ESCRIBIR Y/O LEER

llibre_Jeannette WoitzikGracias a la insistencia de Inés Martínez, todos los miembros del equipo acabamos leyendo el libro autobiográfico de Juan José Millás “El mundo”. Un libro muy recomendable, delicioso, tierno y duro al mismo tiempo Y con el sentido del humor tan peculiar de J. J. Millas. En sus primeras páginas aparece un recuerdo relacionado con su padre, inventor de aparatos de electromedicina. Millás describe como su padre le muestra un bisturí eléctrico que está probando. Mientras lo aplica a un  filete de vaca le explica, la peculiaridad del artilugio, que  consiste en que “cauteriza la herida en el momento mismo de producirla”. Millás comprendió que, como el bisturí, la escritura cicatriza las heridas en el mismo instante de abrirlas. De alguna manera este es el leiv motiv del libro, que se abre paso a través de recuerdos, reconstruyendo sus primeros años de vida.
Otro autor, Tom Spanbauer, declaraba que escribía porque “No se puede hablar y llorar al mismo tiempo”.
Ambos, cada uno a su manera, enfatizan los efectos que sobre ellos producen el acto de escribir. Una declaración íntima, que sugiere una cierta liberación y/o curación. Un bien colateral que deseo resaltar, es lo que supone leer a un autor que en cierto estado de gracia, intenta lidiar con sus demonios, su dolor o que simplemente quiere compartir aquello que fue, a la postre, su aprendizaje vital. Son lecturas que no tienen nada que ver con los cánones de los libros de autoayuda, pues no pretenden ofrecer algún tipo de lección, ayuda o guía, pero que tienen la virtud de percutir en la interioridad del lector, de pulsar cuerdas llenas de polvo u olvido. Y, en el mejor de los casos, ponerle palabras (y comprensión) a sensaciones y sentimientos, que en su momento quedaron relegados en el cajón de lo enigmático, de lo intrascendente o lo inquietante.

Dejo una pequeña lista de algunos que, para mí, encajan en este tipo de lectura.

La hija de la amante, A. M. Homes, Ed. Anagrama La autora, cuya adopción fue apalabrada antes de que naciera, relata sus vivencias a partir de empezar la investigación para saber de sus cuatro padres/madres biológicos y de sus familias.

La invención de la soledad, Paul Auster, Ed. Anagrama P. Auster inicia este libro cuando muere su padre. En él evoca la relación con su padre, no siempre fácil, e investiga la historia de su familia.

Gracia y coraje, Ken Wilber, Ed. Kairós En este libro Wilber comparte sus vivencias y reflexiones mientras acompaña a su esposa Treya, que padeció un cáncer.

¿Quién soy yo?, Yi-Tu Tuan, Ed. Melusina
El mundo, Juan José Millás, Ed. Planeta
Eramos unos niños, Patti Smith, Ed. Lumén
Estos tres títulos son autobiográficos. Todos ellos de una sensibilidad exquisita y de un gran nivel de sinceridad y transparencia. Son libros generosos, que sin pretenderlo ofrecen múltiples espejos en los que observar y observarnos.

Cosas que los nietos deberían saber, Mark Oliver Everett Ed. Blackie books Este libro también es autobiográfico, además de contarnos su iniciación y periplo en el mundo de la música, tiene la particularidad de abrir su corazón y compartir sus sentimientos, sin dramatismos, en las múltiples pérdidas (su madre, su única hermana, su tía, su padre, hasta quedarse solo), que vivió en un corto espacio de tiempo.

El año del pensamiento mágico, Joan Didion, Ed. Global rhythm
Un home de paraula Imma Monsó, Ed. La magrana
Las autoras de estos dos títulos comparten una dura experiencia vital: la muerte inesperada de sus respectivas parejas. I. Monsó recontruye la singular personalidad del que fue su marido y ofrece una suerte de tratado del duelo a base de humor y vitalidad. J. Didion escribe un libro duro, en el que intenta encontrar sentido a sus vivencias posteriores a la muerte de su marido y en el que reflexiona sobre la precariedad de la cordura.

