«VAMOS A HACERNOS LO QUE SOMOS…»

índexEl título es una frase de José Luis Sampedro filósofo y economista,
en Salvados,  un domingo de abril.

La única forma de liberarse de un pensamiento o sentimiento indeseado primero es aceptarlo  y luego permitirle su expresión. Aceptar lo que es y hacernos lo que somos. Esto es el existencialismo en  el cual se apoya la terapia Gestalt. JL Sampedro nos dice: “vivir es  ser conscientes… tener libertad interior… y aprobarte ante ti mismo.”
En la terapia nos encontramos con “No me gusta mi inseguridad”,” No quiero ser tímida”, “Soy demasiado amable y compresivo”, “Me molesta mi facilidad para ceder”, “Siempre me hago cargo de los demás”,  ”No sé poner límites “, “Quiero ser más decidida”, ”Soy muy quejoso…” y un largo etcétera de  motivos de consulta.

Si vengo a terapia para cambiar ESTO que no me gusta de mí, es que YA hay una parte  opresora que dice “No me gusta eso, eso no es bueno” (mi timidez, mi inseguridad, mi agresividad) y una parte oprimida que dice: “Es cierto, tienes razón: lo que soy no está bien y tengo que cambiar”.  Aquí no hay aprobación sino un conflicto.

Este conflicto  se puede manifestar a través de  síntomas psíquicos y físicos, los cuales evidencian dolor psicológico. Para no sentir este dolor a veces lo enmascaramos o falseamos poniéndolo en el cuerpo: dolores musculares, insomnio, trastornos digestivos, cansancio  y otros malestares,  o en la manera  de vivir cotidiana  de forma disfuncional, estanca y repetitiva: con angustia, ansiedad, depresión, llanto, mal humor  y otros.

Si queremos superar este malestar, primero es mejor observarlo y ver qué pistas nos da. Dando un espacio para escuchar nuestro cuerpo y nuestros sentimientos y sensaciones,  podremos hacer algo con ello. En el proceso terapéutico  vamos  reconociendo y  aceptando esas partes en conflicto  y  nos vamos  dando cuenta, esto nos permite   ampliar el campo de percepción  de la realidad interna y externa,  ampliando así los modos de responder frente a la misma. Sin falsearnos y  siendo más auténtic@s.

Pedro de Casso plantea que  la autenticidad  no es alcanzar “el ser ideal” sino basarlo en el sentimiento de un@ mismo,  y la guía para ello es  llenar los agujeros de la personalidad e integrar los aspectos rechazados de mi  mism@.
Vamos a hacernos lo que somos…siendo  conscientes. El filósofo Heidegger decía que las personas “somos las únicas que nos damos cuenta de que nos damos cuenta “, y eso es la conciencia.

¿Cómo lo hare? Aprendiendo a confiar en lo que me sienta bien y lo que no y para ello el espacio de terapia me permitirá escucharme, conocerme y  aprobarme ante mi mism@. Es cierto que no todo lo que siento sé si  es confiable o no (por las distorsiones perceptivas, los mecanismos defensivos,  el  oscurecimiento de unas partes en función de otras, etc.) pero dado que no podemos dejar de sentir lo que sentimos el objetivo será aprender a reconocerlo, explorarlo, ponerle luz, “pelar las capas de la cebolla” y abrirnos al camino de la autorregulación.

Alejandra Sosa Chaparro Abril 2013

TERÀPIA A L’ABAST

imageM’alegra anunciar-vos que, Teràpia a l’Abast, el projecte per treballar amb gent sense recursos ja està funcionant. Ha estat cuinat a foc lent, amb calma i cura gràcies a la participació d’alguns/es alumnes i ex-alumnes d l’Escola del Taller de Gestalt de Barcelona  i d’altres terapeutes propers.
Que funcioni no és gens estrany; el nombre d persones sense recursos i amb necessitat d treball terapèutic és molt  alt. Contribuir a cobrir-la ens satisfà. Ens agrada el ritme calmat i el treball a fons amb el que l’hi hem anat donat forma, i estem oberts/es a seguir modelant-la.
Ara fem un pas important penjant la nostre web.

http://www.terapialabast.com/

Si t’interessa saber més del nostre funcionament entra-hi, és senzilla.
Si necessites més informació, dins la web et permet fer preguntes i comentaris.
Si t’interessa, t’hi esperem!

Cristina Nadal, actual presidenta de T’A

TIERRA

imagesLas baldosas están desgastadas por años de uso, las paredes desconchadas de cansancio y humedad.  Puertas, ventanas y vigas aparecen perforadas por la labor de infinitas generaciones de insectos que han instalado allí su vivienda. Nada más entrar, mis ojos recorren estos detalles que aúllan reclamando auxilio. Y siento que no puedo negarme. No pasan ni dos horas que ya estoy firmando las escrituras que han de hacerme poseedor de la perfecta metáfora de lo desvencijado.

Con la llave de hierro rugoso abro la puerta y, ahora sí, paseo morosamente por la casa. Me empapo de la energía que exudan las paredes, del olor a cerrado, del polvo acumulado que posee la categoría de animal dormido. Pasan los días y advierto que mi relación con la casa se convierte en simbiótica. No salgo más que para lo imprescindible, sintiendo en esos momentos que la vida se me escapa. Tampoco la reformo, pese a que esa era mi idea inicial. Recorro una y otra vez las estancias, me rezago en las grietas. Busco los posos que me ayuden reconstruir su historia. No de las gentes que ahí moraron, no. Busco el alma de la casa. No me importa la humanidad. Me importan las piedras, la madera, la arcilla. Me importa el silencio enmudecido de lo que nunca pudo hablar. La casa no esgrimirá ningún alfabeto conocido por mí. Debo adivinar las claves y después pacientemente aprender a descifrarlas e interpretarlas. No tengo prisa; no temo la muerte, tampoco el fracaso.

