente renunciar a algo. Esta ecuación tan simple tiene profundas implicaciones. Todos sabemos que como seres humanos somos limitados, que nuestro esplendido potencial humano tiene algunas coordenadas muy obvias: somos finitos y no podemos estar en dos sitios al mismo tiempo, entre otras. Usualmente, hacemos todo lo posible para soslayar esta condición. Enfrentar una decisión de cierto calibre significa confrontar esta realidad. Supone abandonar la sensación de ser especiales. Todos nosotros podemos mirar como es ahora mismo nuestra vida y hacer el ejercicio de trazar otras vidas que fueron posibles y que no elegimos. Cabe decir que eso mismo está sucediendo ahora: estamos viviendo algo y por ende estamos dejando de vivir otra cosa. Poner la lupa en esta realidad nos acerca a la consciencia de la pérdida; además de situarnos en el escenario de la falta, en el cual la libertad no es sinónimo de omnipotencia sino de responsabilidad.

Aristóteles nombraba la triste muerte de hambre de un perro incapaz de optar entre dos pedazos de carne, igualmente apetecibles; y en la edad media se forjó la paradoja del asno de Buridán, el cual muere de sed al no poder elegir entre un montón de avena y un cubo de agua. Hallarse ante una decisión y no escatimarnos ante ella convoca la responsabilidad, la libertad, el deseo, el miedo, la renuncia, el vacío… Convoca la vida y la muerte. No es mi intención dotar ese momento de un aura dramática o trascendental, lo que quiero transmitir es hasta qué punto a través de nuestras decisiones se ponen en juego emociones, sentimientos y pensamientos que, si no son rehuidos, dotan a la elección ulterior de mayor hondura. Y, en el mejor de los casos, proporcionan un espejo donde poder mirarnos a los ojos y percibir vívidamente, aunque que sea de reojo, la grandeza y la pequeñez de nuestra condición humana.

Gestalt, gestaltismo y gestaltitis

Uno de los momentos más peculiares en todo proceso terapéutico que me ha tocado vivir tiene lugar durante la entrevista, ese primer encuentro entre terapeuta y paciente, tan inevitable como imprescindible y de cuyo desarrollo resulta, entre otras cosas, si va a haber proceso o no. Y, más concretamente, me estoy refiriendo al momento en el que, como gestaltista, intento hacerle llegar a la persona que tengo delante qué es eso de la gestalt, nombre de una escuela de terapia bajo cuyo paraguas, sin embargo parecen tener cabida, cada vez más, tantas y tantas distintas maneras de trabajar.

Y es que, definir la gestalt como un modelo de trabajo, es una tarea harto difícil. Dicen los taoístas que el Tao que puede ser nombrado no es el verdadero Tao. Y, salvando las distancias, algo así parece ocurrir con la gestalt. No por nada me enamoré de la gestalt cuando creí ver en ella una modesta versión del Tao accesible a occidentales…

Así las cosas, no es raro que a cada futurible paciente le explique algo diferente, para asombro mío, pues hasta que abro la boca no sé que es lo que diré esta vez. Y es que, permítanme plantear que, en realidad, los gestaltistas no hacemos gestalt, ¡que más quisiéramos nosotros!

¿Y qué hacemos entonces? Digamos que aproximarnos, tender a ello, como mucho, por lo que la palabra gestaltismo parece más apropiada para referirnos a eso que los gestaltistas sí hacemos. Eso sí, cada uno el suyo, cada uno a su manera, pues la gestalt nos empuja a ser el terapeuta que somos más que el terapeuta que quisiéramos ser. Si a esto le unimos que la propia gestalt tiene vocación integradora, resulta inevitable encontrarnos sumidos en un mar de maneras de hacer tan diferentes que parece mentira que pretendamos denominarlas a todas con un adjetivo común. Y así, tenemos mi gestaltismo de hoy que es diferente de mi gestaltismo del año pasado, que también es diferente del de mi terapeuta, que es diferente del de aquel que fue su maestro y así, hasta remontarnos al propio Perls, el creador de nuestra escuela, de quien creímos aprender la gestalt a pesar de que de él no vimos más que su peculiar modo de hacer, es decir, su gestaltismo particular.