Una cuestión personal, Kenzaburo Oe, Ed. Anagrama En este caso se trata de una novela con tintes autobiográficos (Kenzaburo Oe tiene un hijo que sufre hidrocefalia). El protagonista ve removida profundamente su monótona vida con la llegada de un hijo que padece una hernia cerebral que lo condena a una vida vegetal. La novela narra los tres días y noches siguientes al nacimiento de su hijo. Una narración dura y sin concesiones.

Una mente inquieta, Kay Redfield Jamison, Ed. Tusquets K. Redfield, psicóloga y profesora de psiquiatría, aborda el trastorno maniaco-depresiva en primera persona, contando su propia experiencia de enferma maniaco-depresiva.

Si tienes alguna sugerencia, no dudes en compartirla.

El dibujo de la entrada es obra de Jeannette Woitzik

 

MEDITAR

Meditar es algo muy básico. La meditación digamos formal –dentro de la variedad de formas que existen-  consiste básicamente en sentarse, con los ojos cerrados o abiertos, en una posición erguida, estable y flexible, sin hacer nada más que ser conscientes de la postura y la respiración, dándonos cuenta de lo que ocurre por dentro (pensamientos, emociones, sensaciones), además de lo que percibimos del exterior, como los sonidos, la temperatura y la luz. Todo ello, en una actitud de soltar lo que aparece, sin aferrarnos a nada, manteniéndonos abiertos. Esta doble cualidad de atender lo que surge y soltarlo es una característica principal de la meditación.

Por todo ello, meditar supone una práctica de pura presencia y pura consciencia que va en contra de la tendencia habitual de todos nosotros, que consiste en intervenir, juzgar, valorar, distraernos… y otras formas de evitar y empañar nuestra experiencia.  Así pues, meditar en su esencia es algo muy básico que puede resultar bastante difícil; es asimismo algo  lleno de sentido, un verdadero reto: uno se pone ahí, a entrenar la capacidad natural de estar abierto y calmar la mente, entreviendo por momentos los destellos del propio ser fundamental y profundo. Esto no sería posible, y sería un sufrimiento, sin un poco de sentido del humor (de ligereza y suavidad) y de espíritu amigable para con nosotros mismos.

• Dejo aquí unas recomendaciones bibliográficas, los tres libros son de Pema Chödrön:
“Cuando todo se derrumba” (Ed. Gaia)
“Comienza donde estás” (Ed. Gaia)
“Los lugares que te asustan” (Ed. Oniro)

• Y un video sencillo que enseña cómo meditar en un minuto

Poesía y Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC)

En el Youtube que viene a continuación aparece el poeta Neil Hilnborn. La grabación corresponde a un recital de poesía, en el cual lee un poema suyo. Es un poema de amor. Impresiona su pasión, su actitud. Su determinación al mostrar un pedazo de sus vivencias. Los diversos giros de los versos destilan amor y dolor casi a partes iguales. Neil Hilborn es poeta y sufre un TOC.

La característica principal del Trastorno Obsesivo Compulsivo -TOC- consiste en la presencia de pensamientos obsesivos y actos compulsivos recurrentes. En lo que se refiere a los pensamientos obsesivos, se trata de ideas, o imágenes así como impulsos mentales que invaden la actividad cognitiva de la persona. Las compulsiones, a su vez, son actos o rituales que, de forma estereotipada, se repiten una y otra vez. Se trata, pues, de un trastorno que contiene un factor cognitivo, las obsesiones; y un factor conductual, las compulsiones.
Las obsesiones acostumbran a ser siempre desagradables, viviéndose como propias a pesar de ser involuntarias. Las compulsiones son el motor y la consecuencia de las ideas obsesivas.

Es un trastorno mucho más extendido de lo que se supone (se calcula que en España hay en la actualidad alrededor de un millón de afectados). Pero, como pasa en otros tantos trastornos de origen mental, se habla poco del mismo. Esta cuestión puede generar un malestar añadido, puesto que a la persona afectada se le suma al sufrimiento intrínseco que implica la enfermedad en sí, la idea de ser un bicho raro. Este hecho puede propiciar el ocultamiento de la misma, pudiendo generar una sensación de soledad desoladora, así como la dificultad de pedir ayuda profesional.