La visceralidad me domina y guiado por esta fuerza que se asienta en mis tripas arranco con cuidado las baldosas que yacen en el suelo de la cocina. Aparecen la cal y las piedras que las sostienen. Me afano en retirar esta argamasa para arribar a la tierra. Una extraña sensación me invade, no me preocupo en entenderla ni darle sentido. Compro una pala, un pico y un balde. Primero excavo verticalmente unos dos metros, después horizontalmente. Me siento como un preso que construye un túnel que lo ha liberar. Al principio creo que busco algo, como si indagara una pista o un jeroglífico. Pero de improviso entiendo que no voy tras nada. El propósito no es otro que cavar el túnel, no oteo más horizonte que éste. Mi estado es febril. Tan sólo salgo del túnel para dormir, alimentarme y hacer mis necesidades. Una noche de sueño liviano me despierto ofuscado y me siento extranjero en la casa. Es una sensación en extremo angustiosa. Opto por dormir en el túnel. Sigo avanzando, abriendo el corredor con un diámetro mínimo, así evito salir más veces de las imprescindibles. Por la noche sueño con raíces de árbol, con todo tipo de animales que habitan este mundo que ya siento mío. Con pulso sereno tapono la entrada del túnel dejando un resquicio para que penetre el oxigeno. Me arrastro hasta el fondo de mi guarida, y una felicidad desconocida se abre paso a trompicones en mi interior. Por vez primera en mi existencia me siento seguro. La oscuridad es absoluta, no percibo diferencia alguna al cerrar y abrir los ojos. Decido sellar mis parpados y ahondo en la firmeza de lo sereno. Mi olor corporal deviene acompañante fiel. Empiezo a comer raíces e insectos: ausculto con atención y puedo oír el finísimo murmullo -psit psit- que levanta una lombriz al arrastrarse en mi reducto; la cojo con gestos leves y la llevo a mi boca, la mastico con suma lentitud y el sabor a tierra explota en mis papilas. Llego a percibir el ruido mismo de la vida en los imposibles sonidos que ejecutan las raíces al horadar la tierra. Estoy en el centro de la tierra y el mundo exterior está más y más lejano cada día que pasa. Necesito apasionadamente fundirme en la tierra. Pego mi mejilla en ella y duermo.

Josep Devesa

¿POR QUÉ MEDITAR?

imagesinesbonaA veces me pregunto por qué este empeño en desarrollar una disciplina en la práctica meditativa. Que la meditación ayuda a calmar la mente es una buena razón y de ello tengo atisbos de vez en cuando. En ocasiones, especialmente cuando la meditación es guiada, o  ayudada por una escucha musical, el movimiento o la recitación de mantras, el efecto calmante es claro e intenso. Otras veces, sobre todo en la meditación vipassana, en la que uno trabaja a pelo con su cuerpo y su mente, la práctica resulta más difícil, pues la mente se encuentra sola consigo misma y se distrae con suma facilidad; no obstante, esta forma desnuda, por así decir, es una buena manera de conocer la mente y su funcionamiento y de indagar en los modos de manejar ese caballo salvaje, ese niño caprichoso. Por este motivo, considero muy interesante que la meditación de tipo vipassana sea el elemento principal de una práctica continuada.

“Si quieres controlar a una vaca, dale una ancha pradera”, según un dicho que no sé de dónde viene. Por ahí va la cosa. El aprendizaje de esa permisividad le sienta bien a nuestra mente, y de paso a todo lo que somos. No se puede apagar el fuego con fuego, no se puede controlar con más control esa faceta de nuestra psique tan volátil, escurridiza y ávida de control que es nuestra mente.  Lo que sí podemos hacer es oponer un elemento diferente, creando en nuestro ámbito psíquico una fuerza suave y firme, que actúe como límite  en el campo mental y le dé una estabilidad. Esa fuerza es nuestra atención, y mediante ella expandimos a la vez que afinamos la capacidad de darnos cuenta.

Hay una diferencia sutil –y no tan sutil- entre dejar la mente abandonada a sus desvaríos y observarla sin intervenir. En el primer caso, al no percatarnos de lo que sucede, la mente nos arrastra con ella, eso cuando no cabalga sobre nosotros; pero cuando somos capaces de no identificarnos con lo que sucede, creamos un espacio para simplemente darnos cuenta y regresar al campamento base, que es el ahora, el cuerpo, la respiración. Y también al contrario: sintiendo la postura y la respiración evitamos ser arrastrados por nuestra mente. Es muy importante, eso sí, que esa atención y esa vuelta al presente, al lugar real en el que estamos, no sean efectuadas con impaciencia ni enfado, sino con suavidad, de forma amigable para con nosotros, pues la calma con calma se enseña.

Por último, aunque podría ir en primer lugar, hay algo más que anima esta voluntad de meditar. Se trata de la necesidad de parar y  hacer una retirada hacia dentro. Parar, en primer lugar,  la compulsión por la actividad haciendo un alto en el ajetreo cotidiano, dejando en suspenso la atención a los estímulos exteriores, a veces excesivos, así como el afán por intervenir en lo que ocurre, sea para resolver, mejorar, cambiar…Cierto que ese afán reaparece durante la meditación, incluso con esfuerzos redoblados, en relación con los estados interiores. Pues bien, no cedamos al desaliento, la oportunidad de oro está ahí para que podamos entrenarnos en hacer algo diferente: ni luchar, ni distraernos, sino abrirnos, darnos cuenta, respirar y dejarnos en paz.