¿Entonces, hay gestaltismos mejores que otros? Imagino que sí, igual que hay terapeutas mejores que otros. Pero, personalmente, no creo que la diferencia esté tanto en las técnicas como en la capacidad de mantener una mirada honesta al presente, lo que incluye el propio cambio, y en la renuncia al acomodo en técnicas geniales o grandes verdades por más que una vez nos fueran útiles. El gestaltismo acomodado pronto se convierte en doctrina que, en lugar de liberar, cae como una losa y, cuando eso ocurre (porque ocurre), más merece ser denominado con esa otra terminación que los médicos reservan para cuando un tejido se inflama, véase gestaltitis. Y de esto tenemos, como en tantos otros oficios, cada vez más ejemplos a nuestro alrededor.

Así que al gestaltista no le queda otra que revisar una y otra vez su propia manera de estar y de hacer. La gestalt es entonces una referencia, un faro que nos guía o nos alerta, un camino que se recorre pero que no acaba nunca. Y es compromiso fundamental del gestaltista mantenerse activamente en este camino, siempre inacabado, siempre en revisión, siempre en crecimiento.

Pues por más que haya técnicas bien establecidas en el quehacer gestáltico, como la silla vacía, o conceptos geniales heredados de la filosofía, como las polaridades, la gestalt es, ante todo, una actitud ante la vida, una manera de mirar, de ser y de estar presentes que va mucho más allá de una terapia, para instalarse en nuestra vida cotidiana. Y si algo de esta esencia es transmitida al paciente a lo largo del proceso nos podemos dar por más que satisfechos. Lo demás, sólo son conejos sacados de la chistera.

David Magriñá (abril 2012)

¿Qué tiene la libertad que no tenga yo?

«El contacto sólo puede existir entre seres separados,que siempre necesitan independencia y siempre se arriesgan a quedar cautivos en la unión»
Polster

Crecemos oscilando entre el apego, la pertenencia (a una familia, un grupo) y la individuación y separación. Pasamos gradualmente de una dependencia temprana a la independencia y autonomía de la adultez. Necesitamos del contacto con los otr@s, del amor, de vínculos significativos que construimos y nos construyen. Nos movemos entre el contacto y la retirada que es el ritmo espontáneo del organismo. El primer vínculo importante fue con la madre, un vínculo simbiótico y como plantea la teoría vincular buscaremos en los nuevos vínculos alcanzar la «ilusión» de completud. He aquí la paradoja: pasamos de querer separarnos y ser libres a querer unirnos y así todo el tiempo.

Hablemos de la pareja, vínculo que aparece en la terapia, algunas veces por el deseo de contacto, la búsqueda de amor («¡Quiero enamorarme!», «No encuentro alguien con quien compartir», «Me cuesta entrar en intimidad»), otras por la dificultad de estar en pareja («Siento que me pierdo», «No sé poner límites», «Siempre estamos en conflicto», «Es como si no l@ conociera») o por el dolor que supone atravesar la ruptura o transitar los cambios que provoca la separación.

Desde la Gestalt vemos que en el enamoramiento surge lo que llamamos «confluencia», cuando percibimos solo las similitudes entre ambos, lo común, al tiempo que negamos e ignoramos las diferencias. En su aspecto sano permite trascender nuestros propios límites, favorece la empatía y es la base de la intimidad, mientras que en su aspecto insano, nos funde con el otro y sentimos que «nos perdemos». No hay contacto ni retirada.

Para construir un vínculo amoroso estamos dispuestos a ver lo que nos une, lo que es semejante a nosotros , para construir un proyecto común. Hacemos alianzas inconscientes; un pacto narcisista y un pacto de denegación: dejamos fuera , negando, lo que pueda amenazar al vínculo y tenemos la ilusión de transformar lo desconocido de la pareja en conocido, en semejante , y así poder pasar de la incertidumbre del encuentro a una zona compartida y conocida. Se crea una estructura estable pero cambiante, que, en la Teoría Vincular, llamamos Zócalo Inconsciente de la Pareja. Está compuesto por los códigos de cada integrante de la pareja, de sus ideas sobre las relaciones y el amor, de las formas de vincularse más tempranas, de modelos parentales y sociales. Determinará la modalidad de la relación siendo una síntesis de los códigos individuales, un espacio inter-subjetivo, delimitando lo que entra y lo que queda fuera de la pareja, lo aceptado y lo que no, creando inconscientemente un Nosotros.