 

Charla gratuita: Cómo el Mindfulness puede transformar tu vida.

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El jueves 26 de septiembre a las 20h tendrá lugar en el Aula Gestalt la charla «Cómo el Mindfulness puede transformar tu vida».

Reflexionaremos sobre cuáles son las claves por las que esta práctica milenaria se está revelando como un eficaz aliado para cuidar la salud física y mental. Incluiremos una pequeña práctica experiencial.

A cargo de:
José Luis Alcubierre, Instructor MBSR nivel Practicum. Terapeuta gestalt. Formado en Terapia Integrativa en el programa SAT. Matemático.
Juliette Villanueva, Instructura MBSR nivel Practicum. Formada en Terapia integrativa en el programa SAT. Escultora. Ingeniera.

DECIDIR

margarita-deshojadaA lo largo de nuestra vida no dejamos de tomar decisiones. Las hay de cotidianas y simples que, por diáfanas, no suponen conflicto alguno. Otras, sin embargo, entran en la órbita de lo complejo o lo excepcional y son de resultado incierto; o bien resuelven una cuestión, creando a su vez una nueva incertidumbre.
Decisiones tales como un cambio de trabajo, la separación de una pareja, la elección de unos estudios, la creación o el cese de un negocio, un cambio de residencia, etc. suelen provocar ansiedad. Generalmente se trata de una ansiedad funcional, necesaria, que nos pone las pilas y facilita el movimiento hacia la resolución. En otras ocasiones esta ansiedad adquiere tal dimensión que desemboca en angustia y, en lugar de facilitar el movimiento, actúa en su detrimento, bloqueándolo. Para entender un poco más las causas de esta angustia y temor merece la pena contemplar dos aspectos que, seamos o no conscientes de ellos, forman parte intrínseca del engranaje de cualquier elección.

Abraham Maslow, uno de los fundadores de la Psicología Humanista, sostenía que los seres humanos poseemos, entre otras, la tendencia a la auto realización (la elección de las opciones que, básicamente, nos vinculan con la satisfacción y el desarrollo) y la tendencia a la conservación (donde prima la opción que da seguridad, aquello que sentimos que preserva nuestra integridad). Estas dos tendencias se pueden visualizar como dos fuerzas que jalan en direcciones opuestas, pues generalmente el “sí” y el “no” se asocian a una u otra tendencia. Conviene verlas como las dos caras de una misma moneda. De ahí que represente una falacia demorar la decisión en espera de que sólo uno de ellas esté presente, pues si así lo hiciéramos, sea cual sea la decisión que al final se tome, algo en nosotros se resentirá.

El segundo aspecto tiene que ver con el hecho de que cualquier sí (o cualquier no) incluye su contrario: escoger implica necesariamente renunciar a algo. Esta ecuación tan simple tiene profundas implicaciones. Todos sabemos que como seres humanos somos limitados, que nuestro esplendido potencial humano tiene algunas coordenadas muy obvias: somos finitos y no podemos estar en dos sitios al mismo tiempo, entre otras. Usualmente, hacemos todo lo posible para soslayar esta condición. Enfrentar una decisión de cierto calibre significa confrontar esta realidad. Supone abandonar la sensación de ser especiales. Todos nosotros podemos mirar como es ahora mismo nuestra vida y hacer el ejercicio de trazar otras vidas que fueron posibles y que no elegimos. Cabe decir que eso mismo está sucediendo ahora: estamos viviendo algo y por ende estamos dejando de vivir otra cosa. Poner la lupa en esta realidad nos acerca a la consciencia de la pérdida; además de situarnos en el escenario de la falta, en el cual la libertad no es sinónimo de omnipotencia sino de responsabilidad.

Aristóteles nombraba la triste muerte de hambre de un perro incapaz de optar entre dos pedazos de carne, igualmente apetecibles; y en la edad media se forjó la paradoja del asno de Buridán, el cual muere de sed al no poder elegir entre un montón de avena y un cubo de agua. Hallarse ante una decisión y no escatimarnos ante ella convoca la responsabilidad, la libertad, el deseo, el miedo, la renuncia, el vacío… Convoca la vida y la muerte. No es mi intención dotar ese momento de un aura dramática o trascendental, lo que quiero transmitir es hasta qué punto a través de nuestras decisiones se ponen en juego emociones, sentimientos y pensamientos que, si no son rehuidos, dotan a la elección ulterior de mayor hondura. Y, en el mejor de los casos, proporcionan un espejo donde poder mirarnos a los ojos y percibir vívidamente, aunque que sea de reojo, la grandeza y la pequeñez de nuestra condición humana.