¿Qué sucede cuando hay fisuras en el Nosotros? Las roturas en el zócalo de la pareja generan transformaciones en el vínculo: crecimiento vincular o síntoma y sufrimiento. Podemos quedar atrapad@s dependiendo de un vínculo que ya no es «el que era» o podemos transitar el conflicto y/o la decepción. Salir de la confluencia, de lo indiferenciado, y retirarnos para vernos, «a mí» y «al otr@», como diferentes y reales, dando lugar a una nueva construcción vincular y, quizás, volver a ser dos en contacto y libres. Amorosamente. «La incapacidad de amar, y más en general, la incapacidad de relacionarse verdaderamente con personas reales, es cuando las sustituimos imperceptiblemente por encarnaciones de los propios fantasmas, y proyecciones personales, disfrazadas» (A. Rams). Propongo mirar lo negado y los propios fantasmas, observar lo proyectado, diferenciar qué es mío y qué es de la otra persona. Poniendo consciencia, viendo cómo transito las polaridades dependencia-independencia y cómo me manejo en el contacto y la retirada. Aprovechar la crisis para ver qué traigo a la relación, qué repito, qué es lo que no puedo ver de la pareja y particularmente de mi mism@. Abriéndome a lo novedoso y al contacto.

Alejandra Sosa Chaparro (Mayo 2012)

De mudo a ciego

Hasta hace unas semanas sufría un extraño fenómeno de mudez: me era imposible pronunciar una frase acerca de sentimientos, de necesidades o gustos cuando esta se refería a mí. Tal dificultad me martirizó toda mi vida, sufrí burlas y mi vida social fue una ruina. En la adolescencia era el perfecto bicho raro. Me era imposible decir ni tan siquiera «Tengo calor» o «Qué rica comida». Es más, ante una pregunta tan simple como «¿Te gustó la película?» no podía contestar un simple «Sí» Lo solventaba con expresiones absolutamente fuera de lugar. La maestra me preguntaba «¿Has estudiado?» mi respuesta podía ser «Hoy hace sol». Si alguno de los pocos amigos de que pude disfrutar en cortos espacios de tiempo me proponía salir, respondía: «Los ríos tienen afluentes».

Hace unos años mi vida cambió. Fue en la boda de mi hermana. Bebí más de la cuenta y después, un poco ebrio, estuve bailando con una amiga suya. Ya de madrugada me propuso que la acompañara, sin tiempo para responder me cogió de la mano, me condujo a su coche y me llevo a su casa. Allí me susurró: «Hagamos el amor». Asustado, atiné a responder «El suelo es de parquet» Me miró sorprendida pero no por eso dejamos de ir a la cama. Yo seguía con mi mutismo imposible; en el momento del orgasmo no pude contenerme y musité «Esta cama es de pino». Concha, así se llama, tuvo el suyo tronchándose de risa, por suerte. Así perdí mi virginidad y empezó nuestra relación. Mi mudez no fue impedimento alguno, al contrario: a Concha le hechizaba. Y pasando el tiempo ella se contagió y al final enmudeció exactamente como yo. Entre nosotros se daban diálogos surrealistas. A todo ello, conviene señalar que la intimidad, la confianza y el conocimiento obraron un pequeño milagro. Ya que a pesar de lo alejadas que las conversaciones estaban de nuestros sentimientos, nos entendíamos con suma facilidad.

Hace unas semanas me llamó al móvil. Dijo: «Acaba de pasar un camión de bomberos». «Se acerca la primavera» contesté. En cuanto pude fui veloz a casa. Me abrió la puerta vestida con su conjunto de encaje rojo, tal como yo esperaba. Nos abrazamos y al besarnos me escuché decirle: «Me encantas…», no sé cual resorte lo indujo. Increíble. Me quedé transpuesto mientras ella me miraba asombrada. Y acto seguido me explotó un chorro de palabras: «Te amo mi vida, te amo. Tienes unos ojos preciosos…». Era como un río desbordado. Concha emocionada me respondía a modo de cuña cuando yo recuperaba el aliento, y me decía cosas tales como «El Volga es un río caudaloso», «La luz de la luna se ondula en el mar», «En Holanda se cultivan tulipanes de todos los colores».

Sobrevino un silencio colmado y delicado; le propuse ir a pasear, qué placer decirle «Me apetece pasear contigo». Respondió: «Las hojas de los árboles se mecen al viento». Ya en la calle, y con infinito cariño, le señalé que conviene expresar nuestros sentimientos «Creo que es lo más hermoso» dictaminé. Le rogué que hiciera un esfuerzo. Le mostré mi necesidad: «Dime cómo te sientes, mi amor». Reposó en mí su profunda mirada y dijo «¡Cuánta agua hay en el mar!». «Concha -le contesté suavemente- necesito saber tus sentimientos». Empezó a llorar… «Eso, ¿qué sientes?». «En el polo norte pueden llegar a más de 40 grados bajo cero» me respondió. Me callé. Me sentí frustrado y un poco enfadado.