Gestalt, gestaltismo y gestaltitis

Uno de los momentos más peculiares en todo proceso terapéutico que me ha tocado vivir tiene lugar durante la entrevista, ese primer encuentro entre terapeuta y paciente, tan inevitable como imprescindible y de cuyo desarrollo resulta, entre otras cosas, si va a haber proceso o no. Y, más concretamente, me estoy refiriendo al momento en el que, como gestaltista, intento hacerle llegar a la persona que tengo delante qué es eso de la gestalt, nombre de una escuela de terapia bajo cuyo paraguas, sin embargo parecen tener cabida, cada vez más, tantas y tantas distintas maneras de trabajar.

Y es que, definir la gestalt como un modelo de trabajo, es una tarea harto difícil. Dicen los taoístas que el Tao que puede ser nombrado no es el verdadero Tao. Y, salvando las distancias, algo así parece ocurrir con la gestalt. No por nada me enamoré de la gestalt cuando creí ver en ella una modesta versión del Tao accesible a occidentales…

Así las cosas, no es raro que a cada futurible paciente le explique algo diferente, para asombro mío, pues hasta que abro la boca no sé que es lo que diré esta vez. Y es que, permítanme plantear que, en realidad, los gestaltistas no hacemos gestalt, ¡que más quisiéramos nosotros!

¿Y qué hacemos entonces? Digamos que aproximarnos, tender a ello, como mucho, por lo que la palabra gestaltismo parece más apropiada para referirnos a eso que los gestaltistas sí hacemos. Eso sí, cada uno el suyo, cada uno a su manera, pues la gestalt nos empuja a ser el terapeuta que somos más que el terapeuta que quisiéramos ser. Si a esto le unimos que la propia gestalt tiene vocación integradora, resulta inevitable encontrarnos sumidos en un mar de maneras de hacer tan diferentes que parece mentira que pretendamos denominarlas a todas con un adjetivo común. Y así, tenemos mi gestaltismo de hoy que es diferente de mi gestaltismo del año pasado, que también es diferente del de mi terapeuta, que es diferente del de aquel que fue su maestro y así, hasta remontarnos al propio Perls, el creador de nuestra escuela, de quien creímos aprender la gestalt a pesar de que de él no vimos más que su peculiar modo de hacer, es decir, su gestaltismo particular.

¿Entonces, hay gestaltismos mejores que otros? Imagino que sí, igual que hay terapeutas mejores que otros. Pero, personalmente, no creo que la diferencia esté tanto en las técnicas como en la capacidad de mantener una mirada honesta al presente, lo que incluye el propio cambio, y en la renuncia al acomodo en técnicas geniales o grandes verdades por más que una vez nos fueran útiles. El gestaltismo acomodado pronto se convierte en doctrina que, en lugar de liberar, cae como una losa y, cuando eso ocurre (porque ocurre), más merece ser denominado con esa otra terminación que los médicos reservan para cuando un tejido se inflama, véase gestaltitis. Y de esto tenemos, como en tantos otros oficios, cada vez más ejemplos a nuestro alrededor.

Así que al gestaltista no le queda otra que revisar una y otra vez su propia manera de estar y de hacer. La gestalt es entonces una referencia, un faro que nos guía o nos alerta, un camino que se recorre pero que no acaba nunca. Y es compromiso fundamental del gestaltista mantenerse activamente en este camino, siempre inacabado, siempre en revisión, siempre en crecimiento.

Pues por más que haya técnicas bien establecidas en el quehacer gestáltico, como la silla vacía, o conceptos geniales heredados de la filosofía, como las polaridades, la gestalt es, ante todo, una actitud ante la vida, una manera de mirar, de ser y de estar presentes que va mucho más allá de una terapia, para instalarse en nuestra vida cotidiana. Y si algo de esta esencia es transmitida al paciente a lo largo del proceso nos podemos dar por más que satisfechos. Lo demás, sólo son conejos sacados de la chistera.

David Magriñá (abril 2012)

¿Qué tiene la libertad que no tenga yo?

«El contacto sólo puede existir entre seres separados,que siempre necesitan independencia y siempre se arriesgan a quedar cautivos en la unión»
Polster

Crecemos oscilando entre el apego, la pertenencia (a una familia, un grupo) y la individuación y separación. Pasamos gradualmente de una dependencia temprana a la independencia y autonomía de la adultez. Necesitamos del contacto con los otr@s, del amor, de vínculos significativos que construimos y nos construyen. Nos movemos entre el contacto y la retirada que es el ritmo espontáneo del organismo. El primer vínculo importante fue con la madre, un vínculo simbiótico y como plantea la teoría vincular buscaremos en los nuevos vínculos alcanzar la «ilusión» de completud. He aquí la paradoja: pasamos de querer separarnos y ser libres a querer unirnos y así todo el tiempo.

Hablemos de la pareja, vínculo que aparece en la terapia, algunas veces por el deseo de contacto, la búsqueda de amor («¡Quiero enamorarme!», «No encuentro alguien con quien compartir», «Me cuesta entrar en intimidad»), otras por la dificultad de estar en pareja («Siento que me pierdo», «No sé poner límites», «Siempre estamos en conflicto», «Es como si no l@ conociera») o por el dolor que supone atravesar la ruptura o transitar los cambios que provoca la separación.

Desde la Gestalt vemos que en el enamoramiento surge lo que llamamos «confluencia», cuando percibimos solo las similitudes entre ambos, lo común, al tiempo que negamos e ignoramos las diferencias. En su aspecto sano permite trascender nuestros propios límites, favorece la empatía y es la base de la intimidad, mientras que en su aspecto insano, nos funde con el otro y sentimos que «nos perdemos». No hay contacto ni retirada.

Para construir un vínculo amoroso estamos dispuestos a ver lo que nos une, lo que es semejante a nosotros , para construir un proyecto común. Hacemos alianzas inconscientes; un pacto narcisista y un pacto de denegación: dejamos fuera , negando, lo que pueda amenazar al vínculo y tenemos la ilusión de transformar lo desconocido de la pareja en conocido, en semejante , y así poder pasar de la incertidumbre del encuentro a una zona compartida y conocida. Se crea una estructura estable pero cambiante, que, en la Teoría Vincular, llamamos Zócalo Inconsciente de la Pareja. Está compuesto por los códigos de cada integrante de la pareja, de sus ideas sobre las relaciones y el amor, de las formas de vincularse más tempranas, de modelos parentales y sociales. Determinará la modalidad de la relación siendo una síntesis de los códigos individuales, un espacio inter-subjetivo, delimitando lo que entra y lo que queda fuera de la pareja, lo aceptado y lo que no, creando inconscientemente un Nosotros.

¿Qué sucede cuando hay fisuras en el Nosotros? Las roturas en el zócalo de la pareja generan transformaciones en el vínculo: crecimiento vincular o síntoma y sufrimiento. Podemos quedar atrapad@s dependiendo de un vínculo que ya no es «el que era» o podemos transitar el conflicto y/o la decepción. Salir de la confluencia, de lo indiferenciado, y retirarnos para vernos, «a mí» y «al otr@», como diferentes y reales, dando lugar a una nueva construcción vincular y, quizás, volver a ser dos en contacto y libres. Amorosamente. «La incapacidad de amar, y más en general, la incapacidad de relacionarse verdaderamente con personas reales, es cuando las sustituimos imperceptiblemente por encarnaciones de los propios fantasmas, y proyecciones personales, disfrazadas» (A. Rams). Propongo mirar lo negado y los propios fantasmas, observar lo proyectado, diferenciar qué es mío y qué es de la otra persona. Poniendo consciencia, viendo cómo transito las polaridades dependencia-independencia y cómo me manejo en el contacto y la retirada. Aprovechar la crisis para ver qué traigo a la relación, qué repito, qué es lo que no puedo ver de la pareja y particularmente de mi mism@. Abriéndome a lo novedoso y al contacto.