Cada vez que le he insistido en la importancia de la comunicación, los sentimientos y su expresión, llora, se enfada y me responde con evasivas «El agua de lluvia se encharca», Con obviedades «¡Los amantes se aman!» Me desespera. Hoy corté la relación. Insistí nuevamente en sus carencias y le expresé mi sentir. Le supliqué. Se quedó sin palabras. Y me fui. Al alejarme, gritó «Hace millones de años cayó un meteorito que acabó con los dinosaurios; parece ser que el sol estuvo años sin brillar». ¡Vaya estupidez! pensé.

Josep Devesa (2012)

Nueva etapa

La vida tiene la característica de ser cambiante incluso en especies como los corales cuyo ritmo es muy lento. Y actualmente estamos inmersos en una aceleración impresionantemente más alta que en el resto de la existencia de la humanidad y en una globalización imparable favorecida por la enorme capacidad de intercambiar información y el ambicioso sistema financiero internacional.

El miedo y la huida hacia delante, inmersos en el estadio narcisista imperante en el primer mundo, nos lleva a la crisis actual, no sólo económica, también y muy profundamente de desconexión con la vida, de lo que somos, de muestras potencialidades humanas, que no tecnológicas, y de nuestros límites.

En medio de esta enorme crisis que nos está afectando tan masivamente y, paradójicamente, habiendo hecho la inauguración del local de Portaferrissa, que es donde actualmente impartimos la formación de la Escuela del Taller de Gestalt de Barcelona, me siento inaugurando una etapa en la que me abro a un cierto tipo de espiritualidad atea. Entiendo más profundamente que las circunstancias que vivimos sólo son eso, las circunstancias del momento. Son las ocasiones que tenemos para aprender de nuestra propia humanidad y de la vida, aprendizaje que aporta sentido existencial y que considero la mejor vía para responder a esas situaciones concretas. Por supuesto, ese aprendizaje requiere implicación, pero ésta es parcial e ineficaz para el cambio necesario si sólo es interna (trabajo personal) o sólo es externa (implicación social).

La gestalt, favoreciendo el encuentro con la realidad circundante y a través del diálogo entre nuestras partes internas (sean desconocidas, alienadas y/o conflictuadas) en su nivel más profundo, abre el espacio de indiferenciación creativa, llamado así por Friedlaender, desde donde emerge y se desarrolla cada característica, aspecto propio y vivencia concreta. Es un espacio vacío y fértil al que en Gestalt accedemos gracias a identificarnos con todo lo que somos y al que en muchas corrientes espirituales se accede desde la desidentificación justamente de lo mismo y sobre todo de los deseos.

Este espacio vacío es el que en psicoanálisis es necesario despejar para que la persona pueda acceder al cambio de posición subjetiva, que se da en el proceso de cura, en buena parte, gracias al trabajo de asumirnos como castrados/as, es decir, limitados/as. Bendito corte, el de la castración, que nos permite poder reconocer nuestros límites, nuestras necesidades y nuestros deseos como tales.

Todo proceso terapéutico que cura a través de profundizar en uno mismo y de confrontarse con lo rechazado (sea esto interno y/o externo) abre espacio hueco, vacío, para podernos situar desde lugares propios más profundos que aportan sosiego y coherencia interna, condición necesaria para el bien estar.

Y sí, claro que hay circunstancias de mierda como la actual, que es muy nociva, y enfermedades muy limitantes que conllevan mucho sufrimiento y pérdidas muy difíciles de asimilar y sin embargo, son ellas, estas circunstancias, las que tenemos para seguir aprendiendo y las que nos llevan a lugares enriquecedores, si nos abrimos a ellas. Del mismo modo, nuestras realizaciones, que por cierto, siempre son parciales, también nos abren a nuevos espacios nutritivos.

La Gestalt se fija en la zona de interacción entre el sujeto y su entorno, es por ello que creo que tiene una especificidad a aportar a esta etapa tan crítica, más allá de facilitar la tan necesaria y urgente conexión interna.

En la conjunción de todo lo que apunto en este escrito encuentro base para encarar la nueva etapa en la que me siento actualmente.

 

Cristina Nadal i Muset (abril-2012)