Alejandra Sosa Chaparro (Mayo 2012)

De mudo a ciego

Hasta hace unas semanas sufría un extraño fenómeno de mudez: me era imposible pronunciar una frase acerca de sentimientos, de necesidades o gustos cuando esta se refería a mí. Tal dificultad me martirizó toda mi vida, sufrí burlas y mi vida social fue una ruina. En la adolescencia era el perfecto bicho raro. Me era imposible decir ni tan siquiera «Tengo calor» o «Qué rica comida». Es más, ante una pregunta tan simple como «¿Te gustó la película?» no podía contestar un simple «Sí» Lo solventaba con expresiones absolutamente fuera de lugar. La maestra me preguntaba «¿Has estudiado?» mi respuesta podía ser «Hoy hace sol». Si alguno de los pocos amigos de que pude disfrutar en cortos espacios de tiempo me proponía salir, respondía: «Los ríos tienen afluentes».

Hace unos años mi vida cambió. Fue en la boda de mi hermana. Bebí más de la cuenta y después, un poco ebrio, estuve bailando con una amiga suya. Ya de madrugada me propuso que la acompañara, sin tiempo para responder me cogió de la mano, me condujo a su coche y me llevo a su casa. Allí me susurró: «Hagamos el amor». Asustado, atiné a responder «El suelo es de parquet» Me miró sorprendida pero no por eso dejamos de ir a la cama. Yo seguía con mi mutismo imposible; en el momento del orgasmo no pude contenerme y musité «Esta cama es de pino». Concha, así se llama, tuvo el suyo tronchándose de risa, por suerte. Así perdí mi virginidad y empezó nuestra relación. Mi mudez no fue impedimento alguno, al contrario: a Concha le hechizaba. Y pasando el tiempo ella se contagió y al final enmudeció exactamente como yo. Entre nosotros se daban diálogos surrealistas. A todo ello, conviene señalar que la intimidad, la confianza y el conocimiento obraron un pequeño milagro. Ya que a pesar de lo alejadas que las conversaciones estaban de nuestros sentimientos, nos entendíamos con suma facilidad.

Hace unas semanas me llamó al móvil. Dijo: «Acaba de pasar un camión de bomberos». «Se acerca la primavera» contesté. En cuanto pude fui veloz a casa. Me abrió la puerta vestida con su conjunto de encaje rojo, tal como yo esperaba. Nos abrazamos y al besarnos me escuché decirle: «Me encantas…», no sé cual resorte lo indujo. Increíble. Me quedé transpuesto mientras ella me miraba asombrada. Y acto seguido me explotó un chorro de palabras: «Te amo mi vida, te amo. Tienes unos ojos preciosos…». Era como un río desbordado. Concha emocionada me respondía a modo de cuña cuando yo recuperaba el aliento, y me decía cosas tales como «El Volga es un río caudaloso», «La luz de la luna se ondula en el mar», «En Holanda se cultivan tulipanes de todos los colores».

Sobrevino un silencio colmado y delicado; le propuse ir a pasear, qué placer decirle «Me apetece pasear contigo». Respondió: «Las hojas de los árboles se mecen al viento». Ya en la calle, y con infinito cariño, le señalé que conviene expresar nuestros sentimientos «Creo que es lo más hermoso» dictaminé. Le rogué que hiciera un esfuerzo. Le mostré mi necesidad: «Dime cómo te sientes, mi amor». Reposó en mí su profunda mirada y dijo «¡Cuánta agua hay en el mar!». «Concha -le contesté suavemente- necesito saber tus sentimientos». Empezó a llorar… «Eso, ¿qué sientes?». «En el polo norte pueden llegar a más de 40 grados bajo cero» me respondió. Me callé. Me sentí frustrado y un poco enfadado.

Cada vez que le he insistido en la importancia de la comunicación, los sentimientos y su expresión, llora, se enfada y me responde con evasivas «El agua de lluvia se encharca», Con obviedades «¡Los amantes se aman!» Me desespera. Hoy corté la relación. Insistí nuevamente en sus carencias y le expresé mi sentir. Le supliqué. Se quedó sin palabras. Y me fui. Al alejarme, gritó «Hace millones de años cayó un meteorito que acabó con los dinosaurios; parece ser que el sol estuvo años sin brillar». ¡Vaya estupidez! pensé.

Josep Devesa (2012)

Nueva etapa

La vida tiene la característica de ser cambiante incluso en especies como los corales cuyo ritmo es muy lento. Y actualmente estamos inmersos en una aceleración impresionantemente más alta que en el resto de la existencia de la humanidad y en una globalización imparable favorecida por la enorme capacidad de intercambiar información y el ambicioso sistema financiero internacional.

El miedo y la huida hacia delante, inmersos en el estadio narcisista imperante en el primer mundo, nos lleva a la crisis actual, no sólo económica, también y muy profundamente de desconexión con la vida, de lo que somos, de muestras potencialidades humanas, que no tecnológicas, y de nuestros límites.

En medio de esta enorme crisis que nos está afectando tan masivamente y, paradójicamente, habiendo hecho la inauguración del local de Portaferrissa, que es donde actualmente impartimos la formación de la Escuela del Taller de Gestalt de Barcelona, me siento inaugurando una etapa en la que me abro a un cierto tipo de espiritualidad atea. Entiendo más profundamente que las circunstancias que vivimos sólo son eso, las circunstancias del momento. Son las ocasiones que tenemos para aprender de nuestra propia humanidad y de la vida, aprendizaje que aporta sentido existencial y que considero la mejor vía para responder a esas situaciones concretas. Por supuesto, ese aprendizaje requiere implicación, pero ésta es parcial e ineficaz para el cambio necesario si sólo es interna (trabajo personal) o sólo es externa (implicación social).

La gestalt, favoreciendo el encuentro con la realidad circundante y a través del diálogo entre nuestras partes internas (sean desconocidas, alienadas y/o conflictuadas) en su nivel más profundo, abre el espacio de indiferenciación creativa, llamado así por Friedlaender, desde donde emerge y se desarrolla cada característica, aspecto propio y vivencia concreta. Es un espacio vacío y fértil al que en Gestalt accedemos gracias a identificarnos con todo lo que somos y al que en muchas corrientes espirituales se accede desde la desidentificación justamente de lo mismo y sobre todo de los deseos.

Este espacio vacío es el que en psicoanálisis es necesario despejar para que la persona pueda acceder al cambio de posición subjetiva, que se da en el proceso de cura, en buena parte, gracias al trabajo de asumirnos como castrados/as, es decir, limitados/as. Bendito corte, el de la castración, que nos permite poder reconocer nuestros límites, nuestras necesidades y nuestros deseos como tales.

Todo proceso terapéutico que cura a través de profundizar en uno mismo y de confrontarse con lo rechazado (sea esto interno y/o externo) abre espacio hueco, vacío, para podernos situar desde lugares propios más profundos que aportan sosiego y coherencia interna, condición necesaria para el bien estar.

Y sí, claro que hay circunstancias de mierda como la actual, que es muy nociva, y enfermedades muy limitantes que conllevan mucho sufrimiento y pérdidas muy difíciles de asimilar y sin embargo, son ellas, estas circunstancias, las que tenemos para seguir aprendiendo y las que nos llevan a lugares enriquecedores, si nos abrimos a ellas. Del mismo modo, nuestras realizaciones, que por cierto, siempre son parciales, también nos abren a nuevos espacios nutritivos.

La Gestalt se fija en la zona de interacción entre el sujeto y su entorno, es por ello que creo que tiene una especificidad a aportar a esta etapa tan crítica, más allá de facilitar la tan necesaria y urgente conexión interna.

En la conjunción de todo lo que apunto en este escrito encuentro base para encarar la nueva etapa en la que me siento actualmente.

 

Cristina Nadal i Muset (abril-2012)

Las lágrimas de Luisa

«Qué bien llora la niña», pensó la madre. El sol calentaba el empedrado del patio, las cigarras rasgaban el silencio y aleteando en ese mantra veraniego el llanto de la pequeña Luisa. El sonido que salía de la garganta de la pequeña le recordaba a Bach, tenía musicalidad, melodía, fervor; observó su cara y era poesía. Quedó subyugada. El padre apareció en el umbral de la puerta para saber del desconsuelo de la hija. Su esposa le susurró «Qué maravilla de llanto ¿no?». Él escuchó con atención y no le quedó otra que asentir. Quedaron embargados hasta que calló por sí sola. Entonces el sentimiento de culpa les impulsó a besarla y acariciarla hasta el cansancio. Ese suceso marco el inicio de una vida marcada por el lloro. Cuántas veces no se desgañitó vanamente Luisa en busca de consuelo rodeada de familia y vecinos que se rendían ante la preciosidad y matices de sus sollozos. Ofrecía recitales con hipadas, berreos y gimoteos a un grupo de admiradores fieles, que llegaban a romper en aplausos cuando agotada callaba.

Luisa creció rehén de su arte, que era esquivo, pues no siempre tenía argumentos para llorar. Se aplicó con pasión para lograr ser dueña de su virtuosismo y a fe de dios que lo consiguió. Pasados los veinte años lograba llorar a placer en cualquier situación. Tal habilidad le proporcionó gran poder, sobre todo con los hombres, que eran su máximo interés. Su número preferido era llorar mientras hacían el amor. Para ellos era el éxtasis, no atinaban a adivinar qué les pasaba y caían rendidos.

Sin embargo, después de años sin consuelo, la llama de la venganza brotó en su interior. Y sucedió que cuando los hombres estaban subyugados, los rechazaba vehementemente dejándolos con el alma cuarteada. Rítmicamente la vida cobró sentido y sus penalidades aparecían borrosas en el horizonte de sus recuerdos. Se sentía gustosamente malévola. Cuando visitaba a su familia se mostraba estúpidamente risueña. Les negaba cualquier trazo de llanto y estos la maltrataban y ridiculizaban, inventando mil tretas para arrancarle una lágrima.

Cuando su motivación flaqueaba sacaba la baraja de los recuerdos y elegía una carta al azar: aquella que hablaba de la demora en llevarla al dentista para alargar ese gemido sufriente, corporal y glorioso; o la que mostraba las grietas de su inocencia, cuando se le anunciaba de manera solemne «Luisa, el gatito ha muerto» y la familia entera escuchaba con devoción el llanto que evocaba los cuartetos de Beethoven. Mientras, Michifu maullaba encerrado en el armario.

La vida continúa y dicen que nunca vuelve uno a bañarse en la misma agua. Incluso el odio tiende desfibrarse y el molesto goteo de un grifo puede convertirse en contrapunto e inspiración del sueño. Así, el rencor dio paso a un resentimiento lejano y arenoso. La baraja del horror reposaba en la cómoda entre la ropa interior; y la venganza por usada tenía los cantos romos. Se sentía hueca. En raros momentos de lucidez, reconocía la necesidad de un poco de comprensión para enfrentar su existencia con la certeza de que no todo había sido en vano. Necesitaba una mirada de compasión que no estuviera teñida del embeleso, de la gula, del deseo feroz de sus lágrimas.

Envejeció con caricias de nieve y las arrugas imprimieron un sello de acero a sus pupilas acuosas. Por eso cuando la muerte fue en su busca, al hallarse frente a Luisa quedó perturbada al atisbar su rostro de sal. Tan conmovida estaba, que antes de girar la llave del destino le ofreció un hombro en el que llorar. Luisa sabía con quien se las tenía, con aprensión soltó algún candado y dejo fluir algunas lágrimas. Al sentirse arropada en sus brazos, aflojó el último cabo y se entregó al dolor. Gracias al consuelo, por primera vez pudo escuchar en el eco de propio su llanto la música agazapada, la caricia de terciopelo; la leve brisa que la acompañaba hacia su tránsito final. Y esa escucha la derivó irremisible al interior de su coraza donde notó un corazón famélico. Una lágrima se deslizó suave por un ventrículo y se demoró el tiempo necesario para brindarle la pizca de sentido que anhelaba; intuir su corazón melodioso fue suficiente.

Josep Devesa